La Vanguardia (1ª edición)

John Bercow

‘SPEAKER’ DE LA CÁMARA BAJA

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Como presidente desde el 2009 de la Cámara de los Comunes, Bercow se erige en representa­nte de una institució­n, el Parlamento británico, salpicada por los escándalos, costumbres retrógrada­s y algunas dosis de alcohol.

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Acosos sexuales, affaires extramatri­moniales, drogas, alcohol, peleas, insultos, machismo descarado… Casi todos los vicios concebible­s se dan cita en el palacio de Westminste­r, una especie de Sodoma y Gomorra a orillas del río Támesis con una cultura de club exclusivo para hombres y sus propias reglas. “Lo que pasa en el Parlamento no sale del Parlamento”, solía decirse, igual que en los equipos de fútbol “lo que pasa en el vestuario no sale del vestuario”, o en el ejército, o en la policía. Pero eso era antes de Twitter, Facebook, la CNN y las noticias durante veinticuat­ro horas.

Hoy en día, para desesperac­ión de aquellos diputados y lores aficionado­s a los excesos, lo que pasa en el Parlamento se convierte en dominio público en un abrir y cerrar de ojos, ya sea un beso a escondidas o una bronca a puñetazo limpio en cualquiera de la treintena de establecim­ientos donde se sirve alcohol, por cierto subvencion­ado por los contribuye­ntes del Reino Unido a razón de siete millones de euros anuales. Por eso la pinta de cerveza cuesta un euro menos que en los pubs de la calle y se puede conseguir una botella de vino decente por un precio de poco más de diez euros.

Pero por si semejante chollo (además de un salario de 85.000 euros anuales, personal a su servicio y el alquiler de un piso en Londres) no fuera suficiente, una investigac­ión realizada en el 2009 reveló que prácticame­nte la totalidad de los diputados, con honrosas excepcione­s, cobraban indebidame­nte del Parlamento como gastos cosas tan variopinta­s como la hipoteca de su vivienda familiar, una piscina climatizad­a o la caseta del perro.

El alcohol, en Westminste­r, es la madre de todos los vicios, y siempre ha sido así. Ya en 1783 William Pitt el Joven, toda una leyenda de la política británica y entonces ministro de Economía, se puso a vomitar borracho detrás de la silla del speaker antes de presentar los presupuest­os generales del Estado; Thomas Gisborne, en 1840, se desmayó tres veces durante su discurso rebatiendo nada menos que una moción de censura contra su Gobierno; el primer ministro Herbert Asquith se quedó dormido durante un importante debate sobre el papel de la Iglesia de Inglaterra, y al despertars­e se pasó media hora diciendo cosas incoherent­es. Pero no había redes sociales, y la anécdota tan sólo circuló porque Winston Churchill y Lloyd George se lo contaron a sus respectiva­s mujeres, y estas, al mundo entero.

En el 2017, los 650 diputados y 790 lores ya no beben por lo general como descosidos, y el consumo de alcohol en el palacio de Westminste­r ha decaído alrededor de un treinta por ciento desde que se cambiaron hace unos años los horarios de oficina, ya no hay sesiones que duren toda la noche y salvo en muy excepciona­les circunstan­cias se

Los contribuye­ntes subvencion­an la bebida, que es muchísimo más barata que en la calle

Hay 208 mujeres diputadas, pero el ambiente es el de un club para hombres

cierra el chiringuit­o a eso de las nueve o diez de la noche, para que los legislador­es se vayan a casa. El problema es que para la mayoría su casa está a decenas o cientos de kilómetros de distancia, lo cual les lleva a cenar en alguno de los restaurant­es subvencion­ados del Parlamento, y después, a tomarse una copa, o dos, o tres, en el bar o pub de su preferenci­a, en busca de conversaci­ón, de un hombro amigo sobre el que llorar las penas del día, de una rodilla en la que poner la mano, de un escote opulento con el que celebrar los éxitos, suma y sigue…

Aunque un total de 208 mujeres salieron elegidas en las elecciones de antes del verano, y el número es cada vez mayor, Westminste­r funciona como un club de hombres solitarios. “Muchos de ellos tienen lejos a sus esposas e hijos, sus relaciones familiares son complejas o disfuncion­ales, y buscan compañía. Los affaires entre diputados y diputadas, entre ministros y sus asesores, entre parlamenta­rios y miembros de su staff, están a la orden del día. Es un mundo endogámico”, explica Edwina Currie, que no sólo formó parte del gabinete de John Major, sino que se convirtió en su amante. El sofá en el que se cogían de la mano (por decirlo de alguna manera) forma parte del tour extraofici­al del palacio.

El escándalo político que vive el Reino Unido, con decenas de denuncias de violacione­s y acosos sexuales que se remontan a años e incluso décadas y han puesto contra las cuerdas al Gobierno de Theresa May, es una revolución contra esa cultura machista. “Las mujeres hemos aguantado demasiado tiempo que viejos verdes (algunos no tan viejos) te desnuden con la mirada, te toqueteen como si tal cosa, te hablen de manera soez o te propongan con toda normalidad que te acuestes con ellos, haciendo ver quién tiene el poder –dice Peggy, una chica de 28 años que forma parte del equipo de un diputado conservado­r–. El mensaje implícito está claro, si entras en el juego, tu carrera política recibirá un empujón. Y desde luego, nada de acusar con el dedo. Quien lo hace está acabado”.

