Convulsión concéntrica
Lo vimos en los instantes previos a la conferencia de prensa del presidente Puigdemont en Bruselas y el jueves en las puertas de unos tribunales reconvertidos, en función de qué canal de televisión los describa, en reencarnación de la Inquisición o colmo de una justicia con tanta autoestima que no rehúye el abuso discrecional. Descripción: la suma de cámaras y reporteros crea una primera muralla que impide la visión de un segundo contingente de cámaras y reporteros que constatan en directo que no pueden ver ni oír nada. Lo más grotesco es que desde los estudios centrales la visión es espléndida. Y el reportero se convierte en una pieza informativa inútil que, a codazo limpio, lucha por abrirse paso en un mogollón depredador que tiende a la histeria. Y entonces, ¿por qué están ahí? Para fortalecer el nervio hipertrofiado de la inmediatez y una diversidad de puntos de conexión que no añade nada a la calidad objetiva del relato pero sí a su subjetividad emocional. Además, la calidad de las conexiones siempre incluye interrupciones o interferencias y problemas de retorno que dificultan un diálogo que debería ser fluido (¿me lo parece a mí o las conexiones son cada vez más accidentadas?). Y a medida que el país se autodestruye (la tradición no falla: cada vez que el independentismo duda, el Estado lo rearma), se impone la sensación de que las reacciones son un nuevo género mediático. Un género fácilmente inflamable que se extiende por los medios sin discriminar lo emocional de lo racional, que deja que la imprevisible inercia de la movilización tome las riendas de un momento que, con el peligro que eso conlleva, supera la intermediación del periodismo. ALBANO-DANTE. Cuando se estudien los protagonismos del proceso desde sus inicios hasta la DUI, descubriremos una desproporción notable entre presencia e influencia. Ahora, en el fragor de batallas retroalimentadas por un bombardeo asimétrico de propagandas, se instaura un sálvese quien pueda que excita los populismos más oportunistas y mesiánicos. Es una histeria mediática ambiental que demanda recursos lacrimógenos, polémicos y sensacionalistas antes que opiniones documentadas. En algunos casos la influencia y la presencia están justificadas por el cargo del entrevistado (en los días previos al catastrófico jueves, desde Santi Vila hasta Oriol Junqueras pasando por Carles Puigdemont, para entendernos). En otros, en cambio, la presencia no responde a una lógica representativa, como pasa con Albano-Dante Fachin, que ha establecido con muchos medios una relación de win win (llevaba años intentando colocar esta expresión en un artículo para darme importancia). Lo vemos expresarse con una vehemencia revolucionaria algo vintage, en nombre de La Gente (siempre en mayúsculas, pese al menosprecio irresponsable con el que se la trata). Pero incluso los espectadores medianamente informados siguen sin tener muy claro a quién representa Fachin, quizás porque pertenece a un espacio que por naturaleza tiende a la dispersión molecular y, si se tercia, atómica.
Se impone la sensación de que las reacciones son un nuevo género mediático