“Al menos estoy aquí”
Orlando Ortega, plata en Río, persigue su primer podio mundial sobre las vallas
Cuando le preguntan a Orlando Ortega, el hombre acostumbra a contestar:
–La plata olímpica en Río no nos cambió la vida.
Habla en plural porque se refiere a sí mismo y también a su hijo, Orlandito Ortega (25), que es quien corre.
Orlando es el padre. El padre y el entrenador.
Orlando Ortega, el padre, dice que su vida es la misma porque ambos siguen haciendo las mismas cosas. Comparten horas de entrenamiento en las pistas del INEF, en Madrid. Reparten las noches entre el apartamento del padre, en el barrio de Moncloa, a diez minutos a pie del INEF, y la residencia Blume, donde el chico come y duerme de lunes a viernes. Y se mantienen ambiciosos. Eso, al menos, lo cuenta el hijo, Orlandito, que atiende a la prensa en el hotel de la delegación española, junto a la Torre de Londres: –Sigo siendo muy ambicioso. Orlandito empezó a sentirse ambicioso en La Habana, que es de donde viene. Cuando era un niño y vivía en La Habana Vieja, pensaba brillar en algo. Quizás en el boxeo y el taekwondo.
–Sí, me gustaba boxear. Pero el atletismo tenía más presencia en casa. Cosas del padre. Y de la abuela. El padre había sido atleta. Un especialista de los 400 m vallas de nivel nacional. Y la abuela, Cristina Echevarría, eso ya era otro nivel. Había sido olímpica en México’68. Corría el relevo corto.
–Llegó a subirse al podio en los Juegos Panamericanos –dice Orlandito.
Con semejantes antecedentes, a Orlandito no le quedaba otra. Al atletismo que se fue.
Entró en el grupo del padre, que dirigía una escuela de vallistas en Cuba. El niño tenía doce años. El padre se encargó de él. Orlandito progresó. Era alto y elástico. Y extraordinariamente técnico. Y ambicioso.
Había importantes referentes a su alrededor. Entre ellos, Dayron Robles.
–En Cuba, todos queríamos ser como Robles –dice.
Y con razón. Robles fue campeón olímpico en Pekín 2008. Llegó a tener el récord del mundo (12s87). Se peleaba con Liu Xiang. Y con Allen Johnson.
Luego, Orlandito entendió que La Habana se le quedaba pequeña. –¿Qué le faltaba allí? –Nada –responde él, muy diplomático. –¿Y entonces...? –Un cambio de aires. La situación se tensó en los Mundiales de Moscú, en el 2013. Orlandito abandonó el hotel y apareció en Madrid.
–Lo tenía estudiado. Tenía ahorros, todo lo que necesitaba. Simplemente me fui.
Aterrizó en Guadalajara, y eso tiene sentido. Por allí suelen pasar los atletas cubanos. Gente como Lázaro Betancourt o Joan Lino. Iván Pedroso entrena allí a la venezolana Yulimar Rojas, favorita al oro en el triple salto.
Se lo rifaron varios clubs y ganó el Valencia Ontinyent. El mejor postor. Luego, en enero del 2016, llegó a España Orlando, el padre, y ambos se reunieron en Madrid. Crecieron juntos. La plata de Río le concedió una beca de 48.000 euros. Orlandito pretendía progresar aún más en este invierno, pero las cosas le salieron regular. Compitió mermado en el Europeo en sala: apenas pudo ser séptimo en los 60 m vallas.
Y ha llegado a Londres entre algodones, donde arranca la primera ronda de los 110 m vallas, hoy. Apenas cuenta con la novena marca del año (13s15). Le retrasó un problema de primer grado en los isquiotibiales.
–Pero no he venido a hablar de mis molestias. He venido a disfrutar. Por ahora estoy aquí.
LA MISMA VIDA “El podio de Río no nos ha cambiado en nada; seguimos trabajando”, dice el padre y entrenador
ÉXODO EN EL 2013 “Hace cuatro años decidí abandonar La Habana; necesitaba un cambio de aires”, dice el vallista