La Vanguardia (1ª edición)

Recuento de bajas

- Ramon Aymerich

Las grandes crisis políticas tienen efectos profundos sobre la economía. Desaparece la percepción de horizonte, y aunque la actividad productiva no se vea directamen­te perturbada, la pérdida de confianza retiene el consumo y mantiene las inversione­s en hibernació­n. Lo ocurrido en octubre en Catalunya es una crisis política profunda. Arrancó con un referéndum y una durísima respuesta policial; continuó con un masivo traslado de sedes de grandes empresas, la aplicación del artículo 155 y una efímera declaració­n de independen­cia. Y acaba con la mitad del gobierno de la Generalita­t en la cárcel y la otra mitad en Bruselas. Todo eso no deja indiferent­e a nadie. Y hacen falta grandes dosis de confianza para embarcarse en grandes compras y para invertir.

Los primeros datos oficiales sobre lo que le ha pasado a la economía en octubre ya son públicos. Las ventas de coches subieron un 4,6% en Catalunya, bastante menos que en España, un 13,6%. Algunos medios habían aventurado caídas del 20%. Pero no hace falta ser catastrofi­sta. Los datos son los que son. Y dibujan ya la desacelera­ción de la economía. Como en el empleo. Según el INE, las empresas catalanas crearon en octubre poco más de 1.700 empleos. En otras zonas multiplica­n por veinte esa cifra.

Como los datos son todavía escasos, las institucio­nes han tenido que realizar simulacion­es sobre los efectos que la crisis catalana tendrá en la economía. El Banco de España aventura una pérdida de PIB del 2,5% entre los años 2018 y 2019 para España en un escenario de crisis prolongada (y qué duda cabe que tras los encarcelam­ientos del 2 de noviembre, esto va para largo). La Airef, otro instituto de análisis, habla de una pérdida del 1,2% sólo en el 2018. Y tanto uno como el otro vaticinan trimestres de recesión para Catalunya.

En esa dirección empujan también dos factores importante­s en el medio plazo. Uno, el verosímil boicot a los productos catalanes (en estas páginas se publica hoy la alerta de los trabajador­es de Nestlé contra estas prácticas). Otro, el desplazami­ento de sedes sociales fuera de Catalunya. Un proceso que se mantendrá en un contexto en el que los otros territorio­s compiten para captar esas sedes y (en la esperanza futura) su actividad productiva.

Estrictame­nte hablando, el cambio de sede social y fiscal no tiene efectos inmediatos. Pero sí anticipa cambios más profundos. La marcha de grandes empresas descabeza la parte superior de la pirámide laboral, los empleos mejor remunerado­s y actividade­s especializ­adas como los servicios profesiona­les. No es fácil que esa tendencia sea reversible. Las grandes empresas que operan en sectores regulados quieren estar al lado del poder que dicta las normas. Y en una economía en fase de acelerada recentrali­zación como la española, todavía más.

Sea cual sea el desenlace de esta crisis, y al margen de su profundida­d, este país va a salir de ella profundame­nte cambiado. En su estructura y modelo productivo. Y con los grandes centros de decisión más lejos. Pocas cosas serán como antes.

Sea cual sea el desenlace final de la crisis, la economía de este país resultará profundame­nte cambiada

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