Bill de Blasio se prepara para revalidar la alcaldía de Nueva York
El edil acudió a las urnas con una ventaja de más de 30 puntos en las encuestas
Los colegios electorales hacía un buen rato que habían abierto en Nueva York y el sintecho del barrio seguía dormitando. En su sitio habitual, tumbado al resguardo del escaparate de la tienda de ropa interior femenina, bajo la cálida mirada de las modelos.
De cara a la próxima Navidad, las chicas anuncian mucha purpurina a flor de piel. Para acentuar el contraste entre estos mundos, el de la cristalera y el de la calle, él siempre carga con viejos zapatos, rotos, colgando de su cuello, como si fueran collares.
Hay otros homeless en el barrio, es verdad, pero van cambiando, mientras que él continúa aquí, como un vecino más del Upper West Side de Manhattan. Qué resistencia la de este hombre. Ya estaba al raso cuando, en noviembre del 2013, Bill de Blasio alcanzó la alcaldía apelando al cuento dickensiano de las dos ciudades.
Era la denuncia del candidato contra la enorme disparidad social, que se había disparado después de doce años de Michael Bloomberg y su política municipal de atracción de grandes fortunas. Había resurgido la construcción de rascacielos con vistas de lujo a la misma velocidad que los sin hogar repoblaban las aceras.
De Blasio, de 56 años, regresó ayer a las urnas en busca de mantener la vara de mando. Y lo hizo entonando un cierto mea culpa.
“Me habría gustado hacerlo mejor al inicio de mi administración en términos de enfocarnos en los sintecho en la calle tanto como lo hicimos en los refugios para ellos”, concedió el alcalde en una reciente rueda de prensa. Esque te es el flanco débil de su relato, atisbado pronto por sus críticos, quienes afirman que de los 53.165 homeless de enero del 2014 se ha pasado en el presente a 62.840.
“El principal problema de esta ciudad es la pobreza”, afirma Ken Shderill, profesor jubilado que ha votado por De Blasio en una escuela en la calle 85, cerca de Columbus Avenue. “Y la salida no es fácil, creo que sólo se logrará si se suben los impuestos a los ricos, a nosotros”, tercia su amigo, el bailarín retirado Gerald Otte. También apoya al actual alcalde, por- “no se pasa el día riñendo a los ciudadanos”.
De hecho, estas elecciones locales se han caracterizado por la ausencia total de drama.
Si perdiese el liberal De Blasio, esto representaría una sorpresa bomba y uno de los petardazos en los pronósticos más atronadores en la historia de las encuestas, pese a los precedentes existentes.
En una ciudad donde hay un republicano por cada seis demócratas, el aspirante a la reelección le saca más de 30 puntos a la rival mejor colocada, la conservadora Nicole Malliotakis, de 36 años.
“La patética realidad es que lo tendremos como alcalde otra vez, no porque sea un buen alcalde, sino porque compite contra el bufón Bo Dietl y una inexperta Malliotakis”, escribió Jamie Connor en la sección de cartas de los lectores en el Daily News.
De Blasio luce éxitos. En este mandato ha mejorado la salud laboral de la ciudad, el salario mínimo oficial se ha incrementado un 15%, el turismo funciona a toda máquina, las escuelas van mejor y ha implantado la educación universal preescolar a los cuatro años, el avance más festejado.
Y, al contrario del previsto regreso al infierno de la criminalidad dadas sus ideas “izquierdistas” –dicho como insulto en el otro bando–, Nueva York disfruta de una caída récord de la delincuencia, que rompe la dinámica de otras metrópolis en EE.UU.
Según De Blasio, la peor amenaza es la regulación impositiva que inspira el presidente Donald Trump y que puede esquilmar las arcas municipales. “El peligro no está en Nueva York –proclamó al cerrar su campaña–, sino a 200 millas (321 kilómetros) por la autopista I-95”.
Juega sus bazas de oposición al neoyorquino que ocupa la Casa Blanca. En el primer debate, De Blasio marcó la línea de ataque de forma clara. “Malliotakis y Dietl votaron por Trump”, les achacó.
“Pues sí, he votado a De Blasio porque es una buena baza para contener a Trump”, replica Serena, publicista. “El metro funciona muy mal –añade–, pero eso depende del gobernador”.
El vecino sin hogar se ha ido a dar una vuelta por el barrio.
La educación preescolar es su principal logro y la crisis de los sintecho, su frustración social