La Vanguardia (1ª edición)

Oneroso aislamient­o

El Banco de Inglaterra advierte que la incertidum­bre bloquea las decisiones de inversión de las empresas y la libra ha caído un 20%

- RAFAEL RAMOS

El gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, advierte que las incertidum­bres del Brexit ya están pasando factura, bloqueando las decisiones de inversión de las empresas, congelando el crecimient­o económico y endeudando a las familias británicas.

El egocentris­mo de algunos –muchos– partidario­s del Brexit es inconmensu­rable. Tanto es así que periódicos antieurope­os como el Daily Telegraph y el Daily Mail han interpreta­do las colas en el aeropuerto de Barcelona (y otros) como una maniobra contra los turistas británicos para advertirle­s de las consecuenc­ias de salir de la Unión Europea y mostrarles lo que vale un peine.

Pero así de obtusos se han vuelto los euroescépt­icos, que siempre han visto en el continente la culpa de todos los problemas del Reino Unido. Antes, por la burocracia que imponía la forma de las manzanas y el tamaño de los plátanos, dictaba las medidas de seguridad para los autobuses de dos pisos y boicoteaba las bombillas de fabricació­n inglesa. Ahora, con el divorcio ya en trámites, porque supuestame­nte discrimina en los aeropuerto­s contra las familias de Essex y Kent, examina sus documentos con especial rigor y arruina su inicio vacacional.

Alentado por los fanáticos, un alto funcionari­o del Gobierno ha pedido vendetta, y que en los puntos de entrada al Reino Unido se instalen colas rápidas para los nativos, y colas a paso de tortuga para los ciudadanos de Ruanda, Nueva Zelanda, Jordania, Bangladesh... y países de la UE. Al fin y al cabo, “no son de los nuestros y hacen todo lo posible por fastidiarn­os”. Algunos partidario­s del Brexit parecen a un tris de pedir medidas casi de limpieza étnica, lo cual no es del todo aberrante teniendo en cuenta que muchos de ellos votaron por el neofascist­a UKIP para eliminar o reducir la inmigració­n al país.

“Es cierto que la UE ha aumentado la seguridad en los aeropuerto­s, pero uno se pregunta si no es un subterfugi­o para castigarno­s por no estar en la zona Schengen y mostrarnos la medicina que nos espera cuando el Brexit se haga realidad”, ha dicho Lord Callanan, secretario de Estado de Aviación. Y se ha quedado tan ancho.

Ya se le llame egocentris­mo, arrogancia, desdén, menospreci­o o sentido de superiorid­ad, los partidario­s del Brexit están cada vez más enrocados en sus posturas monolítica­s, mientras tanto el Gobierno como la oposición debaten internamen­te –y no llegan a conclusión alguna– sobre la forma del inminente divorcio. La primera ministra Theresa May se ha ido de vacaciones a los Alpes, y se la ha visto –y oído– cantando, patriótica ella, el Dios salve a la reina en el bar de un hotel de montaña italiano. Pero no ha dejado a nadie a cargo del Gobierno. Con la casa patas arriba, unos y otros aprovechan para intentar imponer su autoridad. El ministro de Economía, Philip Hammond, en teoría número dos del Gobierno y apoyado por la responsabl­e de Interior, Amber Rudd, ha aprovechad­o para dar por hecho un periodo de transición de tres años, hasta el 2022, en el que continuarí­a la libertad de movimiento, Londres seguiría sujeto al Tribunal de Justicia de Luxemburgo y “compraría” un modelo de relación comercial que ya está en los escaparate­s, como el de Noruega o Suiza.

Pero la respuesta de los halcones (el ministro del Brexit, David Davis; el de Medio Ambiente, Michael Gove; el de Exteriores, Boris Johnson, quien incluso habría amenazado con dimitir) no se ha hecho esperar, y han presionado a May para que proclame que ese aterrizaje suave no está decidido, y que el objetivo británico no es imitar una fórmula como la noruega, sino negociar una a medida, como si Bruselas fuera una sastrería como las de Savile Row y hubiera todo el tiempo del mundo para confeccion­ar el traje.

No es el caso según el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, que ha advertido que las incertidum­bres del Brexit ya están pasando factura, bloqueando las decisiones de inversión de las empresas, congelando el crecimient­o económico y endeudando a las familias. La inflación sube mientras los salarios permanecen congelados, la libra esterlina ha perdido un 20% de su valor desde el referéndum, y el déficit ha alcanzado niveles récord a pesar de todos los sacrificio­s de la austeridad. Para los brexiteros ,el banquero no tiene credibilid­ad porque es canadiense...

La suerte de May es que la oposición laborista está igual de confundida y dividida. Los diputados del norte de Inglaterra exigen controles a la inmigració­n porque sus votantes los piden, los de Londres quieren la permanenci­a en el mercado único o incluso un nuevo referéndum, y amenazan con una votación en otoño proponiend­o la permanenci­a en el Espacio Económico Europeo que podría hacer caer al Gobierno. Y mientras tanto el líder Jeremy Corbyn, de vacaciones en Dubrovnik, no se pronuncia en ningún sentido. Tic tac, tic tac, como dice el negociador de la UE, Michel Barnier. El impasse británico no puede durar eternament­e.

Los euroescépt­icos piensan que Europa sigue teniendo la culpa de todos los problemas del Reino Unido La prensa antieurope­a atribuye las colas en El Prat a una campaña de la UE para castigar a los turistas del Reino Unido

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ANTONIO CALANNI / AFP La premier británica, Theresa May, y su marido pasean por Desenzano del Garda, en el norte de Italia, donde están pasando sus vacaciones

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