Terrorismo doméstico
Un militar expulsado por mala conducta buscó venganza contra su exesposa
Otro amanecer para el llanto. Estados Unidos llora de nuevo por una matanza causada por su particular epidemia armada.
Esta vez, el detonante de este escenario tan repetido se halla en la violencia doméstica, según las autoridades. El pistolero Devin Kelley, de 26 años, quería saldar deudas con la familia de su ex esposa cuando entró este pasado domingo en una iglesia texana.
A Kelley lo expulsaron con deshonor del Ejército del Aire en el 2014, “por mala conducta”, después de cumplir doce meses de confinamiento, precisamente debido a una condena marcial por abusos contra su mujer y su niño dictada en el 2012.
Los Holcombe ilustran con su tragedia la magnitud del dolor por esta masacre en el pequeño pueblo de Sutherland Springs, con menos de 400 habitantes. Ocurrió en un lugar de paz, en el interior de la First Baptist Church, que los domingos es el punto de encuentro ciudadano.
De los 26 muertos por las balas de Kelley, en un arco de edades que va de los 18 meses a los 77 años, ocho pertenecen a los Holcombe. Tres generaciones, de los abuelos a los nietos.
Cayó Karla y su marido, Bryan, pastor asociado que, en ausencia por viaje del titular, el reverendo Frank Pomeroy y su esposa, Sherry, se encargó de oficiar el servicio. Al poco de empezar, le interrumpió la irrupción sangrienta de las balas.
También cayó su hijo Marc Daniel y su bebé, Noah, la víctima de menor edad. Y cayeron su nuera, Crystal, embarazada de ocho meses y tres de sus cinco descendientes, Emily, Megan y Greg. Sobrevivieron su marido, John Holcombe, y dos de sus críos.
Falleció, además, Annabelle, de 14 años, la hija del reverendo Pomeroy. Al menos 14 de los difuntos eran menores de edad.
Había veinte heridos –de cinco a 73 años–, ingresados en los hospitales de San Antonio, a unos 40 kilómetros. Entre estos, diez se hallaban en estado muy crítico.
“Un horror, algo increíble ver a niños, mujeres y hombres tirados allí, gente indefensa”, declaró Joe Tackitt, sheriff del condado de Wilson, quien reconoció que jamás había visto nada comparable. “Había muerte allá por donde andabas”, insistió, emocionado, tocado con su sombrero texano.
“Ya no me quedan lágrimas por llorar”, afirmó la noche del domingo, en la vigilia por los difuntos, una joven residente en el pueblo. “Ha pasado lo inimaginable”, señaló este lunes en rueda de prensa Freeman Martin, portavoz del Departamento de Seguridad Pública del estado de Texas. Pero no es tan inimaginable. En poco más de un mes se han producido dos de las cinco mayores masacres en el país de las ma-
UN PERSONAJE CONFLICTIVO
A Devin Kelley lo echaron del ejército tras una condena por abusar de su mujer
UNA MASACRE FAMILIAR
De los 26 muertos, ocho eran de una familia, con una de las mujeres embarazada