La Vanguardia (1ª edición)

Trump no puede con Afganistán

El presidente pide relevar al jefe de las tropas al grito de “estamos perdiendo”

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Según Donald Trump, montar una estrategia para “acabar” con la guerra de Afganistán es equivalent­e a la renovación de un restaurant­e. No se olvide que, durante la campaña electoral, él proclamó que sabía más que todos los generales del Pentágono.

“No estamos ganando, estamos perdiendo”, gritó al referirse al frente afgano en una reunión celebrada en la Casa Blanca el pasado 19 de julio. Allí estaban los altos cargos militares y sus asesores, entre ellos Steve Bannon y su yerno, Jared Kushner.

En medio de la tensión, siempre a partir de la cadena NBC, Trump explotó en su frustració­n al solicitar al secretario de Defensa, James Mattis, y al jefe de la junta de Estado Mayor, el general Joseph Dunford, que sustituyer­an al responsabl­e de las tropas en el país asiático, el general John Nicholson. Aunque nunca le ha recibido o hablado con él, le culpa por el fracaso militar en el interminab­le conflicto bélico.

Una vez que se filtró la discusión, H.R.McMaster, general retirado y actual consejero de seguridad nacional, salió ayer en defensa de Nicholson. “Es la persona adecuada, absolutame­nte”, subrayó ante las cámaras.

El senador republican­o Lindsey Graham, miembro del comité militar de la cámara, apostilló que “no se me ocurre ninguna buena razón para despedir al general. Creo que está desarrolla­ndo un trabajo admirable”.

Cada cierto tiempo, la sociedad estadounid­ense recibe otra noticia luctuosa procedente de esa lí- nea de combate, la guerra más larga. El traslado de féretros no cesa desde hace 16 años.

Un suicida mató este miércoles a dos militares de EE.UU. cerca de Kandahar. Esta dos nuevas bajas se registran precisamen­te cuando la Administra­ción Trump se halla inmersa en la discusión para definir su estrategia en Afganistán, el territorio de los talibanes. Hace al menos dos meses que se espera una decisión, pero se retrasa por la insatisfac­ción del presidente respecto a las opciones que le plantean.

Si parecía claro que Mattis disponía de autorizaci­ón para desplegar 4.000 efectivos más, que se sumarían a los 8.400 que están en ese destino, todo apunta a que el comandante en jefe de Estados Unidos se lo está replantean­do.

El cambio se debería a que Bannon, al que se daba por finiquitad­o como consejero y confesor, ha recuperado su influencia.

Su oposición a intervenir en conflictos internacio­nales es más que conocida. Dicen que, bajo la influencia de los que abogan por un papel más limitado en esta guerra, el presidente se pregunta por qué sus tropas continúan allá, cerca de dos décadas después, y se plantea dar marcha atrás al incremento de fuerzas.

Durante más de dos horas, Trump se quejó en la citada reunión de la participac­ión e implicació­n de los aliados de la OTAN.

Sostuvo, además, que Estados Unidos debería reclamar una participac­ión en la riqueza mineral de Afganistán –un billón de dólares– por su asistencia al Gobierno afgano. Hubo oficiales que le rebatieron. Sin alcanzar la seguridad en todo el país, lo que puede suponer años, no existe opción alguna de hacerse con esas apreciadas sustancias minerales y ponerlas en el mercado, excepto vía Irán. También pro-

Entre críticas a la OTAN, la Casa Blanca se replantea el acuerdo inicial de enviar 4.000 soldados más al frente

testó porque China sí saca provecho de las operacione­s mineras. Pekín se hizo con los derechos para su compra hace diez años con la bendición de EE.UU. Desde esa fecha cuentan con equipos de extracción de cobre a las afuera de la capital, Kabul.

Este comentario sonó a eco de otro que realizó al inicio de su presidenci­a, cuando lamentó que no se llevaran el petroleo de Irak en el 2001, en el momento de la retirada masiva de fuerzas.

Mattis, McMaster y otros colaborado­res trataron de responder a las cuestiones formuladas por Trump de cara a que se apruebe su planificac­ión. Sin embargo, Trump señaló en el mapa las zonas en las que los talibanes se han expandido e incrementa­ndo su control. El secretario de Defensa replicó que eso se debía a la carencia de la estrategia necesaria. Esto significa más unidades y paciencia, ya que el Pentágono considera que se requiere tiempo.

El presidente contestó que les había dado autoridad meses atrás para avanzar en Afganistán y, en cambio, los que han tomado ventaja son los enemigos.

Diversos expertos remarcaron que la Casa Blanca debe escuchar a Nicholson o McMaster, por su experienci­a en ese campo de batalla. Por contra, ante los planteamie­ntos que pusieron sobre su mesa, incluido el de la retirada, Trump se mostró más influido por una reciente reunión con veteranos del frente afgano –son los que le convencier­on del poco juego de los aliados atlánticos– y expresó disgusto con las opciones que le ofrecía su equipo.

Fue en ese momento en el que hizo referencia al restaurant­e 21 Club, el de la élite neoyorquin­a y donde festejó con la familia su victoria del 8-N. Recordó que el establecim­iento estuvo cerrado un año, tras contratar a unos asesores para que les aconsejara­n en el diseño de una mejora del lugar. Al final, considerar­on que no se requería más que una cocina nueva. Trump afirmó que si hubiesen preguntado a los camareros habrían tenido mejor resultado, lo que se leyó como una crítica directa hacia los generales.

El 21 Club echó la persiana por reforma dos meses en 1987.

La frustració­n afgana ha sacado a la luz otra división. A Trump no le gusta McMaster como consejero de seguridad nacional. Aseguran que prefiere sustituirl­o por Mike Pompeo, director de la CIA, y enviar a McMaster en sustitució­n de Nicholson. En el grupo más nacionalis­ta de la Casa Blanca corre lo siguiente: “Si McMaster quiere más tropas en Afganistán, lo enviamos a él”.

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REUTERS STAFF / REUTERS El general John Nicholson, jefe de las tropas de EE.UU. en Afganistán, en una base de la provincia de Helmand el pasado abril

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