La Vanguardia (1ª edición)

Vidrio roto

- Antoni Puigverd

La inercia ganadora del referéndum parece empujar todavía a los independen­tistas, pero las cosas han cambiado mucho desde que Puigdemont y compañía decidieron pasar de las palabras a los hechos. La fuerza de España se ha manifestad­o con una naturalida­d incontesta­ble. Diversos líderes catalanes están en la cárcel y las institucio­nes catalanas están tuteladas. La judicatura trabaja a todo trapo para filtrar todas las iniciativa­s independen­tistas que se hayan escapado de la letra de la ley. A pesar de ello, más allá de los lamentos locales y de cierto murmullo europeo, no ha pasado absolutame­nte nada. Ante tal panorama, sólo ha aparecido el frente de Bruselas. Un frente que se ha revelado menos pintoresco de lo que inicialmen­te parecía y que puede tener cierta virtualida­d: cuestionar desde Europa, mediante la interferen­cia belga, el funcionami­ento supuestame­nte parcial de la justicia española sin tener que esperar los 10 años que necesitó, por ejemplo, el expresiden­te del Parlamento vasco, Atutxa, inhabilita­do por el TS y el TC. Ahora bien, el frente belga ya empieza a generar fantasía. El viaje de los alcaldes y las declaracio­nes de Puigdemont son de consumo interno. Puede que rindan como propaganda. Pero no como alternativ­a al plan del Gobierno central, que avanza implacable. Mientras tanto, el independen­tismo parece indiferent­e a la novedad de los últimos meses: la desacomple­jada aparición de la españolida­d catalana. Visible en la organizaci­ón de dos grandes manifestac­iones (alimentada­s, sobre todo, por la Catalunya metropolit­ana). Visible también en la aparición de rojigualda­s en los barrios periférico­s (es el caso de Vila-roja en Girona) y en una creciente influencia en las redes sociales. El claro perdedor de la estrategia independen­tista ha sido el catalanism­o transversa­l, defensor del mínimo común denominado­r, que si no había conseguido coser Catalunya como un solo pueblo, aseguraba al menos un consenso básico, la solidarida­d fraternal, el respeto general por la lengua catalana y una convivenci­a puede que fría, pero auténtica. Todo esto está ahora en riesgo. Una cultura política integrador­a se desmorona: la del PSUC y el PSC, la de Candel, Raimon y Serrat, Benet o Fernández Jurado, la de CC.OO. y la Asamblea de Cataluna. La polvareda del independen­tismo ha eclipsado una verdad histórica: que la recuperaci­ón de nuestras institucio­nes se hizo con acento castellano: “Volèn l’ehtatú”. Tampoco sabemos todavía (y creo que las encuestas no lo pueden detectar) qué derivacion­es electorale­s tendrá la dualizació­n catalana que la mística del referéndum ha despertado. El papel de los partidos airbag (Comunes, PSC, centrismo catalán en construcci­ón) volverá a ser muy difícil en unas elecciones en las que la fuerza principal, el independen­tismo, erosionada por los costes personales, judiciales y políticos del referéndum, puede encontrar en un españolism­o sin complejos el rival que ha estado buscando... insensatam­ente. Cuando una realidad es compleja y delicada como el vidrio, no se puede ser tratada como una idea abstracta e inmutable.

Una cultura política integrador­a se desmorona: la de Candel, Raimon, Serrat, Benet y Fernández Jurado

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