El cine vasco lleva un filme gigante a San Sebastián
El Donostia honra a Agnès Varda, ‘abuela de la nueva ola’
A sus veinte años, Miguel Joaquín empieza a crecer muy por encima de lo normal y a una velocidad asombrosa. Cuando su hermano Martín regresa al caserío familiar después de luchar en la primera guerra carlista, aquél le saca ya unos cuantos palmos. Corre el año 1836 y la situación económica en la zona se ha vuelto muy difícil. Además, Martín no puede trabajar en el campo porque ha vuelto con un brazo inmovilizado. El gigantismo de Joaquín dará la solución: el joven será exhibido por todo el país y media Europa a cambio de dinero. Es Handia, la producción vasca e igualmente gigante y ambiciosa que los creadores de la exitosa Loreak (Flores, 2014) estrenaron ayer en el Festival de San Sebastián: una alegoría de la eterna confrontación entre las ansias de cambio y el apego a la tradición y el terruño.
Martín es el emprendedor de la casa; representa el dinamismo. Y Miguel Joaquín encarna la querencia por lo establecido y el inmovilismo; su resistencia a dejar el hogar y exponerse a los extraños es fuerte. “Pero todo tiene su complejidad”, y al final es Joaquín el que mejor se adapta a los cambios que le proponen otros, mientras Martín se muestra remiso a evolucionar cuando las circunstancias amenazan su plan de viajar a América, explican los directores del filme, Aitor Arregi y Jon Garaño.
El contexto histórico alberga la misma dialéctica entre tradición y cambio. Pues tal es el dilema que se ventilaba en las guerras carlistas. Pero sobre todo es la economía la que marca el ritmo, señala Arregi. El capitalismo altera las formas de vida. Estamos en plena revolución industrial en Europa –con las limitaciones que frenan su avance en España–, y es entonces cuando, sin ir más lejos, se quiebra la forma de convivencia y producción de la comunidad del caserío.
Handia se basa en la historia real del Gigante de Alzo, historia tal vez algo sublimada y exagerada por la tradición oral y los relatos escritos. Lo cierto es que la película tiene su aire de fábula. Y, aunque con romance de por medio, lo que se subraya es la relación entre los dos hermanos y sus altibajos.
La película generó división de opiniones entre los asistentes al festival. Una razón puede estar en el ritmo del filme, que no es trepidante ni mucho menos. El caso es que no todos los espectadores se vieron conmovidos. Pero la producción es técnicamente impecable, el rodaje elegante y la ambientación de primera. Los 3,5 millones de euros que la cinta costó pueden considerarse, en este sentido, bien gastados. Y no es presupuesto bajo para una película española. La clave para obtener la financiación estuvo en el prestigio de los autores: “Sin Loreak, eso no habría sido posible”, confirmaron.
Otro evento relevante de la tercera jornada de Zinemaldia fue la entrega del premio Donostia a la cineasta, fotógrafa y artista visual Agnès Varda, considerada la abuela de la nouvelle vague o nueva ola francesa. Si en el acto ella dijo sentirse “una premiada marginal”, pues su cine nunca fue comercial, en conversación con La Vanguardia afirmó: “Tengo un armario lleno de premios, pero toda mi vida como directora de cine ha transcurrido lejos del dinero”. Lo cual no le impidió agradecer “la sorpresa y el placer” por el galardón, que antecede al Oscar honorífico que recibirá en la gala de Hollywood en marzo próximo.
Varda, nacida en Bruselas hace 89 años y que se considera a sí misma “primero francesa, luego europea, después ciudadana del mundo y por último una mota de polvo, presentó en San Sebastián el documental Caras y Lugares, realizado junto con el artista y fotógrafo callejero JR. Se trata de “un viaje “empático por la Francia simpática” que, a poco que se le preste atención, cuenta historias, escucha al visitante y se muestra simpática y generosa. La realizadora, que además de venerable es un encanto de mujer, lo pone fácil.
‘Handia’ es una alegoría de la eterna tensión entre las ansias de cambio y el apego a la tradición y el terruño