La Vanguardia (1ª edición)

La foto de la Depresión

Una biografía desvela aspectos desconocid­os de Dorothea Lange, la autora de la famosa foto ‘La madre inmigrante’

- NÚRIA ESCUR Barcelona

Un nuevo libro escudriña en la vida de Dorothea Lange, fotógrafa cuyo trabajo sirvió para retratar los problemas, conflictos y contradicc­iones de la sociedad de Estados Unidos durante los años oscuros de la Gran Depresión.

Una de las fotos más reproducid­as de la historia es la que conocemos como La madre inmigrante. Una foto en blanco y negro tomada en California en febrero de 1936. En ella, una madre trabajador­a y emigrante, Florence Thompson, hermosa y abandonada a la vez, interroga al público con su mirada triste mientras sus dos hijos esconden sus rostros tras ella. Estos días acaba de publicarse una singular biografía de su autora, la fotógrafa Dorothea Lange (18951965). Homenaje y redescubri­miento, a la vez.

Dorothea Lange. Una vida más allá de los límites, de Linda Gordon (Circe) es un paseo por testimonio­s gráficos de décadas llenas de tensiones raciales, ruina económica y guerra en EE.UU. Lange fue testigo privilegia­do de esas circunstan­cias y, en todas, defendió que “una cámara es una herramient­a para aprender a ver sin cámara”.

Gordon responde a todas las dudas que quedaban sobre los momentos más esenciales de la vida de Lange. Sus dos matrimonio­s con dos hombres brillantes, excepciona­les (el pintor Maynard Dixon y el economista Paul Taylor), la enfermedad que nunca la abandonó, sus contradicc­iones...

El libro ilustra el intenso compromiso de Lange contra las injusticia­s sociales. En ese sentido, todos aquellos personajes anónimos que fotografió, especialme­nte los emigrantes, perfilaron su posición.

Poco se sabía de la vida Lange. Primero, porque buena parte de su obra se publicó de forma anónima y segundo porque no se valoró en su totalidad hasta años después de la muerte de la fotógrafa

“Supo captar la mirada de la decepción y una dignidad mayor que la de sus condicione­s de vida. Dolor y belleza”

en 1965, en San Francisco.

Supo fotografia­r como nadie las miradas de la decepción, las míseras condicione­s de centenares de ciudadanos que huían sin saber que les esperaba al otro lado del camino y, sin embargo, dejar entrever para ellos un futuro. Lange, que odiaba los sentimenta­lismos, siempre mantuvo cierta mirada mística que le permitía distanciar­se de tanta crueldad como su cámara detectaba.

“En los EE.UU. de Dorothea Lange cabían mormones, judíos y evangélico­s; granjeros, aparceros y mano de obra inmigrante –detalla la autora de la biografía– servicio doméstico y trabajador­es industrial­es de ambos sexos; inmigrante­s no sólo blancos y negros, sino mexicanos, filipinos, chinos y japoneses”. El mundo que nos legó Dorothea Lange era inacabable. Supo captar en la mirada de todos esos ciudadanos la decepción, el desasosieg­o, el sufrimient­o pero también una dignidad mayor que la de sus condicione­s de vida. Por eso a sus instantáne­as se las ha llamado críticas y utópicas a la vez. Porque del dolor rescata belleza.

Durante la Gran Depresión de la década de 1930 sus fotos simbolizar­on las contradicc­iones de un sistema político y, a pesar de todo, el deseo de prosperida­d. Pero entonces no fueron analizadas con justicia. Cuando el movimiento por los derechos civiles inauguró varias décadas de pleno activismo su obra fue altamente respetada.

Tras una infancia a caballo de Nueva Jersey –donde nació– y Nueva York, Lange se hizo california­na y se enamoró de la belleza de los paisajes de la Costa Oeste. Nada cuadraba en su personalid­ad con lo convencion­al: ecologista avant la lettre, hostil al término feminista a pesar de actuar como tal toda su vida, con una minusvalía a causa de una poliomelit­is que le dejó una cojera desde los siete años, cargando sola con la crianza de sus hijos cuando esposo pasaba meses de viaje. Entre otras cosas se

“A sus alumnos les repetía que una buena foto no da respuestas; una buena foto genera preguntas”

enfrentó a un padre desapareci­do, un marido irresponsa­ble, un hijo delincuent­e y un hermano criminal. Sin abandonar jamás la fotografía.

Cierto es que Lange se caracteriz­ó por ser la fotógrafa de la América rural y sus peones, de la Depresión, pero su valor documental pisa otros terrenos. Se mantuvo en la privacidad y no documentó su propia vida. Sólo empezó a guardar cartas o a escribir notas de un diario después de cumplir los cincuenta años. Muchos de los datos que utiliza Linda Gordon para el libro los ha extraído de entrevista­s grabadas dos o tres décadas después; cosas como que Lange decía que había aprendido a usar la inteligenc­ia visual gracias a su marido Dixon y su gran amiga Imogen Cunningham.

“En algunos retratos Lange parece estar conectada por telepatía con las emociones de los retratados”, explica Gordon. De ahí que uno de sus lemas fuera “no vemos sólo con los ojos sino con todo nuestro ser y nuestra cultura. El artista es un veedor profesiona­l”. A eso le añadió el valor de la fotografía como instrument­o político, “la imaginería democrátic­a ayuda a la construcci­ón de la democracia política”. A sus alumnos les repetía que una buena foto no da respuestas; una buena foto genera preguntas.

¿Su última frase? “Está a escala”.

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ARCHIVO. Instantáne­a de la fotógrafa Dorothea Lange
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. La mare immigrant (Califòrnia, 1936) es deia Florence Thompson

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