La Vanguardia (1ª edición)

“Al menos estoy aquí”

Orlando Ortega, plata en Río, persigue su primer podio mundial sobre las vallas

- SERGIO HEREDIA Londres. Enviado especial

Cuando le preguntan a Orlando Ortega, el hombre acostumbra a contestar:

–La plata olímpica en Río no nos cambió la vida.

Habla en plural porque se refiere a sí mismo y también a su hijo, Orlandito Ortega (25), que es quien corre.

Orlando es el padre. El padre y el entrenador.

Orlando Ortega, el padre, dice que su vida es la misma porque ambos siguen haciendo las mismas cosas. Comparten horas de entrenamie­nto en las pistas del INEF, en Madrid. Reparten las noches entre el apartament­o del padre, en el barrio de Moncloa, a diez minutos a pie del INEF, y la residencia Blume, donde el chico come y duerme de lunes a viernes. Y se mantienen ambiciosos. Eso, al menos, lo cuenta el hijo, Orlandito, que atiende a la prensa en el hotel de la delegación española, junto a la Torre de Londres: –Sigo siendo muy ambicioso. Orlandito empezó a sentirse ambicioso en La Habana, que es de donde viene. Cuando era un niño y vivía en La Habana Vieja, pensaba brillar en algo. Quizás en el boxeo y el taekwondo.

–Sí, me gustaba boxear. Pero el atletismo tenía más presencia en casa. Cosas del padre. Y de la abuela. El padre había sido atleta. Un especialis­ta de los 400 m vallas de nivel nacional. Y la abuela, Cristina Echevarría, eso ya era otro nivel. Había sido olímpica en México’68. Corría el relevo corto.

–Llegó a subirse al podio en los Juegos Panamerica­nos –dice Orlandito.

Con semejantes antecedent­es, a Orlandito no le quedaba otra. Al atletismo que se fue.

Entró en el grupo del padre, que dirigía una escuela de vallistas en Cuba. El niño tenía doce años. El padre se encargó de él. Orlandito progresó. Era alto y elástico. Y extraordin­ariamente técnico. Y ambicioso.

Había importante­s referentes a su alrededor. Entre ellos, Dayron Robles.

–En Cuba, todos queríamos ser como Robles –dice.

Y con razón. Robles fue campeón olímpico en Pekín 2008. Llegó a tener el récord del mundo (12s87). Se peleaba con Liu Xiang. Y con Allen Johnson.

Luego, Orlandito entendió que La Habana se le quedaba pequeña. –¿Qué le faltaba allí? –Nada –responde él, muy diplomátic­o. –¿Y entonces...? –Un cambio de aires. La situación se tensó en los Mundiales de Moscú, en el 2013. Orlandito abandonó el hotel y apareció en Madrid.

–Lo tenía estudiado. Tenía ahorros, todo lo que necesitaba. Simplement­e me fui.

Aterrizó en Guadalajar­a, y eso tiene sentido. Por allí suelen pasar los atletas cubanos. Gente como Lázaro Betancourt o Joan Lino. Iván Pedroso entrena allí a la venezolana Yulimar Rojas, favorita al oro en el triple salto.

Se lo rifaron varios clubs y ganó el Valencia Ontinyent. El mejor postor. Luego, en enero del 2016, llegó a España Orlando, el padre, y ambos se reunieron en Madrid. Crecieron juntos. La plata de Río le concedió una beca de 48.000 euros. Orlandito pretendía progresar aún más en este invierno, pero las cosas le salieron regular. Compitió mermado en el Europeo en sala: apenas pudo ser séptimo en los 60 m vallas.

Y ha llegado a Londres entre algodones, donde arranca la primera ronda de los 110 m vallas, hoy. Apenas cuenta con la novena marca del año (13s15). Le retrasó un problema de primer grado en los isquiotibi­ales.

–Pero no he venido a hablar de mis molestias. He venido a disfrutar. Por ahora estoy aquí.

LA MISMA VIDA “El podio de Río no nos ha cambiado en nada; seguimos trabajando”, dice el padre y entrenador

ÉXODO EN EL 2013 “Hace cuatro años decidí abandonar La Habana; necesitaba un cambio de aires”, dice el vallista

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