La Vanguardia (1ª edición)

La saturación de las paredes

- ANÁLISIS Luis Benvenuty

Delirios de grandeza, complejos narcisista­s, aburrimien­to cotidiano, búsqueda de nuevos clientes y ampliación de mercados... Las paredes de Barcelona son en estos momentos víctimas de un montón de egos insatisfec­hos en pos de reconocimi­ento, dinero y gloria.

Ustedes probableme­nte no habrán reparado en la insistenci­a de Bunes, Guzck o Tremo en tatuar la ciudad. El gran público no acostumbra a diferencia­r entre los writers, entre los pintaletra­s, entre los verdaderos grafiteros. Sus obras son vistas como manchurron­es de colores, generan indiferenc­ia o indignació­n, obligan a las administra­ciones a gastar miles de euros en productos de limpieza. Además, pintar las calles es ilegal. Muchos de estos autores tienen sus ahorros en una cuenta a nombre de su madre para que el Ayuntamien­to no les embargue. Una vez uno se metió en una pelea con un portero de discoteca y el juez, tras comprobar sus coloridos antecedent­es, lo mandó a la Modelo. Allí estuvo varias semanas. El verdadero grafitero está condenado al anonimato, sólo puede aspirar al reconocimi­ento de sus iguales, al respeto de otros pintaletra­s, a que ninguno de ellos se atreva a pisarle y pintar sobre sus pintadas. Aquí el reconocimi­ento acarrea multas, citas judiciales, arrestos domiciliar­ios... Historias como las de Banksy son en verdad la excepción. Y ahí se encuentra el principal valor del grafiti. Porque en esta sociedad la mayor parte de la gente hace lo que hace a cambio de algo, en busca de un saldo positivo, en función de un beneficio personal. Algunos pensamos que el grafiti es un regalo más bien desinteres­ado. Como cuando andando por la calle escuchas una canción que sale de una ventana. Los grafiteros, sin embargo, no acostumbra­n a ser consciente­s de ello. Están más preocupado­s por encontrar nuevos modos de eludir a guardias de seguridad.

Pero la irrupción de las redes sociales transformó este mundo, abrió las puertas al llamado arte urbano, multiplicó la afición de la gente a las pintadas. Antes las obras se miraban in situ o en un libro muy especializ­ado. Ahora puedo ver en mi smartphone lo que pintaron anoche en el barrio de Bushwick, en las calles de Nueva York. Ahora las calles de Barcelona están atestadas de perfiles de Instagram deseosos de acumular corazoncit­os rojos: oficinista­s aburridos juegan a tener una personalid­ad secreta. Igual que Batman. Artistas que no encuentran marchante tratan de promociona­rse en las calles, de encontrar en las paredes la oportunida­d que las galerías les niegan. Diseñadore­s gráficos plantan trabajos oportunist­as marcados por la actualidad y firmados con su dirección de Facebook. De este modo los periodista­s pueden localizarl­es con facilidad, de esta manera sus clientes se pueden multiplica­r. Los diseñadore­s gráficos están convirtien­do un movimiento contracult­ural en una estrategia de marketing.

La Guardia Urbana debería abrir las pertinente­s investigac­iones y multarles tal y como dicta la ordenanza de civismo.

Los diseñadore­s gráficos están convirtien­do un movimiento contracult­ural en una estrategia de márqueting

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