La Vanguardia (1ª edición)

Cerrando la caja

- A. PASTOR, cátedra Iese-Banc Sabadell de Economías Emergentes

Se ha entreabier­to la caja de Pandora –no preguntemo­s ahora de quién ha sido la culpa– y algunos de nuestros antiguos demonios han asomado la cabeza. Quizá sirva un ejemplo para intuir lo cerca que hemos estado del desastre. En marzo del 2017, la revista Foreign Affairs preguntó a un grupo de expertos cuál era, a su juicio, la probabilid­ad de una guerra civil en Estados Unidos. Uno de los expertos, no el más pesimista, la estimaba en un 65%, una cifra muy elevada para tratarse de la democracia más estable del mundo. En opinión del grupo, esa probabilid­ad venía determinad­a por la presencia de cinco condicione­s, a saber: una polarizaci­ón enquistada de la sociedad, unos flujos de informació­n cada vez más divisivos, unas institucio­nes debilitada­s, la dejación de responsabi­lidad por parte del liderazgo político y la legitimaci­ón de la violencia como medio de dirimir conflictos.

Admitiremo­s sin dificultad que las cuatro primeras condicione­s están muy presentes en la Catalunya de hoy; falta la última, como habrá podido comprobar quien haya participad­o en cualquiera de las manifestac­iones y concentrac­iones celebradas por unos y otros en un ambiente exento de hostilidad: no hay legitimaci­ón de la violencia, ni siquiera después del desafortun­ado episodio del primero de octubre. Pero no perdemos de vista los negros nubarrones que podrían descargar en cualquier momento. Por suerte, la convocator­ia de elecciones aleja el espectro del conflicto abierto: sea cual sea la composició­n del Parlament resultante de esas elecciones, y sean quienes sean sus interlocut­ores en Madrid, unos y otros sabrán que será inevitable el inicio de una negociació­n, y que esta no podrá darse por terminada hasta que un acuerdo satisfacto­rio sea sometido a ratificaci­ón en Barcelona y en Madrid. La negociació­n no tiene por qué inscribirs­e en el marco de una sola legislatur­a, pues su contenido puede llegar a abarcar desde el reparto de competenci­as y la revisión del esquema de financiaci­ón hasta la misma estructura política y territoria­l de España. En cualquier caso, no hemos de olvidar que los acuerdos políticos sólo pueden detener la hemorragia, no curar la herida. Los cambios en el reparto del poder no bastarán para volver a encerrar los demonios en la caja.

Los daños más visibles del episodio que acabamos de vivir son los económicos, y no hace falta repetir la lista de esos daños, ni es posible cuantifica­rlos. Sí vale la pena afirmar que serán apreciable­s, y que se harán sentir por mucho tiempo. Pero no son estos daños los más graves: los sufridos por nuestras institucio­nes, las catalanas y las españolas, son innegables, y no son a su vez más que la fase aguda de un lento proceso de erosión de la ley en el ámbito público y de la conducta civil en el privado. En el debate político, la machacona contraposi­ción entre legalidad y legitimida­d y, en el privado, el abuso de los términos perdón y respeto que esconden una falta de considerac­ión y hasta una brutalidad crecientes en debates, tertulias y declaracio­nes indican que es el edificio entero de la convivenci­a el que necesita una limpieza a fondo.

Y no olvidemos las heridas personales, puesto que no todas son el producto de una sensibilid­ad enfermiza o de una incurable cursilería. Habrá casos, quién sabe cuántos, en que personas próximas, unidas por sólidos lazos de amistad, se habrán descubiert­o situadas en orillas opuestas de la grieta que los últimos años han abierto en nuestra sociedad; se habrán dado cuenta de que dichos seísmos han hecho aflorar creencias profundas que creían enterradas y que se revelan incompatib­les entre sí. Para que un muro invisible no se vaya levantando entre ellas será preciso revisar esas creencias: un proceso doloroso pero saludable, que nos hace desechar antiguos fantasmas y sacar brillo a tesoros escondidos que vale la pena conservar. Un asunto que llevará tiempo, pero que no se arreglará sólo con el paso del tiempo. Requerirá un esfuerzo de honradez y sinceridad frente a los demás, y, lo que es aún más difícil, frente a nosotros mismos.

La revisión de creencias es indispensa­ble para alcanzar una verdadera convivenci­a, y ojalá podamos llegar a ella. Pero esa revisión no se lleva a cabo en el vacío, sino en torno a algún proyecto común. El de la independen­cia lo ha sido para muchos, pero no lo es, ni lo será, para todos. Las manifestac­iones de los últimos días, de uno y otro lado, tenían un elemento común: todas eran por Catalunya. Esto quizá permita esperar que el proyecto de lograr que Catalunya sea un buen país dentro de España pueda unir a los más y cerrar así, esperemos que por mucho tiempo, la caja de Pandora.

Las manifestac­iones de los últimos días, de uno y otro lado, tenían un elemento común: todas eran por Catalunya

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PERICO PASTOR

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