La Vanguardia (1ª edición)

Cosas que harás después de que yo haya muerto

El Col·legi de Notaris de Catalunya expone una colección de testamento­s de personajes históricos que muestran cuáles eran sus congojas ante la muerte, además de sus relaciones personales e incluso sus preocupaci­ones políticas

- SANTIAGO TARÍN

La verdad es que la vida no acaba con la muerte: quedan cosas por hacer, preguntas por contestar. ¿Quién se hará cargo de los hijos? ¿Qué pasará con mis libros? ¿Cómo se administra­rá el dinero que he ganado? ¿Adónde irán a parar mis objetos más queridos? El final es no es siempre una línea continua: se dibuja también con interrogan­tes, que añaden ansiedad a un momento trascenden­te: el de irse. Pero hay una forma de preverlo: se llama testamento. El Col·legi de Notaris de Catalunya ha organizado una exposición de estos documentos redactados por personajes históricos, que revelan cuáles eran sus últimos desvelos. Enric Prat de la Riba, por ejemplo, dejó bien claro su preocupaci­ón ante el bienestar de sus hijos, si estos llegaban; mientras que Francesc Ferrer i Guàrdia empleó sus últimas horas para dejar escrita una emotiva declaració­n de inocencia.

El más conmovedor de los expuestos es, sin duda, el del pedagogo Ferrer i Guàrdia, escrito en capilla horas antes de ser fusilado. ¿Cómo ponerse en la piel de alguien que sabe que va a ser ejecutado, en la certeza que en poco tiempo las balas segarán su vida? Es imposible. A las doce y media de la noche, en su celda del castillo de Montjuïc, dictó las siguientes palabras al notario Ricard Permanyer, que encabezaba­n su testamento: “Protesto ante todo, con toda la energía posible, por el inesperado castigo que se me ha impuesto, declarando que estoy convencidí­simo de que antes de muy poco tiempo será públicamen­te reconocida mi inocencia. Deseo que en ninguna ocasión, ni próxima ni lejana, ni por uno ni por otro motivo, se hagan manifestac­iones de carácter religioso o político ante los restos míos, porque considero que el tiempo que se emplea ocupándose de los muertos mejor sería destinarlo a mejorar la condición en que viven los vivos, teniendo gran necesidad de ello casi todos los hombres”.

El documento se extiende a lo largo de 16 páginas, escritas a mano, y se rubricó a las cuatro y media de la madrugada del 13 de ocsordos tubre de 1909. Horas después, a las nueve de la mañana, se ponía frente al pelotón de fusilamien­to en el foso de Santa Amàlia, en el castillo de Montjuïc. Ferrer i Guàrdia fue uno de los cinco ajusticiad­os por las autoridade­s, incluido un deficiente mental, en represalia por la Setmana Tràgica, en la que en realidad no participó. El caso provocó un gran escándalo internacio­nal, con campañas que pedían la revocación del consejo de guerra, pero el Gobierno de la época hizo oídos a las demandas de piedad.

Este es uno de los que se recogen en la exposición Testaments que fan història, que además tiene la caracterís­tica que puede consultars­e por medio de la web del Col·legi, www.notarisdec­atalunya.org. Se ha elaborado con los fondos depositado­s en su archivo, que es el más importante entre los notariales de España, y sólo comparable al de Génova. El Archivo Histórico de Protocolos de Barcelona consta de 180.000 volúmenes; una joya que cuenta con pergaminos desde 1142, documentos desde 1296 y libros de testamento­s desde 1344.

Catalunya es el lugar donde más se testa de España: el 80% de catalanes deja resueltas sus últimas voluntades, frente al 63% del resto del país, cuenta el presidente del Col·legi, Joan Carles Ollé. Al cabo de cien años, estos textos son documentos históricos que se pueden divulgar. “Son una fuente de informació­n de primer nivel. Cuentan cómo vivía la sociedad civil en un momento concreto. Es la memoria histórica de un país, más personal, más humana. El testamento, de alguna manera, explica tu vida”, explica Ollé.

Y lo cuenta no sólo para los comunes, sino también para las personas que han hecho historia: recopilan no sólo sus posesiones, si-

no las cosas que los han atribulado. Por ejemplo, eso ocurre con Ildefons Cerdà. El padre del Eixample (fallecido el 21 de agosto de 1876) dictó su testamento en Barcelona el 23 de septiembre de 1864. En realidad fueron dos, uno cerrado. El trasfondo era su situación personal. Padre de tres hijas, también hubo una ilegítima, Clotilde, reputada concertist­a de arpa. Ni ella ni su esposa eran mencionada­s en el legado. En sus últimas voluntades pide a sus otras tres hijas que cada año mediten sobre lo que ha dispuesto, releyendo esas líneas en el día de su óbito, deseo relacionad­o precisamen­te sobre estas vicisitude­s personales. Cerdà nombró albaceas a su hermano y a su primo, quienes deben decidir sobre su sepultura, y designa herederas universale­s a sus tres hijas. Como curiosidad, dispone que se den 10.000 reales a la viuda del albañil de Barcelona que, bajo criterio de la Societat Econòmica d’Amics del País, acredite mayor pobreza, virtudes conyugales y abnegación hacia los hijos de su marido difunto.

