La Vanguardia (1ª edición)

El silencio

- Pilar Rahola

Apesar de que el poema se ha adjudicado tradiciona­lmente a Bertolt Brecht, lo cierto es que ni lo escribió Brecht ni nació como un poema. En realidad, se trataba de un sermón que el pastor protestant­e Martin Niemöller escribió para su congregaci­ón de Kaiserslau­tern, en 1946. Su intención era responder a la pregunta que él mismo se había formulado, ante la barbarie nazi: “¿Qué habría dicho Jesucristo?”. La respuesta se convirtió en una denuncia demoledora sobre la complicida­d letal del silencio cuando el mal acecha, no en vano siempre acaba alcanzando a todos. Resumido, dice el texto: “Cuando vinieron a buscar a los comunistas callé, porque yo no era comunista. Cuando vinieron a por los sindicalis­tas callé, porque yo no era sindicalis­ta. Cuando vinieron a por los judíos callé, porque yo no era judío. Después vinieron a por mí, y entonces ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí”.

Más allá de la tragedia nazi que motivó el sermón, las palabras de Niemöller son un icono que sirve para todas las situacione­s en las que el poder se convierte en un martillo contra los derechos ciudadanos. Por supuesto, nada es comparable al nazismo, y este artículo nunca tendrá esa intención, pero si bajamos a otro nivel, la verdad del pastor se mantiene inalterabl­e: ante el abuso, la prepotenci­a, la injusticia o la violencia del fuerte sobre el débil no cabe el silencio porque siempre tiene efecto bumerán. Pienso en ello a raíz de la decisión del ministro Montoro de intervenir las cuentas del Ayuntamien­to de Madrid por “incumplir la regla del gasto”. De esta manera expeditiva, el ministerio rechaza el plan económico de la alcaldesa Carmena y, de facto, asume el control de un ayuntamien­to que su partido no gobierna.

Es decir, Montoro repite la operación que ya hizo en Catalunya cuando intervino las cuentas de la Generalita­t (en dos fases, la segunda más grave), hasta que llegó la intervenci­ón final. Por el camino se fue gestando la idea de que el Estado debía tutelar la autonomía catalana, que entraba en fase rebelde. Y una vez cuajada la idea del Gobierno estatal como padre padrone que lo controla mientras nadie le controla, el método podía aplicarse a cualquiera. De hecho, desde Catalunya fuimos avisando de la amenaza porque nos ampara la experienci­a secular: todo lo que ha nacido históricam­ente para reprimir el conflicto catalán ha acabado afectando a la libertad del resto. Y ahora que la brutal anormalida­d de la intervenci­ón de un poder sobre otro se ha convertido en una “normalidad” para el PP, que así consigue gobernar donde no gana electoralm­ente, el problema lo van a sufrir muchos.

Todo lo que está ocurriendo es tan delirante y tan abusivo que lo peor es lo dicho, la complicida­d de quienes deberían alzar la voz de alarma. Esto es un desmantela­miento de la democracia, y lo peor es que el silencio de muchos, demasiados, lo ampara.

Todo lo que nació para reprimir el conflicto catalán ha acabado afectando a la libertad del resto

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