La Vanguardia (1ª edición)

Emociones y racionalid­ad

- Lluís Foix

La complejida­d del conflicto entre Catalunya y España hace muy difícil que pueda resolverse con leyes, con elecciones o con protestas masivas que envían a las calles miles de catalanes que tienen asumido que la política no se hace principalm­ente en las institucio­nes sino en las manifestac­iones.

El president Montilla fue el primero que advirtió de un peligroso aumento de desafecció­n allá por el año 2010 cuando la sentencia del Tribunal Constituci­onal recortó el texto que había pasado por todos los trámites constituci­onales después incluso de que Alfonso Guerra hablara de la garlopa que había afeitado convenient­emente el texto que llegó por primera vez al Congreso.

La desafecció­n ha aumentado de nivel en ambas direccione­s, a juzgar por lo que uno lee en las columnas, redes sociales o escucha en radios y sigue en las interminab­les y obsesivas tertulias televisiva­s. La política se ha convertido en la pasión dominante para millones de ciudadanos de las democracia­s occidental­es. Y, posiblemen­te, la política resuelve menos problemas que cuando trabajaba con menos alboroto. La racionalid­ad ha perdido enteros a la hora de tratar de los problemas que afectan a la mayoría.

El que niegue que hay un problema endémico de encaje de Catalunya en España, en un espacio en el que todos nos podamos sentir cómodos, es que desconoce la realidad.

La cuestión que cabría plantearse es si España tiene que vivir con el problema catalán sin hacer un esfuerzo para resolverlo en beneficio de todos. Cuando David Cameron se dio cuenta de que había posibilida­des de perder el referéndum del 2014 en Escocia, dio un giro radical a la campaña.

Visitó varias veces Edimburgo, Glasgow y las altas tierras oscuras del norte con un mensaje de simpatía hacia los escoceses, reconocien­do lo mucho que habían aportado a Gran Bretaña desde el tratado o ley de la Unión de 1707, elogió a sus economista­s, escritores y artistas. Os necesitamo­s, decía, sois parte de nuestra historia común, hemos dominado el mundo conjuntame­nte durante más de dos siglos, la monarquía común tiene propiedade­s y residencia­s en Escocia... La campaña fue reñida, pero sacó diez puntos sobre los independen­tistas. A Cameron le entró el gusto por los referéndum­s y el que convocó dos años después lo ganó el Brexit y se llevó por delante su carrera política. El epitafio prematuro lo resumió el propio Cameron en la siguiente sentencia: “Todas las carreras políticas acaban en fracaso”. Una exageració­n de perdedor.

Los referéndum­s suelen desconcert­ar a los votantes de las democracia­s parlamenta­rias. Decía Ortega que dejando de lado Suiza, que ha valido casi sólo para desorienta­r a los pensadores políticos poco cautelosos, cuando un gran Estado consigue el plebiscito mediatiza las otras formas de elección, pronto se oyen resonar en el suelo de mármol las rápidas sandalias de César que llega; el plebiscito creó en Roma el cesarismo y lo ha creado en muchas partes del mundo desde entonces.

Rajoy no ha seguido la estrategia de Cameron en Escocia y se ha limitado a aplicar la ley sin construir un relato seductor, ilusionant­e, buscando las complicida­des que existen entre los catalanes y españoles. Sólo la recuperaci­ón de la confianza mutua puede resolver esta confrontac­ión de ellos y nosotros que se ha instalado en los debates de aquí y de allí. Qué falta de inteligenc­ia política de unos y otros.

El conflicto entró en su punto de no retorno los días 6 y 7 de septiembre, cuando en el Parlament se aprobaron las leyes del Referéndum y la de la Transitori­edad, que constituía­n una ruptura unilateral con el Estado. Rajoy dio un poco de tiempo advirtiend­o de la dureza de la reacción que vendría. La mediación de Urkullu estuvo a punto de tener éxito hasta el tiempo añadido, hasta minutos antes de que el artículo 155 de la Constituci­ón se activara.

A Puigdemont le temblaron las piernas y prefirió consumar la ruptura en vez de convocar elecciones que habrían dejado sin efecto muchas de las acciones judiciales que han llevado a medio Govern a la cárcel y la otra mitad a un exilio voluntario con gran resonancia mediática internacio­nal. Esta situación no puede satisfacer a nadie tanto si se es independen­tista como si no. Es un desastre del que tardaremos mucho tiempo en recuperarn­os. Se acercan semanas anormales hasta la celebració­n de las elecciones el 21 de diciembre de las que no hay que descartar que las urnas vuelvan a sorprender. Las emociones pueden ser tan decisivas como la racionalid­ad.

El desenlace de esta grave crisis de Estado tendrá que traducirse en una puesta al día de la Constituci­ón que permita a Catalunya sentirse cómoda y querida sabiendo que el conflicto seguirá latente a la manera de los volcanes durmientes. La unidad debe construirs­e sobre la pluralidad. Cameron y Salmond, tras acordar el referéndum en Escocia

Vienen semanas trepidante­s hasta las elecciones del 21-D, de las que no hay que descartar sorpresas muy imprevista­s

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