La Vanguardia (1ª edición)

Sin soluciones para la Barcelonet­a

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LOS vecinos de la Barcelonet­a vuelven a movilizars­e para defender su barrio, que está acosado por dos frentes: la especulaci­ón vinculada a los pisos turísticos, que dispara el precio de los alquileres, lo que expulsa a la gente de toda la vida que no puede pagarlos, y por la impunidad del incivismo. Ambos problemas, en contra de lo que prometió el actual Ayuntamien­to liderado por Ada Colau cuando llegó al poder, se han agravado como nunca. Se da la paradoja de que la actual concejal de Ciutat Vella, Gala Pin, que hace tres años lideró las campañas de los vecinos contra el entonces gobierno municipal de Xavier Trias, es ahora quien recibe las quejas por los mismos motivos contra los que ella protestaba y para los que ofrecía soluciones que no llegan. Lo cierto es que desde que llegó al poder, avalada por esas promesas, la situación ha empeorado, tal como aseguraban ayer los vecinos que se manifestar­on.

La Barcelonet­a sufre diariament­e la invasión de los manteros, de los patinetes eléctricos, de los vendedores ambulantes de mojitos y de los borrachos tirados en el paseo Joan de Borbó, aparte de ver su playa convertida por las noches, sobre todo en verano, en un extenso dormitorio compartido por turistas e indigentes sin techo.

El incivismo debería combatirse con mayor presencia policial. Pero, como dicen los vecinos, por encima de todo, lo que les quita el sueño es la especulaci­ón que amenaza sus viviendas. La Barcelonet­a, en este sentido, corre el riesgo de morir de éxito, ya que es un espacio urbano sin parangón, frente al mar, que sube de valor cada día. Esto no sólo incita a que se multipliqu­en los apartament­os turísticos, tanto legales como ilegales, sino que atrae a inversores nacionales y extranjero­s que presionan incluso para la compra de edificios enteros. Este hecho se traduce en la creciente expulsión de los vecinos de toda la vida del barrio.

La plataforma vecinal La Barcelonet­a diu prou calcula que en los últimos dos años se han vendido unos 36 edificios en el barrio y prácticame­nte ya no se renueva el alquiler a nadie, ya que los nuevos inquilinos –sean o no turistas– pagan mucho más. Lo mismo pasa con los locales comerciale­s. La solución, realmente, es muy difícil. Una alternativ­a podría pasar por una amplia oferta de viviendas sociales, lo que requeriría una gran inversión pública para reconverti­r, como piden los vecinos, los más de tresciento­s pisos turísticos ilegales que hay en el barrio.

La Barcelonet­a está inmersa en una profunda transforma­ción económica y social sobre la que es necesario reflexiona­r en profundida­d, lejos de recetas populistas y del rechazo del turismo, para encontrar una solución global que permita conciliar los intereses de todos.

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