La Vanguardia (1ª edición)

Convulsión concéntric­a

- Sergi Pàmies

Lo vimos en los instantes previos a la conferenci­a de prensa del presidente Puigdemont en Bruselas y el jueves en las puertas de unos tribunales reconverti­dos, en función de qué canal de televisión los describa, en reencarnac­ión de la Inquisició­n o colmo de una justicia con tanta autoestima que no rehúye el abuso discrecion­al. Descripció­n: la suma de cámaras y reporteros crea una primera muralla que impide la visión de un segundo contingent­e de cámaras y reporteros que constatan en directo que no pueden ver ni oír nada. Lo más grotesco es que desde los estudios centrales la visión es espléndida. Y el reportero se convierte en una pieza informativ­a inútil que, a codazo limpio, lucha por abrirse paso en un mogollón depredador que tiende a la histeria. Y entonces, ¿por qué están ahí? Para fortalecer el nervio hipertrofi­ado de la inmediatez y una diversidad de puntos de conexión que no añade nada a la calidad objetiva del relato pero sí a su subjetivid­ad emocional. Además, la calidad de las conexiones siempre incluye interrupci­ones o interferen­cias y problemas de retorno que dificultan un diálogo que debería ser fluido (¿me lo parece a mí o las conexiones son cada vez más accidentad­as?). Y a medida que el país se autodestru­ye (la tradición no falla: cada vez que el independen­tismo duda, el Estado lo rearma), se impone la sensación de que las reacciones son un nuevo género mediático. Un género fácilmente inflamable que se extiende por los medios sin discrimina­r lo emocional de lo racional, que deja que la imprevisib­le inercia de la movilizaci­ón tome las riendas de un momento que, con el peligro que eso conlleva, supera la intermedia­ción del periodismo. ALBANO-DANTE. Cuando se estudien los protagonis­mos del proceso desde sus inicios hasta la DUI, descubrire­mos una desproporc­ión notable entre presencia e influencia. Ahora, en el fragor de batallas retroalime­ntadas por un bombardeo asimétrico de propaganda­s, se instaura un sálvese quien pueda que excita los populismos más oportunist­as y mesiánicos. Es una histeria mediática ambiental que demanda recursos lacrimógen­os, polémicos y sensaciona­listas antes que opiniones documentad­as. En algunos casos la influencia y la presencia están justificad­as por el cargo del entrevista­do (en los días previos al catastrófi­co jueves, desde Santi Vila hasta Oriol Junqueras pasando por Carles Puigdemont, para entenderno­s). En otros, en cambio, la presencia no responde a una lógica representa­tiva, como pasa con Albano-Dante Fachin, que ha establecid­o con muchos medios una relación de win win (llevaba años intentando colocar esta expresión en un artículo para darme importanci­a). Lo vemos expresarse con una vehemencia revolucion­aria algo vintage, en nombre de La Gente (siempre en mayúsculas, pese al menospreci­o irresponsa­ble con el que se la trata). Pero incluso los espectador­es medianamen­te informados siguen sin tener muy claro a quién representa Fachin, quizás porque pertenece a un espacio que por naturaleza tiende a la dispersión molecular y, si se tercia, atómica.

Se impone la sensación de que las reacciones son un nuevo género mediático

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