Y la amenaza acabó en pacto
En 1962, Jruschov retiró sus misiles de Cuba y Kennedy, los suyos de Turquía
Eran entonces dos líderes muy distintos a Donald Trump y Kim Jong Un. Aunque Nikita Jruschov y John F. Kennedy no eran un par de intelectuales, tenían cierto conocimiento del mundo. A ambos les envolvía una situación, la guerra fría, creada por sus predecesores y en octubre de 1962 se enfrentaron a las consecuencias de la dinámica de disuasión en que se habían metido en razón de su cargo. Supieron salir de ella al cabo de trece días.
Estados Unidos sembraba Europa de armas nucleares (en Gran Bretaña, Alemania, Italia, Turquía, España también...) y la URSS respondía del mismo modo. La instalación de 36 misiles R-12 en Cuba respondía a esta lógica. Tenía como pretexto el reciente, fracasado intento norteamericano de invasión de la isla en la bahía de Cochinos y los planes que aún mantenía Washington y que Moscú había descubierto. Pero además, representaba una ventaja. La potencia nuclear de EE.UU. en términos de misiles y de capacidad de destrucción era mayor que la soviética . Por lo tanto, colocar proyectiles en Cuba era una oportunidad de oro: ponía Washington a tiro, y no de costosos misiles intercontinentales sino de cohetes de alcance medio. La iniciativa soviética venía a responder a la instalación de misiles Júpiter en Turquía –es decir, lo más cerca posible de Rusia– en 1959. Esta era la baza de Jruschov para una negociación que acabó aceptando Kennedy, algo a lo que no suele hacerse referencia: el ruso retiró sus armas de Cuba, pero el norteamericano también retiró las suyas de Turquía. Y se comprometió a no volver a intentar invadir la isla (tratar de asesinar a Fidel Castro no entraba en discusión, naturalmente).
Digamos que quien se la jugaba con lo que hiciera era Kennedy. El hecho de tener un arsenal mayor ya no contaba. Desde no hacer nada hasta lanzarse a la guerra total, en la Casa Blanca se barajaron muchas opciones, pero las intermedias, como un bloqueo naval de la isla –con el Caribe convertido en un hormiguero, incluido un submarino ruso equipado con misiles–, también acabarían conduciendo a una confrontación, concluyó el presidente.
En 1996 se desclasificaron grabaciones de las conversaciones en el despacho oval de la Casa Blanca. No tenían desperdicio. A diferencia de lo que ocurre ahora con Trump, los generales de Estado Mayor eran partidarios de algún tipo de acción militar, sobre todo el jefe de la Fuerza Aérea, Curtis Le May,el destructor de Tokio (“Sencillamente, no veo otra solución que la intervención inmediata” en Cuba, dijo). Y el secretario de Defensa, Robert McNamara. Este tuvo el cuajo de afirmar años después, en un documental, que no se enteró de que los R-12 estaban ya armados con cabezas nucleares hasta que habló con Fidel Castro en 1992.
Kennedy aceptó la propuesta de Jruschov a condición de que retirara primero sus misiles. Le salió bien. Los Júpiter de Turquía eran más o menos equivalentes a los R-12 pero EE.UU. estaba desarrollando ya los Polaris, embarcados en submarinos. Lógicamente, turcos y cubanos se sintieron manipulados y agraviados por el acuerdo.
Kennedy concluyó que todas las opciones eran malas y optó por renunciar a invadir o atacar la isla