La villa que enamoró al general alemán
El azar quiso que Calella, hace 64 años pasase de ser un pequeño pueblo a un destino turístico
El azar y una llamada telefónica, en abril de 1953, cambiaron el destino de una pequeña población costera, la primera donde la carretera N-II toca al mar. Josep Maria Martí Nicolau, un empresario textil de Calella, recibía la comunicación del general Wolf, un amigo que había conocido en un viaje de trabajo a Alemania, que le comunicaba que venía a Barcelona a entrevistarse con un mando de la Falange y que “tendría el placer de saludarme” describe el propio Martí en el libro de Jordi Ten Calella, 50 años, pioneros en turismo vacacional.
Aquella visita supuso la eclosión del turismo de masas en Calella, si bien ya se empezaban a ver turistas alemanes, cuyas visitas promovía una joven periodista, Margot Rothe, enamorada de la población. El general Wolf –mutilado del Africakorps y presidente de las Cruces de Hierro alemanas– llegó acompañado de otros dos soldados. Uno de ellos, un coronel de la Luftwaffe, de nombre Dikfeld, quedó prendado de la belleza natural de Calella. No prosiguieron su viaje a Barcelona y pasaron la noche en el único hotel que entonces había de la población, el Vila.
Meses después, en diciembre de 1953, el alemán informaba por carta que había creado una agencia de viajes y quería iniciar un negocio enviando turistas a Calella. El primer contrato lo suscribió con el hotel Vila, acordando el precio de la estancia por persona y día a 60 pesetas. El primer autobús llegaba a Calella procedente de BadHomburg el Viernes Santo de 1954. El establecimiento, con sólo cinco habitaciones, no podía alojar a 55 turistas y en el pueblo, pronto se conformó una amplia red de domicilios particulares que actuaban alquilando habitaciones a los visitantes. Nacía así la primera y popular agencia emisora de turistas, la Reisen Büro Lenk.
Sería injusto hablar de turismo en Calella sin citar a una de sus precursoras, la alemana Margot Rothe, la periodista que huyó de la penuria de un país asolado por la guerra para viajar por Europa y que recaló en Calella, embelesada por el clima y el ambiente. En este caso, el azar también intervino para comprometer la pequeña villa marinera con la trotamundos alemana. Una accidental caída de una mochila caída del tren la obligó a bajar en Calella y de allí, en pocos años, pasó a convertirse en una de sus principales embajadoras.
Margot Rothe, consciente de las posibilidades turísticas de una villa cuyo principal sustento era el textil y la agricultura, invirtió todos sus esfuerzos en promocionar el destino. El punto de eclosión llegó hace 64 años, cuando dedicó todos sus ahorros a pagar un viaje de periodistas alemanes a Calella, donde la gente se volcó en acoger a los visitantes.
El impacto del turismo en la “Calella de los alemanes” aún hoy se evidencia cuando el visitante se cruza por la calle con residentes autóctonos rubios y de ojos azules. Es la consecuencia del arraigo del turista con el pueblo de Calella. De aquí nacieron los populares catrans, el apodo de los típicos ligones de las voluptuosas rubias teutonas que tanta pasión levantaron en los sesenta.
En los setenta, del turismo exclusivo se saltó a los grandes turoperadores. Hacia el 2010 la oferta degeneraba en jóvenes captados con reclamos de “sexo y alcohol”. Ante la deriva, la imposición municipal pudo reconducir la situación y consolidar una calidad hotelera centrada en el turismo familiar y deportivo, del que destacan acontecimientos multitudinarios como el Ironman o la Volta Ciclista a Catalunya. Con 50 establecimientos turísticos (34 hoteles), Calella hoy repele el turismo de borrachera y registra 1,8 millones de pernoctaciones al año ávidas de cultura, gastronomía y deporte.