Nostalgia del cruasán
Algunos detalles de la buena vida han cambiado muchísimo en pocos años. No hace mucho, un par de cruasanes y un café con leche conformaban un desayuno burgués y cosmopolita. Un delicioso comienzo del día. Un símbolo de estatus. Un ideal francés, de cuando París todavía valía una misa y, antes de pasar por el Louvre o el Beaubourg, desayunábamos café au lait avec croissant en el Flore, como si junto a aquella dulce ingesta degustáramos también la obra completa de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir.
El cruasán era el lujo que algunos reservábamos para el domingo. Presidía la mañana festiva junto con el aroma de la leche y el café (un olor que siempre promete más que lo que da) y con la imprescindible compañía del olor a tinta de diario. Una mañana de sueño largo, unos cruasanes de hojaldre, a la vez suaves y crujientes, y unas horas de plácida lectura cerca de una soleada ventana resumían el bienestar dominical. Pero ahora los periódicos de papel resisten heroicamente, las nerviosas pantallas del teléfono dispersan sin cesar nuestra atención, y los cruasanes piden perdón por traernos el abominable colesterol y las terribles grasas saturadas.
¿Por qué los mórbidos bocados al dulce hojaldre en forma de media luna se han convertido en una actividad condenable? ¿Como fue que los cruasanes pasaran del ideal al anatema? Formaban parte del simbolismo burgués y del confort europeo y ahora son el símbolo de los excesos que avergüenzan a los nuevos ideales: la salud, la dieta equilibrada y las esforzadas matinales de domingo dedicadas al running o la bicicleta de montaña.
Del mismo modo que hay un colesterol bueno y uno malo, también hay riesgos buenos y malos. Ya pueden descender a toda velocidad los ciclistas por senderos de frenético desnivel al borde de peligrosísimos precipicios, ya pueden avanzar los corredores de alta montaña, al estilo Kilian Jornet, bordeando vertiginosos acantilados de piedra, ya pueden ponerse en riesgo, que recibirán aplausos. Aunque se jueguen la vida en cada descenso, aunque pongan en peligro huesos y articulaciones, serán elogiados por su devota práctica de la religión de la salud. En cambio, aquellos que todavía no han renunciado al cruasán matinal ya pueden prepararse a pasar a la clandestinidad: la religión de la salud los condena al colesterol eterno. Llenarse la barriga obscenamente de cruasanes en los cafés pronto estará mal visto. De momento sólo es tendencia, pero acabará siendo una exigencia dedicar los domingos por la mañana a sudar deportivamente.
El esfuerzo agónico del atleta se ha convertido en un ideal de vida prácticamente obligatorio, mientras que la dulce inmovilidad de las matinales con periódico, croissant y cremosa leche con café se ha convertido en irrefutable prueba de una forma de vida peligrosa y decadente. Desengañémonos: en el mundo actual tiene mucho más prestigio el agrio sudor que la dulce mantequilla.
En el mundo actual tiene mucho más prestigio el agrio sudor que la dulce mantequilla