La Vanguardia (1ª edición)

El paraíso del oso

El plantígrad­o amplía su colonizaci­ón en el Cantábrico

- ANTONIO CERRILLO ANDONI CANELA (FOTOS) Pola de Somiedo (Asturias)

Un enorme oso pardo se deja ver de perfil en una rocosa cornisa rocosa llana en lo más alto de una de las montañas del Alto Sil, en la vertiente leonesa de la Cordillera Cantábrica. Visto con los prismático­s en esta tarde luminosa de principios de septiembre, el animal parece tranquilo y relajado cada vez que alza el brazo para recoger bellotas de las ramas del enorme roble que lo cobija. Durante más de una hora, parece seguir un hipnótico ritual que le lleva a hacer pequeños paseos, desafiar el vértigo junto al precipicio y volver a seguir comiendo con la absoluta convicción de no ser observado.

–¡El roble está lleno de bellotas, vaya meneo le va a dar! –comenta Luis Fernández, el observador de la Fundación Oso Pardo (FOP) que los vigila en el área de Villablino.

–¡Va a estar ahí hasta que se canse! –le responde Guillermo Palomera, el presidente de la FOP sin despegarse del telescopio, convencido de que el oso estará toda la tarde comiendo este fruto.

El saludable aspecto del animal simboliza el buen estado de conservaci­ón de los osos salvajes en la cordillera cántabra. Los avistamien­tos de osos cada vez se están haciendo más habituales. En todo el valle de Somiedo (Asturias), se suceden las observacio­nes espontánea­s: en Gúa, La Peral, los valles de Cangas del Narcea... En la carretera de Pola de Somiedo, los señales de tráfico alertan a los conductore­s de la presencia del oso. Hay que tener precaución. Pueden cruzar la carretera en cualquier momento.

Las últimas estimacion­es indican que en el Cantábrico hay entre 250 y 300 osos, que continúan un proceso de colonizaci­ón de nuevas zonas de montaña. El éxito de esta expansión se debe sobre todo a políticas bien diseñadas y aplicadas y a un diálogo con el territorio que ha convertido el oso en emblema del próspero turismo de naturaleza.

El resultado es que un animal que estuvo cerca de su extinción en los años del siglo pasado ha visto aumentar su población desde el primer censo, de 1989. El año pasado fueron inventaria­das 40 osas con 67 oseznos. El porcentaje de osas con cría aumenta un 10% al año, con lo que este animal va alejándose de la situación de peligro crítico de extinción en que se encontraba. Además, en los tres últimos años, crece la interrelac­ión entre los dos grupos de poblacione­s (situados en la zona occidental cerca de Galicia, y la oriental, en el límite de Asturias con Palencia y Cantabria).

“Aquí, el oso es Dios”, sintetiza Belarmino Fernández, alcalde de Pola de Somiedo (PSOE), quien destaca cómo este animal se ha convertido en el emblema económico de este municipio de 300 km2 (el triple de la superficie de Barcelona) y 1.200 habitantes repartidos por 38 pueblos y aldeas. Una zona deprimida en los años 80 del siglo pasado, heredera de una cultura de subsistenc­ia y de un minería en decadencia, es irreconoci­ble para muchos y ha elevado su renta con una economía reforzada con la apuesta por el turismo rural y ecológico y que tiene como bandera de enganche al gran plantígrad­o.

La lucha contra el furtivismo (150 denuncias ganadas por la FOP) y la creación en 1988 del parque natural de Somiedo y otros en toda la cordillera con el sello europeo de la Red

Las osas con cría crecen a un ritmo del 10% anual y el número total de ejemplares suma entre 250 y 300

Natura 2000 (donde se delimitan amplias zonas oseras protegidas) ha diversific­ado la economía de la zona, que ya no está volcada exclusivam­ente en la ganadería. El fomento de las actividade­s vinculadas al turismo de naturaleza (senderismo, rutas a caballo, observacio­nes guiadas) y otros servicios han apuntalado el desarrollo socioeconó­mico en paralelo a la defensa del oso. La vigilancia de sus hábitats hace difícil, además, que puedan producirse impactos graves sobre este animal.

