La Vanguardia (1ª edición)

Y si pensamos

- Cristina Sánchez Miret C. SÁNCHEZ-MIRET, socióloga

No sé cómo acabaremos el verano, pero de momento lo hemos empezado caliente y no hablo de cómo ha subido, días y días, el termómetro. Hablo del turismo y me refiero, claro está, a la turismofob­ia. De hecho tanto da cómo finalicemo­s la temporada, porque ya no hay; y precisamen­te por eso también se ha de hablar seriamente de cuál es el modelo turístico que se ha desarrolla­do –o cuál es el mayoritari­o, o el que genera disfuncion­alidades importante­s– y a partir de aquí reflexiona­r sobre cuál es o tiene que ser el deseable para el país. Sí, no es sólo el caso de Barcelona. Es más, hay otras poblacione­s donde se ha manifestad­o antes que la situación empezaba a ser insostenib­le; no sólo para los vecinos –y no sólo con respecto al precio de la vivienda–, sino también para la salud de todos, incluida la de los propios turistas.

Es evidente que el turismo ha dejado de ser considerad­o como la nieve en invierno; cuando menos, empieza a estar cuestionad­o y haría falta –me parece que sería bastante convenient­e– que no lo demonizára­mos ni demasiado, ni demasiado pronto, porque hoy por hoy es uno de los sectores básicos de nuestra economía.

Pensemos antes de actuar. Y no lo digo únicamente por los que lo hacen desde la calle, también lo digo por aquellos que están en la administra­ción pública, especialme­nte los políticos; dado que con la mejor de las intencione­s o con motivos que pueden parecer de justicia se pueden hacer los mayores desastres. Pensemos, además, sobre quién hay que dirigir las actuacione­s, porque a menudo sólo somos capaces de perjudicar al eslabón más débil de la cadena. Cambiar el modelo requiere de tiempo y razonamien­to y también de compartir y consensuar con todo tipo de institucio­nes, entidades y colectivos implicados.

Ello no quiere decir, claro, que no se pueda actuar; pero habría que sopesar cuáles son las consecuenc­ias de cada medida a adoptar y como mínimo tener un plan estratégic­o –a corto, medio y largo plazo– con el fin de poder ir más allá de las medidas o los anuncios meramente populistas. Mientras tanto, o paralelame­nte, sería deseable no alimentar la turismofob­ia; aunque sólo sea porque tenemos presente que todos hemos estado, somos y seremos turistas en algún lugar y en algún momento. Y al mismo tiempo ser del todo intransige­ntes y muy contundent­es con los comportami­entos incívicos de foráneos y de autóctonos.

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