La Mercè, paréntesis festivo
UNA Mercè excepcional está siendo la fiesta mayor de Barcelona. Por la cantidad de actos festivos que, de forma descentralizada, se reparten por una buena parte de la geografía urbana, con una amplia, ambiciosa y plural oferta, pero también por el recuerdo tan reciente de los atentado s terroristas del pasado 17 de agosto en la Rambla, la Diagonal y en Cambrils, así como por la enorme tensión generada por la convocatoria del referéndum del 1-O y la respuesta que el Gobierno central ha organizado para anularla.
Un turista poco informado que se paseara ayer por la ciudad podría sacar la conclusión de que lo que ocurre en Barcelona es ciertamente inabarcable. Mientras por unas calles discurren los trabucaires y el correfoc, en otras esquinas se podía uno topar con un grupo de teatro, de circo, de danza o un taller para niños. Al caer la tarde, mientras en la fachada del Ayuntamiento se proyectaba un festival de danza y de luces, en el Raval se multiplicaba la música étnica, en el Fòrum miles de jóvenes bailaban al son de grupos rockeros y en la Trinitat competían todo tipo de danzas urbanas.
Pero el 17-A sigue bien vivo. Mientras las fuerzas policiales detenían en Vinaròs a un sospechoso de tener relación con los atentados de agosto, en la Rambla se suceden sin solución de continuidad nuevos altares de recuerdo a las víctimas, que se renuevan a diario, como si se temiera que el paso de los días o la fuerte tensión del contencioso catalán nos llevaran a olvidar lo ocurrido aquella desdichada tarde de agosto. También lo recordó la encargada de pronunciar el pregón de las fiestas, la catedrática de Filosofía Marina Garcés, aunque de forma sorprendente recordó también a los “chicos de Ripoll” –por los terroristas muertos– que este año no podrán estar entre nosotros, sin aportar siquiera un matiz que justificara su desafortunada apelación.
Sabido es que la fiesta mayor de Barcelona ha adoptado siempre tonos reivindicativos, de acuerdo con la actualidad. En el recuerdo están ruidosas protestas de colectivos municipales en conflicto que hicieron inaudible el pregón, como las del metro o de los bomberos, por citar algunos; incluso hubo recientemente una guerra de banderas en el balcón del edificio municipal. Pero este año 2017, los actos reivindicativos han sido excepcionales, de acuerdo con los más que inciertos tiempos políticos que estamos viviendo. En la atiborrada plaza Sant Jaume se cantó Els segadors, mientras del cielo llovían papeletas para el 1-O. Al mismo tiempo, en la plaza Universitat las entidades soberanistas, en el marco de la Marató per la Democràcia celebrada en toda Catalunya, repartieron –aseguraron– un millón de papeletas que –insistían– son válidas. Hubo pegadas de carteles relativos al referéndum y gritos de “votarem” en cualquier punto de la ciudad donde se hallaran reunidas unas decenas de personas.
La alcaldesa Ada Colau, que repartió su tiempo entre la reunión convocada por Podemos en Zaragoza y la fiesta mayor de Barcelona, se felicitó de que los barceloneses hayan sabido compaginar el derecho a la fiesta con el derecho a la protesta. Mientras, en la basílica de la Mercè, el cardenal Omella hizo un llamamiento al seny en presencia del president Carles Puigdemont, del delegado del Gobierno, Enric Millo, y del inspector general del ejército, Fernando Aznar, que antes del oficio se saludaron de forma ostensiva y educada. Y es que la Mercè 2017 ha sido un paréntesis en el circundante clima de alta tensión. Y, como siempre, sin incidentes de relevancia.