La noche en que el mundo cambió
En la noche del 8 de noviembre del 2016, varios comentaristas se tomaron a broma los primeros escrutinios favorables a Donald Trump, pero las sonrisas demócratas empezaron a congelarse cuando se proclamaron los resultados de Pensilvania. 24 horas antes, Hillary Clinton había cerrado campaña en Filadelfia con un mitin apoteósico junto a Barack y Michelle Obama. Y a pesar de ello, Trump obtuvo en el estado clave 44.292 votos más que Clinton, menos del 1% de diferencia, pero los suficientes como para poner al mundo entero al borde del ataque de nervios. Pasada ya la medianoche, la agencia Associated Press confirmaba que Wisconsin también se decantaba por Trump, con lo que el candidato republicano superaba los 270 votos electorales necesarios que le convertirían en el 45.º presidente de Estados Unidos. Aquella noche, no sólo la primera potencia, el mundo entero cambió de rumbo.
Los republicanos no ganaban en Pensilvania desde 1988 y habían perdido sistemáticamente en Wisconsin desde 1984. En Michigan, el tercer estado del cinturón de acero, Barack Obama ganó en sus dos elecciones. Sin embargo, Donald Trump, un magnate inmobiliario de Nueva York que se había hecho famoso presentando un reality show en la NBC, consiguió movilizar con un discurso populista a miles de agricultores que hasta entonces no solían molestarse en ir a votar y además convenció a miles de obreros industriales, tradicional clientela demócrata, de que con él de presidente sus vidas iban a cambiar.
La vida de los obreros y de los agricultores estadounidenses apenas ha cambiado este último año, pero sí ha dado un vuelco el clima político del país. Trump prometió la noche electoral reconciliar un país que está más dividido que nunca, pero el discurso oficial contra la inmigración y los intentos de restringir la entrada de refugiados y de viajeros procedentes de países muanunció sulmanes ha coincidido con un aumento de los crímenes de odio y el envalentonamiento de los grupos supremacistas blancos. Incluso han arreciado los ataques a cementerios judíos y sinagogas. Pero también es cierto, sea mérito de Trump o de su antecesor, que la economía sigue mejorando: el desempleo es bajo, la bolsa está muy arriba, los ingresos de la clase media han aumentado y la tasa de pobreza se ha reducido.
Donald Trump se ha convertido en un presidente-agitador con declaraciones y tuits agresivos y enfrentamientos con los medios que le critican para contrarrestar la escasez de iniciativas políticas llevadas a buen puerto y el escándalo del Rusiagate. En diez meses como presidente, Donald Trump todavía no ha podido firmar ninguna ley importante ni cumplir sus promesas más escandalosas como derogar la reforma sanitaria de Obama u obligar a México a financiar la construcción de un muro en la frontera con Estados Unidos. Su principal éxito –de hecho el único hasta ahora– ha sido restituir la mayoría conservadora en el Tribunal Supremo nombrando al juez Neil Gorsuch para cubrir la vacante que dejó la muerte súbita de Antonin Scalia. Pero con Trump en la Casa Blanca ha estallado una guerra civil en el Partido Republicano entre el establishment y la extrema derecha que no tiene precedentes y que lleva camino de transformar el Grand Old Party (GOP) en el partido de Donald Trump, y no al revés, es decir un caudillismo desconocido hasta ahora en la política estadounidense. Los congresistas que se rebelan contra el presidente, como Bob Corker o Jeff Flake, se ven obligados a abandonar la política hostigados por los hooligans del trumpismo.
Con todo, el cambio más trascendental que ha propiciado la elección de Donald Trump ha sido sin duda la nueva relación que el jefe de la Casa Blanca pretende establecer con el resto del mundo. “No seré el presidente del mundo, seré el presidente de Estados Unidos”, Trump, y efectivamente el nacionalismo, el proteccionismo y la bilateralidad en defensa estricta de los intereses nacionales de Estados Unidos equivale a renunciar al liderazgo moral del planeta fundamentado en los valores democráticos de la primera potencia. Trump se ha desentendido del futuro del planeta retirando a EE.UU. del Acuerdo del Clima de París e intenta sustituir los compromisos multilaterales como el Acuerdo Comercial Transpacífico o el Tratado de Libre Comercio por imposiciones unilaterales. Plantea sus viajes internacionales como estrictas misiones comerciales para vender armas, ya sea a Arabia Saudí o esta misma semana a Japón.
El cambio de paradigma lo confirmó la canciller alemana Angela Merkel en mayo pasado: “Los tiempos en que podíamos confiar plenamente en otros son cosa del pasado y los europeos debemos forjar nuestro destino con nuestras propias manos”.
Se repite a menudo que Trump es el presidente más impopular de la historia moderna en su primer año de mandato y efectivamente el 56,7% de los estadounidenses desaprueba su gestión, pero eso no quita que casi todos los que le votaron volverían a hacerlo. El diario USA Today monitorea constantemente a un grupo de votantes de Trump para comprobar si se cansan del presidente o si se arrepienten de haberle votado. Ninguno se ha arrepentido. “Como presidente me gusta adónde va, aunque su boca es su peor enemigo”, dice Duane Gray, un camionero de Idaho. “Con Trump estamos más seguros”, afirma Patricia Somion, de Ohio. “A veces habla antes de pensar lo que dice, pero ese es el rasgo de un hombre honesto”, opina Michael Colombo, de Nueva Jersey. Dificilmente cambiarán los votantes de opinión sin ninguna alternativa a la vista. Ha pasado un año de la gran derrota de Hillary Clinton y los demócratas siguen lamiéndose las heridas y reprochándose unos a otros. La excandidata recorre el país vendiendo el libro en el que reparte culpas a diestro y siniestro. La presidenta del Comité Demócrata, Donna Brazile, revela ahora que llegó a plantearse sustituir a Clinton por el vicepresidente Joe Biden apenas dos meses antes de las elecciones por el fuerte “olor a fracaso” de la candidata. Aunque quizá lo mas grave de cara al futuro es que cuando los canales de noticias necesitan un referente para los demócratas no tienen más remedio que acudir a Bernie Sanders, el senador izquierdista de 76 años que, para más inri, se niega a afiliarse al partido celoso de su independencia.
Agricultores y obreros de Pensilvania, Wisconsin y Michigan dieron el vuelco La jefa de los demócratas dice ahora que se planteó sustituir a Clinton porque “olía a fracaso” EE.UU. está más dividido, la economía mejora y la primera potencia ha perdido liderazgo Trump es el presidente más impopular, pero quien le votó repetiría y no se ve alternativa