Y si pensamos
No sé cómo acabaremos el verano, pero de momento lo hemos empezado caliente y no hablo de cómo ha subido, días y días, el termómetro. Hablo del turismo y me refiero, claro está, a la turismofobia. De hecho tanto da cómo finalicemos la temporada, porque ya no hay; y precisamente por eso también se ha de hablar seriamente de cuál es el modelo turístico que se ha desarrollado –o cuál es el mayoritario, o el que genera disfuncionalidades importantes– y a partir de aquí reflexionar sobre cuál es o tiene que ser el deseable para el país. Sí, no es sólo el caso de Barcelona. Es más, hay otras poblaciones donde se ha manifestado antes que la situación empezaba a ser insostenible; no sólo para los vecinos –y no sólo con respecto al precio de la vivienda–, sino también para la salud de todos, incluida la de los propios turistas.
Es evidente que el turismo ha dejado de ser considerado como la nieve en invierno; cuando menos, empieza a estar cuestionado y haría falta –me parece que sería bastante conveniente– que no lo demonizáramos ni demasiado, ni demasiado pronto, porque hoy por hoy es uno de los sectores básicos de nuestra economía.
Pensemos antes de actuar. Y no lo digo únicamente por los que lo hacen desde la calle, también lo digo por aquellos que están en la administración pública, especialmente los políticos; dado que con la mejor de las intenciones o con motivos que pueden parecer de justicia se pueden hacer los mayores desastres. Pensemos, además, sobre quién hay que dirigir las actuaciones, porque a menudo sólo somos capaces de perjudicar al eslabón más débil de la cadena. Cambiar el modelo requiere de tiempo y razonamiento y también de compartir y consensuar con todo tipo de instituciones, entidades y colectivos implicados.
Ello no quiere decir, claro, que no se pueda actuar; pero habría que sopesar cuáles son las consecuencias de cada medida a adoptar y como mínimo tener un plan estratégico –a corto, medio y largo plazo– con el fin de poder ir más allá de las medidas o los anuncios meramente populistas. Mientras tanto, o paralelamente, sería deseable no alimentar la turismofobia; aunque sólo sea porque tenemos presente que todos hemos estado, somos y seremos turistas en algún lugar y en algún momento. Y al mismo tiempo ser del todo intransigentes y muy contundentes con los comportamientos incívicos de foráneos y de autóctonos.