La Vanguardia (1ª edición)

Pere Gómez

- Sergio Heredia

Va a hacer un año. Un año desde que se murió mi amigo Pere Gómez. Tenía 72 años, un espíritu inquieto. Un romántico del deporte. No sé si quedan tipos así.

Hace mucho tiempo, en los ochenta, Pere Gómez se llevaba a sus hijos a pasar la tarde del sábado en el Barça. El menú era intenso. De saque, el partido de hockey en el Palau. Luego, el baloncesto, o el balonmano, o el que tocara. Y de postre, el Barça en el Camp Nou.

Los chicos –Óscar, David y Meritxell– se anudaban al cuello la bufanda azulgrana, y con el padre que se iban. A veces, incluso Fina, la madre, les acompañaba La tarde del sábado, en azulgrana. En realidad, no era su único día semanal en el Barça. Sus hijos eran atletas del club. Corrían crosses, los 1.500, los 3.000, lo que tocara. Pere Gómez también pasaba aquellas tardes con ellos. De lunes a viernes. Bajaba la persiana en su tienda de comestible­s en Sarrià, se subía a la furgoneta y se llevaba a los chavales al entrenamie­nto, en las pistas de tierra anexas al Miniestadi. Mientras los chicos corrían, Pere Gómez conversaba con el entrenador. Hablaban de Schuster, Epi, Kalina o Abascal. Era vehemente. Le gustaba pleitear.

Yo formaba parte de aquel grupo. Teníamos quince años. Pere Gómez me tomó cariño y me incorporó en su familia. Solía llevarme en su furgoneta con los demás. Competíamo­s en pueblos remotos, en carreras imposibles, monte arriba. Ganábamos a los veinteañer­os. Estaba orgulloso de nosotros. Éramos sus purasangre­s. Luego la cosa se giró. Óscar, el mayor de sus hijos, murió en 1991. Tenía 20 años. Sufrió un accidente de moto junto a Álex, otro compañero del grupo. Otro que venía con nosotros en

Era un tipo vehemente, un amante del debate. ¿Quién era mejor? ¿Maradona o Romário? ¿Abascal o González?

la furgoneta. Otro que perdimos.

Ahí aprendí mucho de Pere Gómez. Me sorprendió su entereza en ese proceso. Siguió viniendo a los entrenamie­ntos, siguió discutiend­o. ¿Quién era mejor? ¿Abascal o González? ¿Maradona o Romário? Siguió al cargo de la tienda de comestible­s. Siguió pasando la tardes del sábado en el Barça.

Creció dentro del club. Llegó a dirigir la sección de atletismo. Llegó a presidir la Federació Catalana. Y al fin, se cansó. Cerró el despacho, cerró la tienda y al pueblo se retiró.

El pueblo no estaba lejos. A una hora de camino. Me pasé mucho tiempo prometiénd­ole: –Tengo que subir a verte. –Cuando quieras –me decía. Fui un tipo vulgar. Nunca cumplí ese compromiso. Me di cuenta del error el día de su muerte. Para entonces ya no había nada que hacer.

Va a hacer un año que murió Pere Gómez. Y en este tiempo, apenas he hablado con su familia, que tan bien me trató. No aprendo.

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