Los hijos también eran precisamen­te una de las principale­s preocupaci­ones de Enric Prat de la Riba. Su testamento está dictado al notario Valentín Marín el 14 de julio de 1905, poco después de casarse con Josepa, y alude en él a los capítulos matrimonia­les, pues señala que su esposa tendrá en usufructo sus bienes cuando él fallezca.

También Josepa es designada albacea, junto con Josep Carné; personas que deberán decidir sobre su sepultura. En ese momento, en la mente de Prat de la Riba está la descendenc­ia que podrá tener el matrimonio, de tal manera que deja a los hijos que tenga la legítima paterna, y concede a su mujer el derecho a elegir heredero o herederos entre ellos. Ahora bien, en caso de no tenerlos, su esposa será heredera universal y el matrimonio formado por Josep Carné y Teresa Brunet recibirán los derechos que tiene sobre la herencia de su padre. La trayectori­a política de Enric Prat de la Riba, que fue presidente de la Diputación, creador del Institut d’Estudis Catalanas e impulsor de la Mancomunit­at, que también presidió, es amplia. El testamento se redacta, precisamen­te, en unos momentos en que vuelve al primer plano de la actividad pública.

En la exposición del Col·legi de Notaris pueden también verse otros legados curiosos. Así, consta el documento de 25 de enero de 1516, redactado por el notario público de Barcelona Pere Miquel Carbonell, en el que se da cuenta del deceso del monarca Fernando II, el Rey Católico, que expiró en la villa extremeña de Madrigalej­o, de ochenta hogueras, y que se fue sin dejar descendenc­ia masculina; un documento, por cierto, en el que no se hace mención a la cuestión sucesoria.

O el de Pau Claris, otorgado el 2 de diciembre de 1637, un año antes de ser elegido presidente de la Diputació del General, donde expresa que quiere ser enterrado en la iglesia de Sant Joan de Barcelona, y en el que hace numerosas donaciones piadosas, como 1.400 libras para fundar una misa baja perpetua en la iglesia de la Seu d’Urgell. O el testamento de Josep Moragues, destacado personaje de la guerra de Sucesión que fue ejecutado el 27 de marzo de 1715. O los tres de Jacint Verdaguer. En el primero deja 500 pesetas a cada uno de sus sobrinos; en el segundo cede su biblioteca al Seminario Conciliar de Barcelona, y, en el tercero, cambia a sus albaceas y herederos. O el de Santiago Salvador, autor del atentado del Liceu, redactado en capilla antes de que le dieran garrote vil, donde declara herederas universale­s a su esposa e hija.

La verdad es que casi todo el mundo, en algún momento de su vida, ha de pasar por el notario. Por una hipoteca, por un préstamo, hasta ahora te puedes casar y separar en sus despachos...Y, evidenteme­nte, es el lugar donde dejar patentes las últimas voluntades. Lo que no es tan conocido es que hasta el 2009 había otra posibilida­d: testar ante el rector de tu parroquia. Estaba regulado en el Código de Sucesiones y se derogó con el libro cuarto del Codi Civil de Catalunya, en el 2009. Entonces se dieron cuatro años para protocolar­izarlos todos. El plazo tuvo que ampliarse por su sorprenden­te número: en noviembre del 2014 se habían oficializa­do 40.723.

Pero, ¿cuándo es el final? ¿Cuando llega la muerte? No siempre es así. Aún en este momento quedan asuntos por decidir, muchas veces sobre aquellas pequeñas cosas que, aunque impercepti­bles, son las que verdad nos importan: aquel objeto, esa foto, una colección, nuestros amores... La vida no acaba con la muerte. La verdadera muerte es el olvido, cuando nadie se acuerda de que un día existimos, aunque siempre queda un rastro. A veces, en un testamento.

El notario anotó la muerte de Fernando el Católico sin hijos varones Jacint Verdaguer dictó tres documentos cambiando el legado y los albaceas Hasta el 2009 se podía testar ante el rector: se regulariza­ron más de 40.000 de este tipo

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Francesc Ferrer i Guàrdia. El pedagogo, injustamen­te acusado por la Setmana Tràgica, pasó sus últimas horas escribiend­o una emotiva declaració­n de inocencia
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Enric Prat de la Riba. El político testó poco después de casarse, y en su documento su afán era el bienestar de los hijos que pudiera tener el matrimonio
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