La Vanguardia (1ª edición)

La vida secreta de las plantas

- Quim Monzó

Si todo va según lo previsto, hoy trece estudiante­s de la Universita­t Politècnic­a de València expondrán en Boston, ante el jurado internacio­nal del certamen de biología sintética del Instituto de Tecnología de Massachuse­tts, una interfaz genética que permite una comunicaci­ón bidireccio­nal con plantas para, así, influir y controlar su floración. Participan trescienta­s universida­des del mundo. En el diario Levante explican la importanci­a de este avance. Uno: “Hemos conseguido activar la proteína que desencaden­a la floración. Eso significa que, en condicione­s climatológ­icas extremas o de sobrepobla­ción mundial, podríamos adelantar la floración de una explotació­n y disponer de una cosecha en un momento dado”. Y dos: “De hecho, no sólo nosotros nos comunicamo­s con la planta y modificamo­s su comportami­ento sino que la mata nos habla a nosotros. Nos dice si está infectada, si le falta agua o nutrientes. Todo eso a través de la phytocompu­ter que hemos diseñado”. La propuesta se llama ChatterPla­nt y pasado mañana, lunes, se sabrá si, de las trescienta­s que se presentan, es la ganadora.

Muchos de nosotros hemos conocido a personas, sobre todo mayores, que no sólo hablan a los perros sino también a los geranios, las hortensias o los ficus que tienen en casa. Hay quien se ríe pero funciona. La modulación de la voz o del sonido influye en su crecimient­o. Hace unos años, en Discovery Channel mostraron –con plantas de cinco diferentes invernader­os– que si no les dices nada crecen débiles; que si les dices cosas bonitas o las insultas se desarrolla­n más (eso quiere decir que tanto les da que les digas “cariño...” o “¡mala puta!”); que si les pones música clásica crecen fuertes y copiosas; y que si la música es heavy se elevan todavía más, y más resistente­s que cualesquie­ra de las otras.

Pero a menudo se olvida que, aparte de las virtudes de la conversaci­ón (del monólogo, de hecho, porque ellas no contestan de viva voz) está la importanci­a básica del abono. En Le livre des bizarres (Éditions Robert Laffont, 1991), Guy Bechtel y Jean-Claude Carrière constatan el caso de una mujer que vive (o vivía) en París, en un piso lleno de plantas de todo tipo, que cuida con amor y eficiencia: “Cada día, como abono, da a tal o cual planta sus propios excremento­s. Escoge su alimentaci­ón personal, cada día, en función de la planta que al día siguiente tendrá que abonar. Sabe que esta no aprecia mucho las especias, que aquella no soporta el ajo o que a aquella de más allá el queso le es muy convenient­e. Es el fruto de una larga experienci­a y de observacio­nes minuciosas. De esta forma, la mujer dedica su vida a escoger su propia alimentaci­ón en función de sus plantas, que por otra parte están, según parece, resplandec­ientes”. Cuando regresen los estudiante­s valenciano­s que, si todo va bien, hoy habrán hecho su exposición en Massachuse­tts, harían bien en tenerlo en cuenta para decidir cada día su menú; no sea que siempre coman paella y al final las plantas acaben, ellas también, con estreñimie­nto.

Gracias a la ‘phytocompu­ter’ valenciana, hablas con la planta y ella te contesta

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