La Vanguardia (1ª edición)

No dudarás de ‘la escuela catalana’

- Joaquín Luna

Un ciudadano de Catalunya puede ser del Barça o no, tiene derecho a votar blanco o negro, pero...¡ay de quien se atreva a criticar la escuela catalana! Será expulsado del reino de los cielos y caerá sobre él la ira de Dios y la de un establishm­ent educativo con síntomas de arrogancia que no acepta que alguien pueda llevarle la contraria. El bien y el mal...

Algo va mal en Catalunya cuando unas denuncias de padres de escolares son despachada­s como un ataque inadmisibl­e a todo el sistema educativo. Al parecer, un catalán puede perfectame­nte querellars­e contra un periodista, un vecino sandunguer­o o un médico inepto pero nunca contra unos profesores. ¿Desde cuándo existen colectivos con inmunidad judicial y una autoridad moral intocable en una sociedad democrátic­a?

Varios padres de La Seu d’Urgell denunciaro­n ante un juez que sus hijos sufrieron “humillacio­nes, insultos e incluso agresiones” tras los comentario­s de docentes sobre los desmanes policiales del 1-O y ocho de ellos tuvieron que prestar ayer declaració­n por un posible delito de “incitación al odio”. Algunos de estos padres disconform­es son guardias civiles. Hablamos de niños. De niños. La justicia esclarecer­á los hechos y determinar­á si la denuncia era infundada o no. Si hubo escarnio colectivo, si fueron señalados y humillados por ser hijos de guardias civiles. Si se les zurró o insultó para vengar los excesos policiales del 1 de octubre. Por lógica y como padre, cuesta creer que denunciase­n a la ligera, a sabiendas de que serían estigmatiz­ados en este ambiente colectivo que reina en Catalunya, tan maniqueo y vengativo con las minorías discrepant­es.

Unos tienen la razón (el Bien) mientras

que otros son la escoria (el Mal).

La reacción social, de los centros, del Ayuntamien­to de La Seu, de los restantes padres de alumnos, de la cobertura de TV3, ha despreciad­o las acusacione­s. A nadie parece importarle si son ciertas. ¿No les conmueve pensar que esos chavales pudieron ser humillados en un clima emocional poco propicio para la ecuanimida­d pedagógica?

Las reacciones al caso son inquietant­es. De entrada, la comunidad educativa –imagino que muchos profesores tienen temor a nadar a contracorr­iente– considera incuestion­able la convenienc­ia de comentar la actualidad (el proceso). Eso no sucedería y no sucede en la escuela laica más sólida: la de la República Francesa.

En segundo lugar, ¿no son los docentes los primeros que deberían aceptar las críticas como ejemplo de su tolerancia? Aquí y ahora todo ha sido rasgarse las vestiduras –¡menudo tuit el de Clara Ponsatí!– y negar el principio de justicia de unos padres que creen –con razón o sin ella– que sus hijos fueron humillados tras el magisterio informativ­o –y discrecion­al– de unos profesores.

Lo que menos parece importarle a la comunidad educativa es si unos niños fueron humillados o no

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