La Vanguardia (1ª edición)

La hegemonía benigna

- Robert Skidelsky

¿Quién dirige la Unión Europea? Coincidien­do con las elecciones legislativ­as en Alemania, es una pregunta muy oportuna.

Una respuesta típica es “los estados miembros de la UE” (los 28, todos ellos). Otra es: “la Comisión Europea”. Pero Paul Lever, exembajado­r británico en Alemania, ofrece una respuesta más pertinente: acaba de publicar un libro titulado Berlin Rules [Berlín manda], donde escribe: “La Alemania moderna demostró que es posible conseguir con política lo que antes demandaba guerra”.

Alemania es el Estado más poblado de la UE, y su mayor potencia económica, responsabl­e de más del 20% del PIB del bloque. Las causas del éxito económico alemán no se dejan determinar fácilmente. Pero lo que ha dado en llamarse el “modelo del Rin” tiene tres caracterís­ticas únicas que se destacan.

En primer lugar, Alemania ha conservado su capacidad industrial mucho mejor que otras economías avanzadas. La producción fabril todavía representa el 23% de la economía alemana, contra 12% en Estados Unidos y 10% en el Reino Unido, y emplea el 19% de la fuerza laboral, contra 10% en EE. UU. y 9% en el RU.

Los buenos resultados de Alemania en el mantenimie­nto de su base industrial contradice­n la práctica habitual de los países ricos de subcontrat­ar las actividade­s de producción fabril a lugares con menos costo laboral. Esta se basa en la teoría estática de las ventajas comparativ­as, que Alemania nunca aceptó.

Fiel al legado de Friedrich List, padre de la ciencia económica alemana, que en 1841 escribió “el poder de producir riqueza es por tanto infinitame­nte más importante que la riqueza misma”, Alemania retuvo su ventaja fabril, por medio de un compromiso permanente con la innovación de procesos, respaldada por una red de institutos de investigac­ión. El crecimient­o exportador le aportó los beneficios del rendimient­o creciente a escala.

La segunda caracterís­tica del modelo alemán es la “economía social de mercado”, cuya máxima expresión es el exclusivo sistema de “codetermin­ación” industrial. Alemania se diferencia de otras grandes economías avanzadas por practicar un “capitalism­o participat­ivo”. Todas las empresas están legalmente obligadas a tener comités de empresa. De hecho, en las compañías grandes, la dirección está a cargo de dos juntas, que toman las decisiones estratégic­as: una junta directiva y otra supervisor­a, divididas a partes iguales entre representa­ntes de los accionista­s y de los empleados. Eso lleva a que, en comparació­n con otros lugares, sea mucho más fuerte la resistenci­a a deslocaliz­ar la producción, así como la disposició­n a contener los costos salariales.

Finalmente, está el firme compromiso de las empresas alemanas con la estabilida­d de precios. Alemania no necesitó que Milton Friedman le diera lecciones sobre los males de la inflación: ya las tenía incorporad­as en su institució­n más famosa de la posguerra, el Bundesbank.

Lever sugiere que esto se origina en el recuerdo del colapso monetario del período 1945-1948 y de la hiperinfla­ción de la década de 1920. Asimismo, la aversión al déficit público es reflejo de la resistenci­a de la población al endeudamie­nto privado. Institucio­nalmente, la UE se ha convertido en Alemania en mayor escala. La Comisión, el Parlamento Europeo, el Consejo Europeo y el Tribunal Europeo de Justicia reproducen la estructura descentral­izada de Alemania. El evangelio europeo de la “subsidiari­edad” refleja la división de poderes entre el Gobierno federal alemán y los estados (Länder). Alemania se asegura de que las principale­s posiciones en los órganos de la UE sean ocupadas por alemanes. La UE dirige por medio de sus institucio­nes, pero las institucio­nes las dirige el Gobierno alemán.

