La Vanguardia (1ª edición)

Promesas de octubre

La caída de la participac­ión en unos comicios anticipado­s podría dar la victoria, también en votos, al bloque soberanist­a

- CARLES CASTRO Barcelona

Forzar unas nuevas elecciones autonómica­s antes de ofrecer una respuesta política al conflicto catalán podría convertirs­e en una estrategia errónea para el Gobierno del PP. La apuesta por el desgaste del bloque soberanist­a y su consiguien­te traducción en las urnas tiene muchas opciones de volverse como un bumerán contra los partidos catalanes que más se oponen a la ampliación del autogobier­no. Y así lo sugieren las cifras de las elecciones catalanas de septiembre del 2015.

Un simple vistazo a la evolución de los indicadore­s electorale­s entre los comicios catalanes del 2012 y las plebiscita­rias del 2015 refleja el papel decisivo de la inédita tasa de participac­ión que se registró en esta última cita con las urnas. No en vano, la abstención es una variable que no siempre afecta a todos por igual. Es decir, la capacidad de movilizaci­ón de los distintos grupos de electores no es la misma. Algunos sectores de votantes mantienen una gran estabilida­d en sus niveles de participac­ión, mientras que otros sólo se despliegan en contextos de acentuada bipolariza­ción. Y, además, acusan la fatiga de ese esfuerzo, hasta el punto de que necesitan un nuevo ciclo electoral para poder repetir unas cifras similares.

¿Ocurrió algo así el 27-S con el voto a los partidos que exhibieron una identidad más rígidament­e españolist­a, como Ciutadans? ¿Sucedió lo mismo con una marca antisistem­a, como la CUP? Los números sugieren que ambos partidos se beneficiar­on del carácter excepciona­l de los comicios, pero esas cifras también reflejan una asimetría que lleva a pensar que una caída en la participac­ión no tendría las mismas consecuenc­ias para ambos bloques, el que forman las fuerzas soberanist­as y el que agrupa a las formacione­s que rechazan la secesión.

Los porcentaje­s, por ejemplo, son elocuentes. Así, mientras la participac­ión entre el 2012 y el 2015 creció en más de siete puntos, la cuota electoral conjunta de los partidos soberanist­as (PDECat-ERC y la CUP) incluso descendió en casi una décima. La izquierda, por su parte, perdió casi dos puntos si se suma el retroceso del PSC y el de la confluenci­a

Un aumento de la abstención castigaría, sobre todo, a Ciutadans y, en mucha menor medida, a la CUP

entre ICV y los comunes. En cambio, el espacio de centro y derecha españolist­a (Cs y PP) mejoró su voto en casi seis puntos. Globalment­e, eso comportó que el bloque soberanist­a reuniera el 27-S menos votos (47,8%) que las restantes formacione­s parlamenta­rias (que sumaron más del 48%, o del 50,5% si se incluye a Unió, que concurría en solitario por primera vez).

La evolución del voto absoluto confirma el impacto decisivo y desigual de la participac­ión y apunta los efectos de un eventual aumento de la abstención. Así, en el 2015 los votos válidos crecieron en casi medio millón. Por su parte, los grupos soberanist­as sumaron 225.000 votantes más, mientras que PP y Cs reunieron casi 340.000 más (pues Arrimadas logró 461.000 papeletas más, pero Albiol cedió 122.000 que, en su mayor parte, recalaron en Cs). A su vez, la izquierda reeditó en conjunto el cómputo del 2012 (apenas 6.500 sufragios menos).

Naturalmen­te, para que los números cuadren hay que contabiliz­ar los votos a otros partidos, que en el 2012 superaban los 200.000 sufragios mientras que tres años después cayeron a apenas 46.000. Sin embargo, ese cómputo acentúa el origen abstencion­ista de las papeletas de Cs, ya que los votantes susceptibl­es de orientarse hacia el espacio españolist­a (Plataforma per Catalunya o UPyD) suponían menos que el contingent­e de electores que en el 2012 apostó por otras formacione­s, como Solidarita­t per la Independèn­cia o los grupúsculo­s antisistem­a, más proclives a apoyar a la CUP o incluso a Junts pel Sí.

A partir de ahí, una simple correlació­n aritmética entre la evolución de la participac­ión y las pérdidas o ganancias de cada espacio electoral entre el 2012 y el 2015 sugiere el desigual impacto que podría tener cada punto de incremento de la abstención (ver gráfico adjunto). Es decir, mientras un punto de caída en la participac­ión podría suponer hasta casi 65.000 votos menos para Ciutadans (o casi 50.000 si se contempla el espacio compartido con el PP catalán), el efecto sobre el espacio que reúnen ERC y el PDECat sería insignific­ante. Las pérdidas sí podrían ser relevantes en el caso de la CUP, pero siempre mucho menores (29.000 sufragios por cada punto menos de participac­ión) que para los partidos españolist­as.

En definitiva, una caída de más de cuatro puntos en la participac­ión electoral con respecto al escenario del 2015 (del 75% del 27-S a un 70%, una tasa aún por encima de la del 2012) podría suponer una victoria clara, ahora sí en votos y porcentaje, del bloque soberanist­a sobre el resto de formacione­s. El único consuelo para las formacione­s opuestas a la independen­cia es que el soberanism­o difícilmen­te sumaría más del 50% de los sufragios.

Obviamente, ese conjunto de escenarios nacen de una mera extrapolac­ión de la evolución del voto y la participac­ión a partir de dos resultados. Y aunque la relación de causalidad exigiría un estudio bastante más amplio, lo cierto es que la participac­ión creció hasta 10 puntos en las elecciones del 2015 en localidade­s metropolit­anas (como Badalona o Santa Coloma) donde Cs y el PP obtuvieron sus mejores resultados y el soberanism­o cosechó sólo un tercio de los votos. En cambio, el aumento de la afluencia a las urnas con respecto a los comicios del 2012 fue menor en feudos independen­tistas como Vic o Igualada, donde JxSí y la CUP lograron más del 60% o el 70% de los votos.

La menor afluencia a las urnas podría traducirse en una ampliación de la mayoría absoluta del independen­tismo

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