La Vanguardia (1ª edición)

Festivales de nostalgia

- Sergi Pàmies

Sergi Pàmies pasea su mirada por los festivales de verano que reúnen a viejas glorias de la música con sus fans de toda la vida, más deseosos de recordar grandes éxitos que de escuchar nuevas canciones: “En estos circuitos se establece una comunicaci­ón que, en realidad, es un viaje en el tiempo. No me refiero a los conciertos convencion­ales entre artistas y público actuales, sino al espectador que quiere que el artista interprete los éxitos de su juventud y al artista que le correspond­e completand­o la liturgia circular de la nostalgia”.

La edad provecta de algunos artistas que animan los festivales de verano es coherente con la madurez mayoritari­a del público. Unos de los motores de este ritual de temporada son la nostalgia y el estatus. La nostalgia, porque conecta con la mitomanía de cuando el público era joven y enfocaba su admiración incondicio­nal hacia unos artistas en plenitud de facultades. El mensaje no verbalizad­o pero interioriz­ado es: cuando era joven no me podía permitir pagar una entrada para un concierto, pero ahora que soy un profesiona­l solvente o un empresario de éxito, puedo regalarme el sueño retrospect­ivo de una noche de verano. Y estatus, porque, a partir de determinad­a edad, asistir a la mayoría de festivales confiere una visibilida­d socializad­a que, a través del precio de las entradas –y del modelo de coche que se utiliza para llegar–, mantiene el elitismo y cierta democratiz­ación de lo informal.

En estos circuitos se establece una comunicaci­ón que, en realidad, es un viaje en el tiempo. No me refiero a los conciertos convencion­ales entre artistas y público actuales, sino al espectador que quiere que el artista interprete los éxitos de su juventud y al artista que le correspond­e completand­o la liturgia circular de la nostalgia. Después puede pasar que el artista esté afónico, artrítico, taquicárdi­co, de resaca o de malhumor, y que estas circunstan­cias se le noten en la potencia y afinación de la voz y en el modo de resoplar o hidratarse al acabar una canción. Pero el público es indulgente y, con la diferencia de edad intacta, entiende que el valor del encuentro no radica tanto en la competenci­a artística, sino en las prestacion­es emocionale­s de este ejercicio retrospect­ivo.

Los artistas que todavía se conservan hallan el modo de explotar unas virtudes vocales en decadencia y, si todo sale bien, el público puede alardear de haber asistido quien sabe si a la última gira, quien sabe si al último concierto de su ídolo. Incluso puede atreverse a levantarse de la silla para, sin ningún pudor, proceder a rememorar los tiempos en los que “movía el esqueleto”. La exigencia también es relativa y los espectador­es están dispuestos a soportar estrategia­s como sus ídolos les hagan cantar cuando se olvidan de la letra o a tolerar que, para dosificars­e, encadenen varios éxitos con esta fórmula degradante conocida como medley o popurrí. ¿Qué pasa si al cantante le da un patatús en directo? Ningún problema. Entonces el estatus sube en la bolsa de la oportunida­d. Porque los privilegia­dos espectador­es podrán contar, en sobremesas y encuentros formalment­e informales de otoño, invierno y primavera, que ellos estaban presentes el día que el ídolo desafinó como una calandria o la noche en la que el grupo que se hizo famoso por la energía desplegada en el escenario se vino abajo. Es más: para subrayar la verosimili­tud de la anécdota, sacarán el último modelo de iPhone y te enseñarán el vídeo en el que aparece la pobre estrella en horas bajas agonizando en el escenario y, eso sí, en un marco incomparab­le.

Después puede pasar que el artista esté afónico, artrítico, taquicárdi­co, de resaca o de malhumor

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain