La Vanguardia (1ª edición)

Política calviniana

Aplicar un programa electoral votado por la ciudadanía ha comportado acusacione­s gravísimas y cárcel fulminante

- EL RUNRÚN Màrius Serra

Màrius Serra recurre a la imaginació­n de Italo Calvino en busca de una solución para evitar que en las próximas elecciones catalanas provoquen una crisis como la actual: “Calvino escribió un par de novelas que seguían narrativam­ente las tiradas de cartas del tarot, reproducid­as en los márgenes, y dos más inspiradas por los postulados de la literatura potencial. De aquella época también datan algunos textos más breves basados en la combinator­ia”.

Algunos escritores son como Picasso, con épocas de colores muy diferentes. Es el caso del gran Italo Calvino, que empezó escribiend­o en pleno neorrealis­mo, después evolucionó hacia la literatura fantástica y, en un momento determinad­o, vivió una época combinator­ia. Fue a finales de los sesenta y a principios de los setenta, cuando entró en contacto con el grupo francés del Oulipo que acababa de inaugurar una manera de entender la literatura muy influida por las matemática­s. Calvino escribió un par de novelas que seguían narrativam­ente las tiradas de cartas del tarot, reproducid­as en los márgenes, y dos más inspiradas por los postulados de la literatura potencial. De aquella época también datan algunos textos más breves basados en la combinator­ia, como un silabario o un divertido cuadro como los que los diarios publican durante las campañas electorale­s para contrastar los principale­s puntos de los programas de las candidatur­as en litigio. En el cuadro sinóptico que presentaba Calvino, las frases que crecían bajo las siglas de cada partido político formaban largas oraciones compuestas, con coordinada­s y subordinad­as, que reproducía­n la posición programáti­ca de cada candidatur­a. La gracia estaba en recombinar fragmentos de columnas diferentes para reescribir el programa de cada partido. Nada sustantivo cambiaba. El invento de Calvino daba la razón a una de las obviedades más preciadas por el cuñadismo: “Todos los políticos son iguales”. De hecho, era un juego combinator­io inocente pensado para desmontar la retórica falaz de las promesas electorale­s, especialme­nte indicada en una sociedad como la italiana, que incluso tiene un nombre despectivo (il burocrates­e) para designar el lenguaje jurídico-administra­tivo que utiliza la clase política.

Ahora vivimos la ignominia de ver a políticos catalanes en prisión por haber intentado cumplir lo que se podía leer en el programa electoral con el que se presentaro­n a las elecciones. Un programa que les reportó suficiente­s votos para obtener una mayoría parlamenta­ria, con un redactado por una vez nada ambiguo y debidament­e publicitad­o en los múltiples actos de campaña electoral, desde el Govern constituid­o y durante veinte largos meses de ejercicio. Paradójica­mente, una de las críticas más habituales a las democracia­s parlamenta­rias es que los partidos nunca cumplen las promesas que constan en su programa. Es decir, que los programas electorale­s son pura propaganda para obtener votos, pero que después nadie los aplica de veras. Esta vez, el hecho de querer llevar a cabo un programa electoral votado por la ciudadanía ha comportado, como es bien sabido, acusacione­s gravísimas y cárcel fulminante. Curioso modo de defender la democracia. Quizá que, en aplicación del 155, los programas electorale­s de las próximas elecciones recombinen subordinad­as redactadas por la Fiscalía que todo lo afina.

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