De Bilbao a Barcelona
LA Academia de Urbanismo acaba de conceder a Bilbao el título de mejor ciudad europea 2018, en pugna con Viena y Liubliana. La capital de Bizkaia utilizó la excusa del Guggenheim para reordenarse interiormente hace veinte años, pero también para proyectarse hacia el exterior. El fin de la violencia la ha impulsado definitivamente. El amigo Santiago Segurola me hace ver que la ciudad se ha reencontrado con el sosiego: la gente incluso parece caminar con más calma, y con la mirada más alta. La oferta es impresionante: en el Guggenheim, David Hockney; en el Museo de Bellas Artes, Arcimboldo y la extraordinaria colección de Alicia Klopowitz. Bilbao ha recuperado a Miguel Zugaza (durante quince años, director del Museo del Prado) para Bellas Artes y ha fichado a Calixto Bieito para el teatro Arriaga. La colaboración público-privada es parte de su éxito, una fórmula magistral que supo concebir Pasqual Maragall para Barcelona.
Contrasta este momento de euforia en Bilbao con el lento declive de Barcelona y sus dudas de futuro. Camino de convertirse en un parque temático del activismo, ausente el liderazgo y sin un modelo claro de hacia dónde se dirige, necesita reinventarse. Su oferta cultural se ha empobrecido por falta de inversiones, hemos dejado escapar creadores por ausencia de criterios, la huida de centros de poder económico la está debilitando socialmente y su debate atropellado sobre el turismo la ha desconcertado un poco más. Barcelona, tenemos un problema. No es casual que la capital catalana vaya perdiendo posiciones a cada listado de la cosmopolita revista Monocle, que marca tendencias urbanas como ninguna otra.
Es posible que debamos recuperar el sosiego, como le ha ocurrido a Bilbao, pero necesitamos cuanto antes un proyecto claro, integrador y ambicioso. Lo malo es que cuesta ver no sólo quién puede diseñarlo, sino sobre todo quién es capaz de llevarlo adelante.