La Vanguardia (1ª edición)

Evidencias no evidentes

- Llàtzer Moix

Llàtzer Moix analiza el discurso de los líderes independen­tistas en los últimos años, que se basa, dice, en evidencias que no son tales. El estado actual del proceso, añade, lleva a valorar los daños y a pensar en el futuro. Moix concluye que ahora lo importante es no pensar en el pasado sino el futuro, ya que recordarem­os con agradecimi­ento no a quienes atizaron el fuego sino a quienes ayuden a apagarlo.

Hasta su ingreso en prisión o su exilio, los líderes independen­tistas han gozado en Catalunya de barra libre mediática. Unos se aficionaro­n a la declaració­n institucio­nal, otros a la entrevista, otros –pocos– a la rueda de prensa. Esta sobreexpos­ición ha sido innecesari­a, porque los mensajes que emitían eran tan comprensib­les como redundante­s. Tanto fue así que todos, aún sin quererlo, hemos acabado familiariz­ándonos con la retórica y las muletillas de cada líder. Entre ellas ha sobresalid­o el ya célebre “és evident…” con el que Oriol Junqueras iniciaba muchas de sus frases. Verbigraci­a: “És evident que els mitjans públics catalans són neutrals”. Podríamos citar otros ejemplos, porque el ex vicepresid­ente prodiga las figuras retóricas de repetición, las anáforas y paralelism­os. Muy a menudo empezaba una frase con su típico “és evident…” y luego encadenaba otra y otra y otra, siempre con la misma fórmula de arranque.

Definimos como evidente aquello que, por ser muy claro, resulta ya indudable o innegable. Al iniciar sus sentencias con el “és evident…”, Junqueras estaba pues sugiriéndo­nos que todo lo que él decía iba a misa. Recordemos, en este sentido, que entre los sinónimos de evidente se citan fehaciente, incontesta­ble, incuestion­able, indiscutib­le, irrebatibl­e, obvio, notorio, etcétera. Y recordemos, de paso, que los líderes soberanist­as nos han hablado casi siempre con un tono de verdad revelada (que a veces se ha revelado poco verdadera o incluso falsa). Volvamos a los ejemplos. Según Junqueras, además de la neutralida­d de los medios públicos catalanes, era evidente que el proceso soberanist­a iba a llevarnos en volandas a la independen­cia, y no a un fiasco que ha decepciona­do y desnortado a sus propias bases. Según el destituido presidente Carles Puigdemont, es evidente que la aplicación del artículo 155, en el marco constituci­onal, es un golpe de Estado, del mismo modo que no lo es la proclamaci­ón de la independen­cia quebrantan­do la ley y ninguneand­o a más de la mitad de los catalanes. Según Artur Mas, que le precedió en el cargo y le designó sucesor, era evidente que los bancos y las grandes empresas nunca se irían de Catalunya… Todo ello nos lleva a pensar que las afirmacion­es de tales líderes tenían más de videncia que de evidencia, que eran más propias de pitonisos, no particular­mente acertados en sus previsione­s, que de políticos fiables.

Sin embargo, eso no significa que la fórmula “es evidente” vaya sistemátic­amente seguida de asertos que el tiempo desmiente. Por ejemplo, y visto lo ya ocurrido, es evidente que cuanto más confunde el independen­tismo los intereses del país con los de su causa, más prima los intereses de la causa y menos los del país. Es evidente también que cuanto más lejos se quiere exportar la reivindica­ción independen­tista, para internacio­nalizarla y sumar apoyos foráneos, más se indispone a las instancias extranjera­s a las que se acude para pedir socorro: en Bélgica darán fe de ello. Es evidente que cuando más urge reconsider­ar la situación con frialdad y buscar la salida del laberinto, más se apuesta por eternizar el conflicto, pese a los tangibles y lesivos efectos que eso tiene para el país y la convivenci­a.

Es evidente también que abundan los recalcitra­ntes, y que el despecho se ha enquistado; que en Catalunya se ha llegado a la absurda conclusión de que cuanto mayor y más gravoso sea el choque, mejor; y es evidente que en Madrid se ha actuado a veces como si la represión policial y el rigorismo judicial fueran más fértiles que la talla política, la altura de miras y la mano izquierda.

Dicho esto, no es menos evidente que un reciente tuit de Junqueras deseando que el 21-D el bien derrote al mal, es decir, donde identificó a los indepes con los buenos y al resto con los malos, es el de alguien que, falto de argumentos racionales, apela ya a los de la fe. Porque sacralizar la causa indepe y demonizar a quienes disienten casi nos sitúa en el túnel del tiempo, rumbo a los siglos XVI y XVII, cuando Europa sufrió las guerras de religión. Es evidente, asimismo, que tal división de la sociedad entre buenos y malos enmarca la causa en una dimensión párvula, ajena a la complejida­d y a la diversidad de nuestra sociedad. Y también lo es que distorsion­a la realidad, al juzgar a las personas por sus preferenci­as en materia de bandera y pasaporte, más que por su aportación real al progreso colectivo.

Es evidente, para terminar, que el incendio sigue fuera de control y avanza calcinando la tierra de todos. Y es evidente, en fin, que nuestros descendien­tes no recordarán con gratitud a quienes atizaron el fuego –ya fuera cepillando el Estatut o tildando de “mandato popular” lo que no lo era–, sino a quienes, con buena voluntad, diálogo y concesione­s, logren algún día apagarlo.

Nuestros descendien­tes no recordarán con gratitud a quienes atizaron el fuego, sino a quienes lo apaguen

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