Revolución en Arabia Saudí
ARABIA Saudí vive horas excepcionales, casi revolucionarias en la historia del reino unificado en 1932. El rey Salman, de 82 años, otorgó poderes excepcionales nada más acceder al trono en el 2015 a uno de sus hijos, el príncipe heredero Mohamed bin Salman, de 32 años, a quien no le está temblando el pulso a la hora de imponer su plan de modernización de Arabia Saudí, sintetizado en su Visión 2030, cuyos objetivos son reducir la dependencia del petróleo, la diversificación de la economía y la incorporación pausada de la mujer a la vida pública.
El príncipe heredero ha lanzado en las últimas 72 horas una campaña contra la corrupción de una escala sin precedentes con la detención de once príncipes de la casa real –tan compleja conforme a criterios occidentales– y varios ministros, exministros y empresarios (algunos de talla mundial como el príncipe Alualid, uno de los 50 hombres más ricos del planeta, con paquetes de acciones en Twitter, Apple, Citigroup o las cadenas hoteleras Four Seasons, Movenpick y Fairmont). Estos arrestos suponen en la práctica el fin del equilibrio entre las dinastías saudíes, un pacto no escrito acordado tras la muerte en 1953 del fundador del reino, el rey Abdulaziz, que se reflejaba en un reparto de cuotas en el Gobierno y la administración. El equilibrio, no siempre apacible, ha garantizado la estabilidad de la gran potencia regional de Oriente Medio, que tiene –no hay que olvidarlo– el privilegio pero también la papeleta de custodiar las principales ciudades santas del islam (La Meca y Medina). En contrapartida, este reparto garantizaba el enriquecimiento abusivo de todos los descendientes reales.
El golpe palaciego alimenta las especulaciones sobre un relevo en el trono en favor, claro está, del príncipe Mohamed bin Salman. La purga palaciega cuenta con el respaldo aparente de los saudíes, especialmente la mayoritaria franja de la población menor de 30 años, que ya no puede aspirar a las condiciones de vida y expectativas laborales de generaciones anteriores. El príncipe heredero expresó con la Visión 2030 un sentido estratégico acertado: Arabia Saudí no puede depender indefinida y exclusivamente del petróleo, sobre todo cuando los precios del barril están por debajo de los 70 dólares. Su determinación ya ha quedado demostrada en la guerra que los saudíes libran en Yemen, teatro interpuesto de la rivalidad con Irán.
Arabia Saudí necesitaba un plan de futuro. Cambiarlo todo antes de que fuese tarde para cambiar nada. El elegido por el destino es el príncipe Salman, al que sólo el tiempo y el progreso de su reino juzgarán.