Una ciudad de campeonato
POCAS ciudades han recibido una invitación tan explícita para que organicen un gran acontecimiento deportivo como la que formuló el miércoles el presidente del atletismo mundial, Sebastian Coe, a las autoridades barcelonesas. “Barcelona sería una buena sede para el Mundial del 2023”, dijo quien fue el mediofondista más elegante de la historia y quien se perfila como un futuro presidente del COI. En cualquier ciudad con ambiciones globales se hubiera abierto enseguida un debate. Porque un Mundial de atletismo no es un acto menor. Durante una semana, los mejores atletas del mundo se dejan la piel sobre el estadio. En Londres, en los campeonatos que acaban hoy, no se han visto récords mundiales, pero sí finales épicas capaces de emocionar a cualquier aficionado. Y Londres ha podido mostrar otra vez al mundo su cara más amable y dinámica, dejando atrás el mal recuerdo de los atentados islamistas.
Sugeríamos hace unos días que a Barcelona le convendría levantar la mano y optar a los Juegos Olímpicos del 2032 como una estrategia para apuntalar su prestigio internacional y corregir ciertos signos de desgaste. El verano no ha sido positivo para la ciudad: la prensa internacional se ha cebado en ella por la turismofobia y por el funcionamiento tercermundista de su aeropuerto.
Aspirar al Mundial de atletismo del 2023 permitiría avanzar en esa estrategia de relanzar la ciudad, el mismo objetivo que se sigue con la candidatura a la Agencia del Medicamento. Barcelona tiene el estadio, la tradición atlética, la capacidad organizativa y la imaginación para adaptar un acontecimiento de estas características a su particular idiosincrasia. ¿Por qué no convocar de forma paralela al campeonato oficial una gran fiesta del deporte de base?
En definitiva: lo peor no sería volver a perderlosMundialesanteotracandidata, sino que Barcelona persistiera en su ensimismamiento y ni siquiera se planteara presentar candidatura.