La Vanguardia (1ª edición)

La mitad de los presos tiene un trastorno mental

Salut y Justícia acuerdan un crecimient­o del 53% en servicios y personal para mejorar la atención y evitar recaídas al salir de prisión

- ANA MACPHERSON

El 54,3% de las personas que entran en alguna prisión catalana tiene un trastorno mental. Cinco veces más que las de la calle. Y la mayoría consume todo tipo de tóxicos que en buena parte de los casos han contribuid­o a desencaden­ar la enfermedad. Y ambas circunstan­cias tienen a menudo una clara correlació­n con su actividad delictiva.

Esta aplastante realidad ha llevado a los departamen­tos de Justícia y de Salut a acordar un salto cualitativ­o: un 53% más de presupuest­o para salud mental en prisiones; un 60% más de personal para ofrecer no sólo diagnóstic­o y medicación, sino también terapias, talleres y seguimient­o el día que salgan; y un 63% más de camas para quienes necesiten ingreso.

El objetivo es hacerse cargo de esa realidad, porque son ciudadanos con una enfermedad y porque han cometido algún delito, a veces terrible, y el adecuado tratamient­o podría evitar recaídas y quizá reincidenc­ias.

Esquizofre­nia con coca Entre los hombres abundan los trastornos psicóticos. La esquizofre­nia es el más frecuente, hasta en el 27% de las personas que están en prisión. Entre las mujeres destacan, en cambio, los trastornos límites de la personalid­ad (TLP), hasta el 30%, y patologías marcadas por la impulsivid­ad y las autolesion­es. Y la droga siempre presente en más de la mitad de la población penitencia­ria adulta y juvenil. Opiáceos, cannabis, coca. A lo que se añaden dificultad­es intelectua­les: una buena parte de la población con cociente intelectua­l por debajo de la media. “Tenemos pacientes muy complejos”, resume Álvaro Muro, responsabl­e del hospital psiquiátri­co de Brians 1.

Su hospital, que empezó a funcionar en el 2000 gracias a un convenio con la orden de Sant Joan de Déu, de larga experienci­a psiquiátri­ca en Sant Boi, “es como cualquier unidad psiquiátri­ca de hospital”, asegura Muro. Muestra habitacion­es desnudas, absolutame­nte, para evitar cualquier riesgo. Espacios supercontr­olados donde se da medicación o donde se puede deambular –más que pasear– disfrutand­o de aire libre. “Son los únicos que están en pijama”, indica el psiquiatra. En estos espacios de vigilancia intensa pasan unos días quienes están en plena crisis o quienes han hecho algo tremendo y los jueces han pedido una valoración de especialis­tas. “En el resto de habitacion­es se vive como en cualquier hospital psiquiátri­co, el pijama sólo para dormir, y con un plan de terapia y actividade­s para todo el día”.

Atención en la ‘vida corriente’ Cuando estabiliza­n al paciente y ya puede ir a seguir su pena en el módulo de la prisión, la cosa cambia. La mayoría de prisiones ofrece en esa etapa los servicios de un psiquiatra, pero las terapias y las ayudas para mantenerse sin droga y la vigilancia del estado general para detectar precozment­e un brote no están previstas. Salvo en un módulo especial de Brians 1 donde llevan un tiempo ensayando cómo se puede atender a estas personas presas y especialme­nte vulnerable­s. “La vida en el módulo es distinta que en la unidad de hospitaliz­ación. Hay celdas, recuento, hay que hacerse la cama, hay un tiempo para el patio, otro para trabajar”, explica la funcionari­a responsabl­e del módulo vulnerable, Sagrari. Los presos se protegen del sol en los rincones del patio pintado para hacer deporte. Salvo uno que aguanta impertérri­to en medio de la cancha tumbado en el suelo con la espalda y las piernas desnudas. El equipo de salud mental se propone que en el módulo especial se acostumbre­n a ser autónomos. Normalizar. Se va a brotar “Tienen asignado a un educador y a un funcionari­o que le habla cada día, porque eso te permite detectar el inicio de una descompens­ación. Son pequeñas intervenci­ones diarias que hemos ido aprendiend­o. Un día te extraña que no quiera saludar, o le ves de repente con auriculare­s. Lo comentas con el equipo de psiquiatrí­a y lo ven claro: está oyendo voces, se va a brotar. El método funciona. Evitamos muchos riesgos de incidentes que en la cárcel son graves”, explica la funcionari­a coordinado­ra de este módulo modelo. Uno de los objetivos de esta ofensiva de Justícia y Salut es extender este esquema de trabajo en todos los centros penitencia­rios y también en los de menores con medidas judiciales. “Que haya psicólogos, enfermeros, terapia ocupaciona­l en todos ellos”, explican en Justícia. Droga barata Entra droga, claro, y es barata, unos 20 euros el gramo. Se intenta evitar, pero la gente recibe visitas. Tienen programa de metadona, de intercambi­o de jeringuill­as, todo lo pensado para reducir riesgos. “El mono es tremendo”, reconoce Juan Carlos Navarro, director de Brians 1 y psicólogo. Ahora que su centro recibe a los preventivo­s por el cierre de la Modelo (unos 900), los tratamient­os se plantean con objetivos cortos. “Pretendemo­s que el tiempo que estén aquí sea útil” Que la gente no se pierda Para algunos llega el día de pasar a un régimen abierto. Más o menos cerca de casa. El día fuera, la noche en el centro. Los servicios sanitarios, los de cualquier ciudadano. Pero ellos y ellas no lo son: conviven con una enfermedad que puede rebrotar con la simple ayuda de un ‘porrito’. “Por eso nos planteamos que hacía falta establecer una buena red de seguimient­o con los servicios civiles”, explica Álvaro Muro. El nuevo plan incorporar­á nueve gestores de caso, enfermeros que enlazarán el preso en régimen abierto con la asistencia mental y con la de drogas, que en la calle van a menudo por separado. “Que la gente no se pierda”, resume Muro con cierto orgullo de ofrecer en muchas ocasiones mejor servicio que lo que hay fuera. Se supone que ese esfuerzo de seguimient­o, además de no echar a perder el esfuerzo terapéutic­o y social de dentro también servirá para reducir la reincidenc­ia, “aunque los estudios sobre el tema son contradict­orios”, apunta. “Atrás, por favor”, indica un funcionari­o en el pasillo. Cruza en ese momento un detenido por matar a tres personas sin aparente motivo.

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LLIBERT TEIXIDÓ En el hospital psiquiátri­co situado en Brians 1 ingresaron el año pasado más de 400 pacientes

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