La Vanguardia (1ª edición)

Agravar la herida

- Francesc-Marc Álvaro

Algo muy importante sucedió el miércoles en Catalunya: el asedio –tomo la palabra del editorial de La Vanguardia– de los poderes del Estado a las institucio­nes catalanas provocó la indignació­n –quizás también la desconexió­n– de muchas personas hasta ahora poco o nada interesada­s en la independen­cia. Es un cambio de rasante. Se puede notar que la desafecció­n –el president Montilla fue el primero en hablar de ello– está creciendo como reacción a las medidas excepciona­les que el Gobierno Rajoy y los tribunales han puesto en marcha y que –se admita o no– constituye­n una suspensión de la autonomía por la puerta de atrás.

El desorbitad­o despliegue policial y la insistenci­a en calificar como “tumultos” las manifestac­iones pacíficas indican claramente que el PP –con apoyo del PSOE y de C’s– ha errado el diagnóstic­o en términos históricos y que no ha repasado las lecciones cubanas y saharauis que –salvando todas las enormes distancias– las élites de Madrid deberían tener presentes. La noticia no es que Rajoy haya decidido pasar a la historia como el gobernante que perdió Catalunya, la noticia es que ningún estratega de Madrid haya entendido el cambio profundo de mentalidad en una parte central y activa de la sociedad catalana. Atención a las denuncias hechas ayer en Montserrat, no es ninguna anécdota. Mientras los ultras se hacían los amos de Zaragoza (agrediendo a políticos y periodista­s) ante la pasividad policial, muchas personas llenaban de carteles pro referéndum ciudades y pueblos de Catalunya, en un ambiente festivo. ¿Qué nos puede extrañar cuando es legal la Fundación Francisco Franco y se persiguen, en cambio, la ANC y Òmnium?

La semana pasada hubo 14 detencione­s de altos cargos del Govern y no sabemos qué pasará hoy, pero todo hace pensar que la represión no disminuirá. La herida se agranda y es más dolorosa. Isaiah Berlin explica muy bien que el nacionalis­mo es “una respuesta a una herida infligida sobre una sociedad” que también puede originarse en un “sentido de humillació­n de sus miembros”. La herida antigua se reabrió con la sentencia del TC sobre el Estatut, la herida se ensanchó con la negativa de Rajoy a hablar de un nuevo pacto fiscal, la herida se envenenó con el rechazo del PP y del PSOE a un referéndum pactado a la escocesa y, finalmente, la herida ha tocado hueso con el estado de excepción que, de facto, estamos sufriendo.

Todo el mundo se pregunta qué pasará el domingo. Porque el juego del gato y el ratón continúa. Y porque habrá miles de personas que intentarán votar. Dicho esto, la apuesta de Rajoy ha olvidado que el 2 de octubre –pase lo que pase– no habrán desapareci­do como por arte de magia los partidario­s de la independen­cia: la herida es tan grave que todo lo que se hace para frenar el referéndum sólo sirve para ampliar el perímetro social del soberanism­o y para acelerar involuntar­iamente la secesión.

La noticia es que ningún estratega de Madrid ha entendido el cambio de la sociedad catalana

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