El espacio, un aliado para entender la realidad
La experta Marina Such, autora de ‘Guía del seriéfilo galáctico’, analiza las ‘space operas’ que han ayudado a interpretar el mundo en el que vivimos
Las personas muchas veces necesitan emplear metáforas para comunicarse. Es una forma de explicar un concepto sin tener que ser excesivamente directos, ya sea porque el significado resulta incómodo de abordar o directamente difícil de transmitir.
En este sentido, la ciencia ficción es la metáfora perfecta para hablar de la realidad, sobre todo las space operas o series que se desarrollan más allá del planeta Tierra. “Son terreno abonado para hacer comentarios sociales que de otra manera los guionistas no podrían hacer”, afirma Marina Such, periodista especializada en la ciencia ficción, que acaba de publicar Guía del seriéfilo galáctico: 50 series imprescindibles de ciencia ficción (Dolmen Editorial). Como no presentan una realidad inmediata, se pueden permitir análisis más críticos.
Hay que partir de la base que las series no se crean en un vacío. “El creador no puede evitar estar rodeado de un clima social, político y unas circunstancias personales”, explica Such. Un caso es el de Babylon 5 (1993-1998), creada por J. Michael Straczynski, donde la guerra de los Balcanes permeaba en los arcos argumentales. El título hacía referencia a la estación espacial donde se desarrollaban las tramas, una especie de Naciones Unidas del universo controlada por la Tierra, donde hay gobierno con cada vez más tintes totalitarios. A partir de la segunda temporada se desarrolla- rían conflictos bélicos entre dos razas, los Centauri y los Narn, con connotaciones genocidas. “Debajo del aspecto que tenían los extraterrestres y de los decorados baratillos, la serie se tomaba muy en serio las temáticas políticas y religiosas”, defiende la periodista, que se aficionó a la ciencia ficción de la mano de Star Wars y Expediente X, y que opina que hay cierto esnobismo con respecto el género por “los maquillajes un poquito locos” de las primeras series de extraterrestres. Mientras los Narn pedían ayuda al consejo de Babylon 5 para evitar el genocidio de su raza, en los telediarios se hablaba de la masacre de Srebrenica liderada por el general Ratko Mladic en un territorio declarado seguro por las Naciones Unidas, bajo protección de cascos azules holandeses. El objetivo era exterminar los hombres bosnios musulmanes y se asesinaron más de 8.000 personas.
Esta interpretación tan acertada y preocupante de la actualidad era
“Son terreno abonado para hacer comentarios sociales que de otra manera los guionistas no podrían hacer”
el reverso pesimista de Star Trek (1966-1969), el clásico de Gene Roddenberry que no podía faltar en la guía seriéfila. El progreso tecnológico y el programa Apolo lanzado por el presidente John F. Kennedy habían contagiado de optimismo la visión de Roddenberry. Mientras el presente estaba marcado por el movimiento por los derechos civiles de los afroamericanos, la guerra fría y la guerra del Vietnam, él proponía un futuro donde los ciudadanos lucharían juntos por el bien común. “Había un oficial ruso (Pavel Chekov), una mujer negra (Nyota Uhura) en un puesto de responsabilidad y Spock era medio-alien”, recuerda Such. Hasta se podría comentar esta mezcla de Spock como una metáfora de la birracialidad en EE.UU. donde el matrimonio interracial no estuvo legalizado del todo por el Tribunal Supremo hasta 1967.
Esta obsesión por mantener el optimismo a toda costa impidió que se explorasen conflictos con más
“‘Battlestar Galactica’ criticaba las normativas de la administración de Bush para combatir el terrorismo”
intensidad en las expansiones del universo trekkie: “El guionista Ron D. Moore dijo que se había frustrado en Espacio Profundo 9 porque querían contar las consecuencias de las guerras en la estación espacial, adentrarse en un terreno más político, y no podían por el legado de Roddenberry”. Pero Moore tuvo la oportunidad de desarrollar su propia space opera con el remake de
Battlestar Galactica (2004-2009), cuyo punto de partida era la posible extinción humana después de que las máquinas, los cylon, se rebelasen. “Pudo criticar muchas normativas de la administración Bush para luchar contra el terrorismo y que consistían en reducir las libertades civiles en aras de la seguridad”, explica Such, que recomienda este título también por la “retórica del otro”. Como hay modelos de robots que son de carne y hueso como cualquier humano, los supervivientes se esfuerzan en deshumanizar el enemigo, llamándolos tostadoras, y planteándose el genocidio como opción válida para derrotar los cylon. Se podía pensar tanto en la comunidad musulmana después del 11 de septiembre como los ciudadanos estadounidenses de origen japonés después de la Segunda Guerra Mundial.
No solamente hay que mirar series pasadas. The Expanse, basada en una saga de James S.A. Corey y desarrollada por Mark Fergus y Hawk Ostby, puede interpretarse como una versión galáctica del Germinal de Émile Zola, en cuanto a crítica de la desigualdad: “Hay tensiones en la relación entre la Tierra y Marte pero en el cinturón de asteroides vive la clase obrera, con una esperanza de vida menor y donde el trabajo es heredado, una teoría de la revolución industrial”, dice de la serie cuya primera temporada se puede ver en Netflix. Y Dark Matter, que emite el canal SyFy, mete en el dedo en la llaga del capitalismo salvaje, las oligarquías y el afán de monopolio de las multinacionales: “Se nota que es hija de su tiempo en el sentido que los villanos son grandes corporaciones que dominan toda la galaxia”.
Ahora Such tiene curiosidad por ver Star Trek: Discovery, la precuela que pretende mostrar la guerra contra los Klingon: “Puede ser interesante ver cómo se tienden puentes entre unas razas y otras, ya que en las series modernas están aceptados como parte de la tripulación de la federación de planetas”. También considera una declaración de intenciones que el personaje protagonista sea una mujer negra, la actriz Sonequa Martin-Green (The
walking dead), y que no sea la capitana de la nave. La ciencia ficción permite distanciarse tanto de la realidad que se convierte en la mejor arma para abordarla.