En Somiedo, hace años sólo había dos pensiones y algún bar, mientras que ahora hay 90 negocios turísticos, 20 restaurant­es y 1.400 plazas hoteleras. Todos estos establecim­ientos ven factible compatibil­izar la ganadería tradiciona­l y la conservaci­ón de la naturaleza entendida

La exitosa lucha contra el furtivismo, la red de parques y la implicació­n social, claves de su gran expansión territoria­l

como acicate para fomentar un turismo que pone en valor el conjunto de la fauna y la vida salvaje de estas montañas. “En los años ochenta del siglo pasado, se decía que no tendríamos osos en el año 2000; pero la creación del parque natural hace ahora 20 años ha sido positivo”, dice el alcalde Belarmino Fernández. Los vecinos de Somiedo están orgullosos del oso; y se sienten reconocido­s. El oso fue el emblema del parque y hoy es la estrella que atrae esta modalidad de turismo de naturaleza en auge.

También son una clave del éxito las iniciativa­s para lograr la aceptación social del oso, algo que se ha conseguido “implicando al territorio, a los líderes locales o a los cazadores, que son muy buenos aliados en su protección”, explica Guillermo Palomero. El oso, a diferencia del lobo, no se percibe como un animal conflictiv­o. En estos valles de Somiedo, matar al oso era una gesta heroica hasta los años 70; pero en la historia local (que se remonta al año 1500) no ha documentad­o ningún caso en que haya habido un ataque de un oso a ningún paisano.

“Los daños que causa el oso son mínimos”, resume el alcalde de Somiedo. Ocasionalm­ente, se producen daños en las colmenas y, más excepciona­lmente, en el ganado o en los árboles frutales de algunas casas. Para evitar este foco de posible animadvers­ión hacia el oso, la Administra­ción autonómica indemniza los daños en las colmenas y subvencion­a las vallas electrific­adas a los apicultore­s. Además, paga con rapidez, lo que evita el enfado de los afectados. “Pagar rápidament­e los daños y prevenirlo­s es clave”, dice Palomero.

Los osos sólo dan algún susto; ocasionan algún inopinado encontrona­zo. No obstante, a medida que vayan colonizand­o nuevas áreas y se adentren en zonas despoblada­s o en los pueblos, pueden generar alguna conflictiv­idad. La falta de alimento a causa de la sequía hizo a principios de agosto que un oso llegara hasta el pueblo de Llamera (Cangas del Narcea), en donde devoró el pienso de un ganadero y destrozó algunos de los comederos de los terneros. “El oso está causando muchos daños en comederes, en árboles frutales... en Belmonte, Cangas, Proaza. Es imposible la convivenci­a entre la cabaña ganadera y el oso. Hay que tomar medidas”, se queja con vehemencia Mercedes Cruzado, secretaria general del sindicato agrario Coag, que propone sin ambages “hacer controles del osos, como se hace con el lobo”.

En cambio, Manuel López, presidente de la Sociedad de Cazadores El Narcea ve la mayor presencia del oso sin dramatismo­s. “Este sábado (el último de agosto) se me cruzó un oso al lado de casa. Le di una voz y se alejó. Vemos los rastros del oso por todos lados; pero su presencia no nos influye, no es algo significat­ivo para nosotros”, señala.

Guillermo Palomero replica que algunas voces son “alarmistas”, por lo que su organizaci­ón se afana en hacer pedagogía y contrarres­tar los temores atávicos y cierta desinforma­ción. “Hemos visto que el oso puede comer pienso. Lo hacen los osos y otros animales. Eso es algo anecdótico. Pero no hay que alarmarse a no ser que el oso se habituara; entonces habría que corregirlo”, dice Palomero.

El reto será afrontar que en el futuro el oso continúe su expansión, pues todavía le quedan hábitats que colonizar. “Debemos saber cuántos osos más puede haber sin que causen incidentes que no se puedan gestionar. Es algo que desconocem­os”, dice Palomero. Ya se han dado casos de osos familiares, animales que no han conocido la persecució­n de los seres humanos y que se acercan a los pueblos en busca de comida que nadie recoge (igos o manzanas) o husmeando entre contenedor­es, confiados de que el hombre no es peligroso y su madre no les ha inculcado ese miedo. Pero, para estos casos, ya hay disponible un protocolo de actuación para enseñarle que sí lo es...

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Imagen del oso tomada hace pocos días en la zona sudocciden­tal de la Cordillera Cantábrica
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