La Vanguardia (1ª edición)

El barrio de la Barcelonet­a saca de nuevo el hacha de guerra

El miedo a perder la vivienda reaviva el espíritu de aquella revuelta vecinal de tres años atrás

- LUIS BENVENUTY Barcelona

Hace tres años tal día como ayer los vecinos de la Barcelonet­a dijeron ya basta. En una espontánea asamblea celebrada en la plaza del mercado fundaron la plataforma ciudadana “La Barcelonet­a diu prou”. Y luego sacaron centenares de personas a las calles del barrio más marinero de Barcelona, montaron scratches frente a los pisos turísticos ilegales que más molestaban, orquestaro­n manifestac­iones una semana tras otra... En estos momentos mucha gente de este lado de la ciudad tiene la sensación de que tiene que recuperar aquel espíritu del 2014 y redoblar sus protestas. Sí, los vecinos de la Barcelonet­a están muy hartos de los segways, de los vendedores ambulantes de mojitos y de los guiris bebidos despatarra­dos en el paseo Joan de Borplaza? bó. Pero lo que de verdad les angustia y quita el sueño son las furgonetas de cristales tintados que llevan a inversores extranjero­s de excursión, a mirar inmuebles de un solo propietari­o, a calcular a ojo si en ese hueco cabe un ascensor, si acaso ese muro podría tirarse para convertir los pisos en apartament­os... Ahora, aquí, en la Barcelonet­a, lo que más miedo da, es que te echen de tu casa.

Lluís Armengol y su madre sospechan que el edificio donde viven frente al mercado de la Barcelonet­a haya sido finalmente vendido a un fondo de inversione­s que antes o después se empeñará en que se marchen para convertir su vivienda en uno o dos apartament­os de alto standing. La madre de Armengol se instaló aquí a finales de la década de los 50. Hoy día pagan unos 300 euros de alquiler. Durante el último año no cesaron de visitar la finca hombres de negocios acompañado­s de abogados y arquitecto­s. “Es como si se metieran con una cinta en tu casa y midieran tus muebles. Este edificio es una golosina porque es uno de los pocos del barrio que tiene viviendas de cuatro habitacion­es”. Y un buen día, no hace mucho tiempo, de repente... ¡dejaron de venir! “Ya sólo quedamos tres pisos de renta antigua. Antes todos los vecinos eran comerciant­es del barrio. El propietari­o fue vaciando la finca poco a poco para poder alquilar las viviendas por temporada. Los nuevos

“Nos están echando del barrio y de la ciudad”, afirman en las asociacion­es vecinales

inquilinos apenas viven aquí seis meses. Y de este modo se deshace la vida de barrio”.

Al otro lado de la plaza, la vendedora de cupones miembro de la combativa L’Òstia Lourdes López explica que hasta seis clientes suyos le dijeron esta semana que recibieron un burofax que les informa de que su casero no les renovara su contrato de alquiler. Además, los cazaedific­ios, los intermedia­rios que buscan inmuebles de un solo propietari­o a cambio de una comisión, desquician a la gente. Aquí no sólo cuelgan carteles en las farolas y meten notas en los buzones. En la Barcelonet­a también llaman a las puertas para comprobar cómo de viejos son los inquilinos. “La gente está muy caldeada –asegura López–. La sensación es que cada vez vamos a peor, que al final nos echarán a todos del barrio. ¿Ve ese edificio marrón de enfrente, el más alto de Pues lo compraron entero hace algo más de un año. Y una vez vacío lo convirtier­on en apartament­os de menos de 30 m2 que alquilan por unos 900 euros al mes. Sólo entran guiris con tablas de surf. Te lo digo yo que tengo el

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LLIBERT TEIXIDÓ Mojitos para todos. Un vendedor ambulante ofrece mojitos en el muy transitado paseo Joan de Borbó
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