La saturación de las paredes
Delirios de grandeza, complejos narcisistas, aburrimiento cotidiano, búsqueda de nuevos clientes y ampliación de mercados... Las paredes de Barcelona son en estos momentos víctimas de un montón de egos insatisfechos en pos de reconocimiento, dinero y gloria.
Ustedes probablemente no habrán reparado en la insistencia de Bunes, Guzck o Tremo en tatuar la ciudad. El gran público no acostumbra a diferenciar entre los writers, entre los pintaletras, entre los verdaderos grafiteros. Sus obras son vistas como manchurrones de colores, generan indiferencia o indignación, obligan a las administraciones a gastar miles de euros en productos de limpieza. Además, pintar las calles es ilegal. Muchos de estos autores tienen sus ahorros en una cuenta a nombre de su madre para que el Ayuntamiento no les embargue. Una vez uno se metió en una pelea con un portero de discoteca y el juez, tras comprobar sus coloridos antecedentes, lo mandó a la Modelo. Allí estuvo varias semanas. El verdadero grafitero está condenado al anonimato, sólo puede aspirar al reconocimiento de sus iguales, al respeto de otros pintaletras, a que ninguno de ellos se atreva a pisarle y pintar sobre sus pintadas. Aquí el reconocimiento acarrea multas, citas judiciales, arrestos domiciliarios... Historias como las de Banksy son en verdad la excepción. Y ahí se encuentra el principal valor del grafiti. Porque en esta sociedad la mayor parte de la gente hace lo que hace a cambio de algo, en busca de un saldo positivo, en función de un beneficio personal. Algunos pensamos que el grafiti es un regalo más bien desinteresado. Como cuando andando por la calle escuchas una canción que sale de una ventana. Los grafiteros, sin embargo, no acostumbran a ser conscientes de ello. Están más preocupados por encontrar nuevos modos de eludir a guardias de seguridad.
Pero la irrupción de las redes sociales transformó este mundo, abrió las puertas al llamado arte urbano, multiplicó la afición de la gente a las pintadas. Antes las obras se miraban in situ o en un libro muy especializado. Ahora puedo ver en mi smartphone lo que pintaron anoche en el barrio de Bushwick, en las calles de Nueva York. Ahora las calles de Barcelona están atestadas de perfiles de Instagram deseosos de acumular corazoncitos rojos: oficinistas aburridos juegan a tener una personalidad secreta. Igual que Batman. Artistas que no encuentran marchante tratan de promocionarse en las calles, de encontrar en las paredes la oportunidad que las galerías les niegan. Diseñadores gráficos plantan trabajos oportunistas marcados por la actualidad y firmados con su dirección de Facebook. De este modo los periodistas pueden localizarles con facilidad, de esta manera sus clientes se pueden multiplicar. Los diseñadores gráficos están convirtiendo un movimiento contracultural en una estrategia de marketing.
La Guardia Urbana debería abrir las pertinentes investigaciones y multarles tal y como dicta la ordenanza de civismo.
Los diseñadores gráficos están convirtiendo un movimiento contracultural en una estrategia de márqueting