‘Els nens desagraïts’ aborda la necesidad de creer a partir de una secta de Girona
Temporada Alta y la sala Beckett estrenan la nueva obra de Llàtzer Garcia
La necesidad de creer y de pertenecer a una comunidad, de tener sentido, explorada a través de una secta. De una secta real y muy próxima. El autor y director teatral Llàtzer Garcia (Girona, 1981) compartió de pequeño el pupitre con un chico reservado y solitario que no iba nunca a la piscina, no hacía trabajos de grupo ni iba a ninguna excursión. La explicación de los padres era siempre la misma: motivos personales. Más de una vez los compañeros le zurraron por esos motivos. Años más tarde, Garcia se lo encontraría en un bar. Y él le explicaría que vivía en una comunidad ultracatólica en un pequeño pueblo de Girona. Una comunidad que vivía en la naturaleza y la pobreza y esperaba la llegada de Dios y que lideraba La madre. Una experiencia que Llàtzer Garcia ha adaptado libremente ahora en Els nens desagraïts, que este viernes se estrena en el festival Temporada Alta –en la sala la Planeta de Girona– y que desde el día 15 y hasta el 10 de diciembre estará en la sala Beckett de Barcelona.
“Vivían en una especie de campamento extraño, nadie preguntaba demasiado qué era. Había una casa de campo y caravanas, no es que vivieran allá, excepto la madre fundadora, pero los otros sí que iban todo el fin de semana y entre semana hacían vida más o menos normal. En los más metidos en el grupo sólo trabajaba el hombre y los niños ni iban al colegio. Otros en los que a lo mejor sólo estaba metida la madre, sí que iban, aunque intentaban no relacionarse con nadie, llevaban un rosario escondido”, explica Garcia, que recuerda que “era una comunidad ultracatólica donde el discurso era bastante absurdo y casi medieval. La llegada del fin del mundo, muy apocalíptico. Ellos serían el pueblo escogido, los últimos santos de los últimos tiempos. Dios les estaba construyendo un pueblo donde irían a parar cuando el mundo acabara. Los niños no podían escoger y a algunos les hacían casar entre ellos”, cuenta Garcia.
Y señala que le interesa especialmente cómo esos niños vivían en dos realidades, la comunidad religiosa y el mundo de fuera, “como Jekyll y Hyde”. “Me pregunto cómo se pueden desarrollar luego en el mundo. Quizá sales o te quedas, pero es difícil olvidar tus 15 primeros años. Resuena siempre”, razona. Y explica que los niños desagradecidos del título son los hijos de la comunidad que se desvinculan de ella, pero también son los padres que entrando “rompen lazos con sus propios padres y a los que la comunidad casi convierte en niños”.
Liderándolos a todos, la madre fundadora, Maria Assumpció, “carismática, capaz de arrastrar con creencias tan poco creíbles a gente que llevaba una vida normal. Es vidente, entra en éxtasis hablando con Dios. Y es una persona que no busca beneficios económicos ni sexuales, vivían en la pobreza real y creían con las máximas consecuencias. Era fascinante”, explica. Dicho lo cual, remarca que la madre fundadora tiene un punto de burguesa catalana. Le fascinaban Rita Hayworth y Greta Garbo. Predicaba la pobreza, pero iba con sus joyas, tenía glamour. Un contrasentido que todos aceptaban. Y tenía una fe incorruptible por lo que hacía pese a las barbaridades que decía, y desde ahí la hemos abordado, positivándola. Debió ser muy fuerte. Para su personaje también nos hemos inspirado en una vidente que hubo en EE.UU. en los años veinte y de la que habló en un libro Stefan Zweig”.
Si personajes como La madre triunfan, asume Garcia, es porque “hay una gran crisis de creencias. Nos cuesta creer en cosas, y eso provoca gran vacío. Lleva a no creer en uno mismo. La obra habla de esa crisis de fe que todos tenemos encima. A ellos el grupo les da un sentido a la vida. Estás aquí porque eres un escogido de Dios y tu finalidad será esta. Le podría pasar a cualquiera. Hay necesidad de formar parte de un colectivo”.
El autor fue a clase con un niño que pertenecía a una comunidad ultracatólica que esperaba el apocalipsis