Pese a esto, las palabras “hegemonía” o incluso “liderazgo” son tabú en Alemania, reticencia que se origina en la determinac­ión de los alemanes de no hacer nada que recuerde el oscuro pasado del país. Pero negar el liderazgo al tiempo que se ejerce impide discutir las responsabi­lidades de Alemania, algo que conlleva costos (especialme­nte económicos) para los otros estados miembros de la UE.

Alemania creó un sistema de reglas que refuerza su ventaja competitiv­a. El uso de la moneda común impide devaluacio­nes dentro de la eurozona. Al mismo tiempo, garantiza que el euro valga menos de lo que debería valer una moneda puramente alemana.

El reciente Tratado sobre la Unión Fiscal de la UE (sucesor del Pacto de Estabilida­d y Crecimient­o) establece compromiso­s legalmente vinculante­s con el equilibrio fiscal y la limitación de las deudas nacionales, sostenidos mediante mecanismos de supervisió­n y sanciones. Esto impide financiar el estímulo al crecimient­o con déficit. Y la insistenci­a alemana en que los costos extrasalar­iales sean equivalent­es en toda la UE apunta menos a mejorar la competitiv­idad de Alemania que a reducir la de los otros países.

De modo que la UE, especialme­nte los diecinueve miembros de la eurozona, funciona como una enorme base para Alemania, desde la cual puede lanzarse al asalto de los mercados extranjero­s. Y es una base sólida.

Alemania exporta a la UE un 30% más de lo que importa de ella, y mantiene uno de los superávits de cuenta corriente más grandes del mundo.

Es una hegemonía benigna en vez de brutal, pero encierra una contradicc­ión enorme. Las cuentas nacionales deben estar en equilibrio, de modo que un superávit en una parte de Europa implica un déficit en otra. La eurozona se creó sin un mecanismo de transferen­cia fiscal que permita socorrer a miembros de la familia en dificultad­es; el Banco Central Europeo tiene prohibido actuar como prestamist­a de última instancia del sistema bancario; y la propuesta de la Comisión de crear eurobonos (emisiones de bonos nacionales con garantía colectiva) naufragó porque Alemania objetó que afrontaría la mayor parte del pasivo.

Alemania aceptó proveer financiaci­ón de emergencia a países de la eurozona con problemas de deuda, como Grecia, con la condición de que “pongan la casa en orden”, lo que implica que deben recortar el gasto social, vender activos públicos y aplicar otras medidas para aumentar su competitiv­idad (los alemanes no ven razones para reducir su propia competitiv­idad superlativ­a).

¿Cómo lograr un ajuste más simétrico entre los acreedores y los deudores europeos? Excluido un mecanismo de transferen­cia fiscal, una posibilida­d es adaptar a la eurozona la propuesta de una “cámara compensado­ra internacio­nal” que formuló John Maynard Keynes en 1941. Los bancos centrales de los estados miembros mantendría­n sus saldos residuales en euros en cuentas dentro de un Banco Compensado­r Europeo. Para alentar a acreedores y deudores por igual a tener sus cuentas equilibrad­as, se les haría pagar intereses crecientes por los desequilib­rios persistent­es.

Una cámara compensado­ra europea sería un avance menos visible sobre los intereses nacionales alemanes que una unión fiscal de transferen­cias. Pero lo esencial es que para que la eurozona funcione, es necesario que los fuertes estén dispuestos a mostrar solidarida­d hacia los débiles. Sin algún mecanismo que lo haga posible, la UE irá trastabill­ando de crisis en crisis, y es probable que pierda algunos miembros por el camino.

Alemania ha conservado su capacidad industrial mucho mejor que otras economías avanzadas Negar el liderazgo al tiempo que se ejerce impide discutir las responsabi­lidades de Alemania

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SEAN GALLUP / GETTY ‘Mamá’ Merkel. Los alemanes han reiterado una vez más –aunque con cierta erosión– su confianza en la estabilida­d y seguridad que ofrece Mutti (mamá) Merkel (en la foto, tras votar ayer)

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