La Vanguardia (1ª edición)

Benedict Wells

ESCRITOR

- JOSEP MASSOT

Benedict Wells ha obtenido a sus 33 años el premio Europa 2016 por su novela Del fin de la soledad. Esta semana ha estado en Barcelona, ciudad en la que vivió entre el 2010 y el 2013, para presentar la traducción al castellano y el catalán.

Benedict Wells dejó los estudios a los 19 años para ser escritor. Trabajaba de día y escribía de noche. Creía que sus libros serían aclamados por los editores y tendrían éxito, pero la realidad iba imponiéndo­se a sus sueños. A los cinco años, un editor superó el cliché de la juventud y creyó en él. Publicó El último verano de Beck, del que se filmó una película. Viajó, vivió en Barcelona tres años, del 2010 al 2013, regresó a Munich, su ciudad natal, y después pasó a Berlín –“la ciudad más parecida a Barcelona”–, y el éxito le llegó en el 2016 con Del fin de la soledad (Malpaso/Les Hores), que obtuvo el premio Europa.

Wells presentó el jueves su novela en Barcelona. Es una historia de superación de pérdidas, empezando por la de los padres de los protagonis­tas, tres hermanos que se encuentran en un internado tras la muerte de sus progenitor­es en un accidente de coche. Wells también se educó en un internado, porque “uno de mis padres no tenía trabajo, estaba arruinado, y mi madre estaba seriamente enferma”. La novela tiene mucho de él, aunque no sea autobiográ­fica, al menos de la manera en que los escritores entienden por autobiogra­fía, “En mí hay dos personas –dice Wells–, la que ven mis amigos y la que escribe. Hay cosas que no se pueden decir, sólo escribir”. De la misma forma, eso explica que Wells, en realidad, no se llame Wells. Se llama Schirach. Decidió cambiarse el apellido cuando leyendo a John Irving descubrió a Homer Wells, un personaje de la novela de huérfanos Las reglas de la Casa de la Sidra. Una forma de desprender­se de la marca impuesta por el abuelo del escritor, Baldur von Schirach, líder de las juventudes Hitleriana­s, y su abuela, hija del fotógrafo oficial del Führer. Así que Benedict se declara doblemente huérfano y huye de la densidad ideológica de la literatura alemana para ensayar la vía anglosajon­a “que une –dice el autor– entretenim­iento y calidad”, porque, “¿saben ustedes que en Alemania aún se debatía hasta hace unos años si la literatura

“La infancia es un enemigo invisible que nunca sabes cuándo te atacará”, dice el escritor alemán

debía ser legible o ilegible?”.

Wells tiene 33 años, y su cara de eterno adolescent­e se ilumina con una sonrisa que no llega nunca a carcajada. Irving, Chabon, Stephen Chbosky y, sobre todo, Ishiguro le marcaron: “Ishiguro fue mi universida­d”. El anglojapon­és le enseño a cómo callar la mitad de la historia narrada para que la complete el lector en su mente, una técnica de lo no dicho que va más allá de la teoría del iceberg de Hemingway o del sobreenten­dido de Faulkner.

“La infancia es un enemigo invisible que nunca sabes cuando te atacará”, escribe en un pasaje del libro. En la infancia se siembra lo que a lo largo de la vida se cosechará, para bien o para mal, como un jardinero o un hortelano paciente. La editora de Les Hores, Maria Sampere, plantea otro tema de Wells: “¿Qué hay inmutable en mi personalid­ad que sobrevivir­ía en mí, fueran cuales fueran las circunstan­cias de mis vidas posibles?”, algo que también se preguntaba Auster en 4321 . Enla novela de Wells plantean varias de estas preguntas, teniendo claro “que la soledad nunca acaba, sólo los medios para gestionarl­a”.

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ANA JIMÉNEZ Benedict Wells regresó a Barcelona, ciudad en la que vivió tres años y medio, para presentar su libro

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