Nota a pie de tuit
El 12 de septiembre del 2001, al día siguiente del ataque a las Torres Gemelas, George W. Bush pronunció un discurso que se convirtió en famoso. “Esta será –dijo– una lucha monumental del bien contra el mal. Pero el bien prevalecerá.” Unas semanas después, en otro discurso ante la asamblea general de la ONU, dio las razones en las que fundamentaba la fe en esta victoria: “Estamos seguros de que la historia tiene un autor que llena el tiempo y la eternidad con su propósito. Por eso, sabemos que, aunque el mal es real, el bien acabará ganando”. Como muchos lectores quizás recuerden, esta confianza en la providencia divina no impidió que el gobierno del cuadragésimo tercero presidente de los EE.UU. se emplease a fondo tanto en Afganistán como en Irak. La que entonces se describió como “guerra contra el terror” no parece que haya contribuido a mejorar el mundo. Pero, durante un tiempo, el lenguaje moral dicotómico con el que se quería justificar tuvo unos efectos notables en la opinión pública estadounidense.
Laura J. Rediehs analizó algunos de estos efectos en un volumen colectivo, Lenguaje colateral. Claves para justificar una guerra (2002), donde remarcaba el uso que se hizo de la retórica sobre el bien y el mal para consolidar una visión de las cosas que no dejaba lugar para la crítica. Una vez separados con claridad el bien y el mal, se llenaron estratégicamente ambos lados de la frontera con series de ideas y con diferentes clases de persona. Junto a la bondad, se hallaba la “buena gente” y conceptos como “libertad” y “democracia”, que los neoconservadores redefinían a su manera. Junto a la maldad, había, de entrada, imágenes de asesinos escondidos en cuevas y de mujeres y niños apaleados por los talibanes. En este discurso binario, cada actitud, cada opinión, cada nación y cada persona eran indefectiblemente asignados a uno u otro bando. Los estadounidenses que disentían, aquellos que dudaban de la versión oficial de los hechos, como la existencia de armas de destrucción masiva, o los que cuestionaban la pertinencia de la intervención militar en Irak se apartaban del bien para alienarse en las filas del mal, y eran objeto de todo tipo de improperios y condenados al ostracismo.
Otro de los efectos colaterales de la retórica sobre la lucha entre el bien y el mal fue, según Rediehs, la proliferación de la idea que las acciones políticas se justificaban, no por los resultados que debían permitir obtener, sino por los supuestos sentimientos morales correctos de los responsables de las decisiones. Esta peculiar sentimentalización moral de la política sirvió para alimentar una concepción del liderazgo que, además de disculpar la mentira cuando se explicaba a fin de bien, legitimaba la incompetencia. A corto plazo, Bush supo capitalizar un discurso que lo permitía presentarse como lo más genuino portavoz de la buena gente. Pero ha pasado a la historia como un político irresponsable, incompetente y deshonesto, que desarrolló una política exterior del todo desastrosa, si se juzga por sus objetivos declarados.
Bush supo capitalizar un discurso que le permitía presentarse como el portavoz de la buena gente