Los exconsellers se replantean su estrategia para lograr la libertad
Las defensas toman nota de lo ocurrido en el Supremo, donde las renuncias de los exmiembros de la Mesa abren el camino
Hubo que hablarlo hace unos días y habrá que hablarlo otra vez ahora. Es una cuestión de enfoque y de disposición de ánimo. No se puede plantar uno delante de un juez sin haber pensado antes qué quiere decirle y cómo lo va a decir. Estas cuestiones elementales se las están planteando ahora en las prisiones de Estremera y Alcalá Meco el cesado vicepresidente de la Generalitat y los siete exconsellers encarcelados por la Audiencia Nacional por supuesta rebelión, entre otros delitos. La pregunta es si quieren ir a declarar y qué están dispuestos a decir. O a admitir.
El juez del Supremo Pablo Llarena ha abierto una luz al final del túnel, pero en la Audiencia hay menos claridad. Igual allí hay que avanzar a tientas. Pero la tentación existe. La defensa de los exconsellers, en suma, se está planteando un cambio de estrategia. Incluso han cambiado de abogado.
Cuando acudieron a la Audiencia el pasado día 2, los comparecientes lo hicieron con la boca cerrada. Por si las moscas. Estaba todo muy reciente y candente. En aquellas circunstancias, tal vez el silencio fuera lo mejor. El 155 había impactado en la plaza Sant Jaume abriendo un cráter político de considerables dimensiones. Y desde Bruselas llegaban los truenos del cesado president de la Generalitat, Carles Puigdemont, bramando contra la justicia española y negando al sistema político del país la condición de democrático.
Era un escenario de infierno procesal. Mutis por el foro y a ver si hay suerte. Los exconsellers se limitaron a hacer caso a sus abogados y a negar que el proceso soberanista hubiera incluido alguna vez la violencia. Y no hubo más. Salvo que fueron todos a la cárcel. Prisión incondicional y cerrojazo.
Ahora, sin embargo, las cosas han cambiado. Y se lo van a pensar. Ya han empezado a hacerlo. El problema es de dignidad y de coherencia. A los miembros de la Mesa del Parlament, que han quedado en libertad, les costó tragarse el sapo. No todos querían, inicialmente. Más de uno, o de una, seguía proponiendo la opción de la boca sellada. Pero llegó el miércoles. ¿Qué pasó ese día? Huelga general. ¿Y cómo fue? Mal. ¿Mal para quién? Mal para todos. ¿Por qué? Porque se generaron problemas y molestias para mucha gente, y no se paró el país. Es decir, que nadie sacó nada de la convocatoria. Del episodio no quedará ni una línea en la edición revisada del manual del buen antisistema. ¿Conavanzar, clusión? Que a la vista de los acontecimientos, se lo pensaron todos. Y concluyeron que mejor ir a declarar y contestar a todas las preguntas. A probar suerte por un camino distinto al de los exconsellers, que no les sirvió de nada.
Los abogados respiraron más tranquilos. Por esta vía tenían una oportunidad. Del Supremo, con muchos filtros y por vías sumamente indirectas, pero nítidas, llegaban cantos de sirena. Todo era posible, incluso librarse de la cárcel. Bastaría con saber contestar. A por ello. En singular. Y con humildad. Nada de sacar pecho. El orgullo sirve de poco en una sala de justicia. Allí el saque siempre lo tiene el otro tenista. Incluso la raqueta. Para salir bien parado, basta con evitar los pelotazos.
Eran las nueve y poco. Ya estaban todos. El gran día. Rostros adustos. O más bien circunspectos. Salvo el de Pablo Llarena, el juez. El más cordial y sonriente de la sala. Buenos días. Buenos días. Todos saludados. A ver, las reglas del juego. Expectación. ¿Qué nos va a contar? Señores letrados, sobre todo tranquilidad. Cómo no, señoría. Ya. Pero lo digo porque esto es el Tribunal Supremo. A ver si me entienden, esto no es la Audiencia Nacional. Ay, qué habrá querido decir con esto. Cuidado con fiarse de las apariencias. A Carme Forcadell no se le quitaba la inquietud del rostro. Con lo que había costado convencerla. A ella y a Anna Simó. Miradas cruzadas. Tranquilas, ya habeis oído al juez.
Empezamos. Fue por Forcadell. La ex fiscal general Consuelo Madrigal se arremangó la toga. Menuda, cultísima, con mil citas en la cabeza. Voz de seda en código de hierro. Conclusión del interrogatorio, la DUI tuvo un valor “simbólico” y la asunción del 155 implica la aceptación de las vías constitucionales. El juez Llarena no quería mucho más. La Fiscalía sí, pero retiró la aguja de la vena.
Con Corominas, Guinó y Barrufet, los tres siguientes miembros de la Mesa, no hubo problemas. Estaba todo muy hablado. Lo mismo. La vía unilateral no ha servido. Hay que en todo caso, por la senda del pacto. Barrufet se lo sabía especialmente bien. Para los abogados, un modelo de declaración. Casi tan buena como la de Nuet. Anem bé.
Pero, ay, en la siguiente curva, peligro. Salta al terreno otro fiscal. Nada menos que Javier Zaragoza, exfiscal jefe de la Audiencia Nacional. Maño, como su apellido. De estilo noble, pero sin contemplaciones. Interroga a Anna Simó. Prendrem
mal. Ustedes renuncian ahora a las vías unilaterales, pero el señor Puigdemont en Bruselas... Simó plantó los pies en el suelo. Defendemos dar la palabra a los ciudadanos y por vías pacíficas. Una hora y 22 minutos de interrogatorio. El más complicado, quizá, de la jornada.
EL MOMENTO CLAVE La decisión de declarar se tomó tras el fracaso de la huelga del pasado miércoles
EL GUIÑO TEMPRANO El juez pidió de inicio “tranquilidad porque esto es el Supremo, no la Audiencia Nacional”
Luego vino Guinó, y otro fiscal, Jaime Moreno, el que sostuvo la acusación en el juicio contra Francesc Homs en el Supremo. Un profesional. Al grano. Sin florituras. Caía la tarde. Llegó el turno de Nuet. Volvió Zaragoza al estrado. Para ambos, un paseo. Todo muy claro. La vía unilateral no sólo no ha servido, sino que además no podrá reeditarse. Y Nuet, por otro lado, no votó la DUI. El caso más claro.
Momento cumbre. Expongan sus conclusiones. Al mando, otro fiscal, Fidel Cadena. Un humanista provisto de estilete. Se lo voy a contar muy claro. Esto era un trípode. Una pata, el Govern. Otra, el Parlament. Y otra las entidades y movimientos sociales. Y hubo violencia, vaya si la hubo. La prueba, el 1-O hubo 9.000 policías en la calle, y no pudieron controlar la situación. Por tanto, prisión para Forcadell, Corominas, Guinó y Simó; fianza para Barrufet y liberad para Nuet. Fue ahí donde Llarena dio una última oportunidad. Y fue así como las palabras de todos sonaron como las de Barrufet. Había que agarrarse a ese clavo ardiendo. Dos horas después, el auto por el que nadie iría a prisión, salvo Forcadell una noche, hasta pagar la fianza de 150.000 euros, ayer por la mañana. Pero todos con la advertencia de que si han sido “mendaces” y actúan en política fuera del marco de la Constitución, se revisará su situación y podrán entrar en prisión. Quien avisa...