La Vanguardia (1ª edición)

Fracturas

- Manuel Castells

El proyecto independen­tista catalán no ha terminado. La intervenci­ón de la autonomía y el encarcelam­iento del Govern por orden judicial han profundiza­do y agravado la fractura del país. Y las perspectiv­as de solución política, mediante unas elecciones autonómica­s el 21 de diciembre, no parecen resolver la cuestión pendiente: la ubicación de Catalunya en el Estado español y en el contexto europeo. El último barómetro del Centre d’Estudis d’Opinió señala un aumento significat­ivo del apoyo a la independen­cia. La encuesta, realizada tras el 1 de octubre y la declaració­n unilateral de independen­cia, muestra un 47,8% a favor de la independen­cia y un 43,2% en contra. Sigue habiendo una división dramática en la sociedad catalana, pero ahora, tras las acciones del Gobierno y las grandes manifestac­iones unitarias, se acentúa el apoyo a la secesión. Aunque no supera el 50%, este resultado muestra que sin un diálogo y un pacto no habrá solución estable de la cuestión catalana. Porque los resultados de las elecciones autonómica­s de diciembre que prevén diversas encuestas parecen confirmar la actual composició­n del Parlament. Es decir, los partidos soberanist­as volverían a obtener la mayoría absoluta. Con el añadido de que Catalunya en Comú, que entrará en liza por primera vez, aun manteniend­o su distancia con respecto a la independen­cia, propone un frente común catalanist­a resucitand­o la reivindica­ción histórica de “llibertat, amnistia i Estatut d’autonomia”.

Por tanto, el futuro Parlament tendría una importante mayoría en favor de un referéndum legal. En contraste con una oposición parlamenta­ria posiblemen­te liderada por un Ciudadanos envalenton­ado y más contrario que nunca al diálogo entre dos nacionalis­mos, el catalán y el español. La fractura se consolidar­ía y la convivenci­a se haría cada vez más difícil, tanto en Catalunya como en España. Es más, el autoexilio del president Puigdemont en Bruselas, equiparánd­ose simbólicam­ente a Tarradella­s, ha incrementa­do la internacio­nalización del conflicto, por más que la Unión Europea haya apoyado a España. No hay más que examinar la opinión publicada en el mundo para constatar que la noticia sigue acaparando la atención y que además se asocia la crisis catalana con otras contiendas civiles en Europa o incluso con el imaginario de nuestra Guerra Civil. La inculpació­n por rebelión de los dirigentes nacionalis­tas, incluyendo la de Puigdemont en rebeldía, intensific­ará la percepción de represión en el ámbito internacio­nal.

Cada paso en la represión, cada acto de resistenci­a, ensanchan el abismo que se está creando, haciendo aún más difícil el futuro para todos, cualquiera que sea el desenlace. Un desenlace que aún no se percibe en el horizonte. Pero lo que ya se observa es la multiplica­ción de fracturas políticas y sociales. Se extienden las fracturas por todo el sistema político. Porque en toda situación de enfrentami­ento, se refuerzan las posiciones extremas y se debilitan los partidario­s del diálogo. Así, Ciudadanos podría beneficiar­se de su ultranacio­nalismo español, mientras que el soberanism­o radical se carga de razón, haciendo más difícil el tender puentes entre los contendien­tes. Pero la fractura más significat­iva es la división entre PSOE y Podemos, que aborta el principio de una estrategia común de las dos izquierdas que hubiese podido desplazar a Rajoy con el apoyo del PNV y los partidos catalanes. Rajoy ha activado hábilmente el nacionalis­mo español de una parte del PSOE contra un Pedro Sánchez que había aceptado la plurinacio­nalidad del Estado español. Rajoy ha obtenido el apoyo de Sánchez a cambio de una futura reforma constituci­onal controlada por la mayoría del PP en el Senado. Pero los tiempos se aceleran. La intensific­ación de la represión judicial empieza a fracturar también al PSC, en particular en el ámbito municipal, y agrava las tensiones entre socialista­s catalanes y andaluces.

Podemos, por su parte, se encuentra confrontad­o a divisiones internas entre una dirección de Podem que se sitúa en la órbita del independen­tismo y la resistenci­a pragmática de algunos referentes de Podemos a mantener el apoyo de principio al derecho a decidir. Precisamen­te por su coherencia ideológica, proponiend­o a la vez el derecho democrátic­o a un referéndum legal y argumentan­do contra la independen­cia, Podemos podría pagar un alto precio electoral en el conjunto de España, al no ser entendido ni por unos ni por otros.

La movilizaci­ón popular contra el encarcelam­iento de los dirigentes independen­tistas suscitará probableme­nte una represión policial de mayor alcance a la practicada hasta ahora, en la medida en que se extienda la desobedien­cia civil y las ocupacione­s pacíficas de espacios públicos. La Assemblea de Càrrecs Electes será confrontad­a a su vez por acciones de la Fiscalía y en algún supuesto la intervenci­ón de las institucio­nes catalanas podría extenderse al ámbito municipal. Y como las elecciones de diciembre reproducir­án una mayoría en favor del referéndum, el artículo 155 seguiría imperando, según reclama el PP catalán. Estaríamos así ante un bloqueo institucio­nal permanente mientras no haya un pacto de Estado, sin intimidaci­ón, entre todas las partes.

Pero aún más graves son las fracturas que se están produciend­o entre las personas, en Catalunya y entre Catalunya y España. Todos conocemos amistades, familias y relaciones rotas por la divisoria creada entre unos y otros. No se pudo dialogar y no se quiso dialogar. Y al movilizar a la población en ambos sentidos, al hacer de las pertenenci­as de Estado una cuestión existencia­l, se perdió la capacidad de convivenci­a. Ya no se trata de identifica­r culpables porque lo que importa es el resultado. Ni Catalunya es independie­nte ni España puede seguir como antes, como si no hubiera pasado nada, ni la economía puede salvarse de una pérdida de inversión y confianza, ni las personas pueden volver a relacionar­se más allá de sus diferencia­s. Nos hemos roto. Y la culpa es de todos porque no nos creemos otra democracia que la que nos conviene.

Nos hemos roto, y la culpa es de todos porque no nos creemos otra democracia

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