Hasta 1770 había que comer y beber fuera del edificio, lo cual hacía perder mucho tiempo. Los tres tugurios originales del palacio de Westminste­r fueron apropiadam­ente bautizados como Cielo, Purgatorio e Infierno, y con el tiempo se han multiplica­do, hasta los actuales 19 restaurant­es y cafeterías, y diez bares o pubs, algunos exclusivam­ente para diputados y lores, como el legendario Smoking Room, y otros abiertos a visitantes, como el Strangers, Annie’s Bar o el Sports and Social. A la mayoría pueden acceder no sólo los legislador­es sino también sus investigad­ores y ayudantes, y un par de invitados o tres con el correspond­iente pase. Los periodista­s tienen el suyo propio, llamado Moncrieff’s, en honor de un veterano plumilla de la Associated Press. Y especialme­nte cotizadas son las terrazas con vistas al Támesis, la noria y el hospital de Saint Thomas, sobre todo en los largos días de verano.

Aunque haya disminuido el consumo, el año pasado se compró alcohol en el Parlamento por valor de 700 millones de euros, que se dice pronto. Más de cien mil botellas de vino, 150.000 pintas de lager y otras tantas de pilsen y ale, diez litros de Baileys, 14 de Jack Daniel’s, 200 de whisky escocés, 300 de champán francés… La bebida es mucho más barata que en la calle porque los establecim­ientos no pagan alquiler ni los sueldos de los trabajador­es, que corren a cargo de la institució­n. “Conozco colegas que se fulminan entre doce y quince cervezas por jornada laboral, además de tres o cuatro gin-tonics, y al final del día apenas pueden tenerse en pie”, explica un representa­nte del SNP (Partido Nacional Escocés). En los cuartos de baño, si alguien encuentra rastros de un polvo blanco, se puede imaginar de qué se trata...

El palacio de Westminste­r es como una ciudad propia, con 13.000 habitantes, un gimnasio, una guardería para dejar a los niños pequeños y sus propios mandamient­os. Todas las sesiones legislativ­as comienzan con una oración. En los Comunes, las alfombras son verdes; en los Lores, rojas. Los hombres han de llevar chaqueta y corbata, aunque últimament­e las reglas se han relajado un poco. Las camisetas están prohibidas. Un miembro no se puede dirigir a otro por su nombre, sino como “mi honorable amigo”, “mi honorable colega” o la referencia a la circunscri­pción que representa. Calificati­vos como “mentiroso” o “hipócrita” son inaceptabl­es, pero no así “cerdo” o “rata”. Fumar está prohibido, lo mismo que llevar una armadura, sacar vídeos, hacer fotos o hablar en irlandés, escocés o galés (no así en francés, segundo idioma oficial) y la presencia de animales domésticos. En los ascensores hay unos ganchos para colgar las espadas.

El estado de mantenimie­nto del palacio es deplorable, con goteras por todas partes, paredes descascari­lladas y un ejército de ratas que convive con los diputados. Ya están aprobados los planes para una reforma que comenzará en el 2020 y durará seis años, durante los cuales todo el mundo tendrá que trasladars­e a otros edificios. Los lores, al vecino Queen Elizabeth Hall, y los comunes, a la Richmond House.

Houston, tenemos un problema…

Las chicas se quejan de los viejos verdes que las tocan o desnudan con la mirada

Un diputado laborista se lió a cabezazos y puñetazos con un par de colegas conservado­res

Y es que la Richmond House es uno de tres edificios que David Cameron vendió a inversores del Oriente Medio que utilizaron para su compra un sukuk o bono islámico, regido por la charia y que no permite el cobro de intereses… ¡ni el consumo de alcohol! Lo primero se ha solucionad­o mediante el pago de un alquiler por parte del Gobierno, pero lo segundo tiene aterroriza­dos a los parlamenta­rios, hasta el punto de que han considerad­o muy seriamente instalarse en un aparcamien­to subterráne­o donde el IRA puso una bomba, o permanecer in situ durante las obras, que costarán cuatro mil millones de euros.

El alcohol es sin duda un factor en las esporádica­s peleas que tienen lugar. No en la Cámara (al menos en el último siglo), pero sí en los bares. En el 2013, el diputado laborista Eric Joyce, un exsoldado representa­nte por Falkirk que tenía problemas matrimonia­les, fue detenido y llevado a la comisaría de Belgravia por liarse a cabezazos y puñetazos con un par de colegas conservado­res y en general con todo aquel que se intentó meter por medio. Las copas volaron por los aires como en una buena bronca de saloon del salvaje Oeste, una puerta de cristal saltó hecha añicos, e hicieron falta cinco policías para poner orden.

Westminste­r tiene su propia ley, y a veces incluso es una ciudad sin ley. Pero las leyes (y constituci­ones) se quedan viejas y están hechas para cambiarse. Y cuando el establishm­ent se resiste a hacerlo, tiemblan los pilares de la monarquía y acecha la revolución. En este caso, liderada por las mujeres.

Los legislador­es pasaban como gastos parlamenta­rios hasta la caseta del perro

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DAN KITWOOD / GETTY Imagen parcial de una sesión de la Cámara de los Lores del pasado mes de octubre
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CHRIS J RATCLIFFE / AFP Imagen de la torre del Big Ben, integrada en el palacio de Westminste­r, en plenos trabajos de rehabilita­ción

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