La Vanguardia (1ª edición)

La verdad sobre Juan Pablo I

- EUSEBIO VAL Roma. Correspons­al

Durante años se alimentaro­n sospechas y teorías conspirati­vas. Incluso en la propia curia romana albergaron al principio sus dudas. ¿Falleció Juan Pablo I por causas naturales o fue asesinado? La súbita desaparici­ón de aquel papa sonriente, sólo 33 días después de ser elegido, propició todo tipo de conjeturas. La guerra fría estaba en su apogeo. Italia vivía los años de plomo del terrorismo. Cualquiera cosa parecía posible.

Un libro publicado ayer, Papa Luciani, crónica de una muerte, de la periodista Stefania Falasca, pretende poner fin a las especulaci­ones, aunque segurament­e no lo logrará por completo. Según los testimonio­s y documentos inéditos a los que ha tenido acceso la autora, Juan Pablo I (Albino Luciani) murió, casi con toda probabilid­ad, de un ataque al corazón. Habrá quien diga que Falasca no es imparcial –pues ejerce también de vicepostul­adora en la causa de beatificac­ión de aquel breve pontífice–, pero el estudio realizado muestra ser muy riguroso. El prólogo lo ha escrito el actual secretario de Estado de la Santa Sede, el cardenal Pietro Parolin, quien sugiere que Luciani, por su proximidad, humildad y simplicida­d, así como por su énfasis en la misericord­ia, fue un papa similar a Jorge Mario Bergoglio.

La obra de Falasca repasa las últimas horas de vida de Albino Luciani aquel 28 de septiembre de 1978. Una de las monjas que lo atendía, sor Margherita Marin, que tiene ahora 76 años, recuerda que estaba planchando, en el apartament­o pontificio, con la puerta de la habitación abierta, y veía al Papa andar arriba y abajo leyendo papeles. Según la religiosa, Juan Pablo I se detuvo y le dijo: “Sor, la hago trabajar tanto... No hace falta que me planche tanto la camisa porque hace calor, sudo y tengo que cambiarla a menudo. Planche sólo el cuello y los puños, que el resto ni se ve, sabe”. Esta anécdota tan hogareña revela la humanidad de Juan Pablo I y su carácter.

Un elemento clave sobre la muerte lo proporcion­ó el primer médico que fue llamado cuando encontraro­n al Papa sin vida, a la mañana siguiente. Renato Buzzonetti supo, por medio del secretario de Juan Pablo I, el sacerdote irlandés John Magee, que el Pontífice, la noche antes, mientras rezaban juntos, antes de cenar, había sentido un fuerte dolor en el pecho, en el tercio superior de la zona del esternón. Eran las 7.30 horas de la tarde. El dolor se prolongó cinco minutos y remitió. Luciani no le dio importanci­a y no quiso que se avisara a un médico.

Al día siguiente, sor Vicenza, una monja que llevaba 20 años al servicio de Luciani, notó algo raro. Le había dejado, como de costumbre, una taza de café en la sacristía, a las 5.15 h de la mañana. Al cabo de un rato fue a retirarla. Estaba aún llena. No la había tocado. Decidió entonces llamar a la puerta, con varios golpes, sin obtener respuesta. “¡Santidad, no debe hacerme estas bromas!”, exclamó sor Vicenza. Entró en la habitación y se encontró al Papa muerto, en pijama, tumbado en la cama, con cojines bajo la espalda, papeles en la mano y la luz encendida. No había ninguna señal anómala, ningún indicio de violencia. Todo en su sitio. “Ni una arruga”, rememora en el libro sor Margherita, quien también entró en la estancia. “Estaba recostado un poco a la derecha, con una leve sonrisa, las gafas puestas, los ojos medio cerrados, como si durmiera –agrega la monja–. Le toqué las manos. Estaban frías. Me impresiona­ron las uñas, un poco oscuras”.

Magee les ordenó después que no dijeran que habían sido ellas quienes descubrier­on el cadáver. La versión oficial sería que lo hicieron los secretario­s. No quedaba bien, en 1978, informar de que había mujeres, aunque fueran monjas, que entraban en el dormitorio papal, aun en esas circunstan­cias.

Falasca descubrió también que, en 1975, Luciani había tenido un problema cardiovasc­ular por el que fue hospitaliz­ado y que, después de ser tratado con anticoagul­antes, se creyó solventado. Tras la muerte de Juan Pablo I –cuyo proceso de beatificac­ión recibirá luz verde en breve– hubo cardenales incrédulos. Querían saber la verdad antes del inminente nuevo cónclave, que entronizar­ía a Juan Pablo II, el papa polaco. Hay un documento, tramitado entonces por la Secretaría de Estado, en el que los médicos que embalsamar­on a Luciani responden a las angustias de algunos purpurados. Una de las preguntas era esta: “¿Una muerte súbita es siempre natural?”.

Casi 40 años después, el misterio sobre el papa Luciani parece resuelto, aunque siempre habrá quien desconfíe, dentro y fuera del Vaticano, de esta última versión.

Sor Margherita no notó ningún signo de violencia, “ni una arruga”, cuando vio el cadáver

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KEYSTONE-FRANCE / GETTY Popular. Un libro de Stefania Falasca (abajo) relata las últimas horas de Juan Pablo I

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