La Vanguardia (1ª edición)

LA RUTA DEL BAKALAO

El ocio nocturno de masas en España ha sufrido una profunda transforma­ción desde que la movida valenciana empezó su declive

- SALVADOR ENGUIX València

El oci no turno e asas en s aña a sufr oen últimos años una pro a transforma­ción desde que la movida valenciana empezó su declive.

El ocio de masas nocturno, al igual que la energía, no se destruye, sólo se transforma. Y esta hipótesis se ha visto confirmada con el profundo cambio que se ha vivido en la manera de encarar la noche desde el declive de la denominada ruta del bakalao a mitad de los años noventa (movimiento original valenciano que se propagó en toda España) hasta nuestros días. Se ha pasado desde aquel fenómeno, en el que decenas de miles de jóvenes circulaban de discoteca en discoteca cada fin de semana en un viaje inacabable en València, Barcelona o Madrid, en ocasiones incluso entre estas ciudades, aderezado con diversas sustancias estimulant­es, al modelo actual en el que contrastan la segmentaci­ón clasista y el botellón generaliza­do, con varias consecuenc­ias.

Joan Oleaque, autor del libro En éxtasis (Barlin Libros), obra de culto sobre la ruta del bakalao, e investigad­or de la VIU, lo define con una metáfora: “Hemos pasado del viaje al estar por estar”.

Maticemos. La ruta del bakalao no fue siempre el fenómeno demonizado que España conoció a través de los reportajes sensaciona­listas de las television­es, especialme­nte a partir del año 1994. En su origen, la ruta fue un movimiento de vanguardia musical y estético surgido a mitad de los ochenta en las comarcas valenciana­s, entre jóvenes criados en el tardofranq­uismo que deseaban experiment­ar la libertad. Discotecas míticas como Barraca o Chocolate eran templos místicos, participad­os por poca gente, en los que había voluntad de ruptura con el pasado, imaginació­n y fantasía. Sin embargo, con el tiempo, y por muchos factores, especialme­nte comerciale­s, la ruta derivó en un ocio de masas que deterioró los principios fundaciona­les no escritos y acabó consu- miéndose entre excesos con las drogas, accidentes de tráfico y una política de controles de la Guardia Civil que generaron la negativa imagen que aún permanece. Traducción: la gente joven acudía a “fiestas salvajes”, era la “locura”, y los padres tuvieron miedo; el bakalao era el infierno.

El movimiento, que en Barcelona se convirtió y se denominó “Mákina”, era inicialmen­te transforma­dor. Joan Oleaque señala que “era el culto al dj, la vanguardia y la melancolía como banda sonora de las discotecas, la capacidad de convertir locales de ocio en algo rupturista y tremendo, que convertía el hecho de salir de copas en una aventura brutal en la que se subvertía y se destrozaba la realidad”. Con el tiempo, y las masas, la música empeoró, y las drogas se adueñaron del concepto, “dejaron de ser parte del menú para convertirs­e en el ingredient­e que le daba forma; pero sin música y clientela interesant­e todo estaba condenado”. Vicente Pizcueta, presidente de Controla Club y portavoz de la Asociación de Empresario­s de Ocio Nocturno de Madrid, conoció muy bien la ruta creada en València y ha vivido en primera persona la transforma­ción de la manera de vivir la noche en toda España. “En los 80 la gente acudía a las discotecas como las plazas del pueblo, donde pasaban cosas interesant­es; ahora ha cambiado todo”, dice.

Apunta que la noche “se ha segmentado, se ha parcelado, entre salas de fiestas o salas espectácul­o de calidad para un público determinad­o, y por otro lado hay una masa instalada en el molesto botellón o en discotecas sometidas al imperio del reggaeton, en ocasiones descontrol­ado”.

Luis Bonias fue dj en la ruta del bakalao y sigue ejerciendo de dj en salas de fiesta de toda España. Reconoce que “la evolución ha sido de la originalid­ad, en música y en manera de afrontar la noche, a lo común y lo banal”. “Los jóvenes no esperan que les sorprendas con nada, llegan a las discote-

El movimiento de los 80 fue de vanguardia, de libertad, pero se fue deterioran­do en los 90 hasta hoy La noche ahora está segmentada entre locales exclusivos, las discotecas reggaeton y el botellón

cas influidos por la música que oyen en internet, y es lo que esperan”. Una manera de afrontar el ocio que tiene su traducción también en el consumo de drogas. Oleaque recuerda que en los 80 y 90 “hasta tomar drogas era algo experiment­al, ahora se pilla lo que sea, a veces a reventar”. Pizcueta se muestra preocupado al respecto: “No es que se haya extendido el consumo, es que se ha intensific­ado, con presencia de drogas sintéticas y opiáceos que están consumiénd­ose en EE.UU. realmente preocupant­es”.

Hay algo sobre las drogas, según reconocen todos, que no ha cambiado; la base sigue siendo la cocaína, “que está al mismo precio que hace veinte años”, apunta Oleaque. Y el cannabis, “que es más general que los cigarros”, añade. Pero sobre la base de la cocaína y el alcohol se mezclan todo tipo de sustancias sintéticas, casi renovadas a diario, con efectos que los facultativ­os e investigad­ores desconocen, en ocasiones terribles para los jóvenes. Está además de moda el puchero: mezclarlo todo durante unas horas. “Es el consumo a lo bestia”, apuntan. Con efectos trágicos ya conocidos regularmen­te sobre la salud de los jóvenes.

Veinte años, ese es el periodo entre la sintomatol­ogía del declive de la ruta de bakalao y nuestro tiempo. El sistema, apunta Pizcueta, se ha apoderado del ocio, nada que ver con la naturalida­d de los ochenta. Por sistema se entiende el control y comerciali­zación de la noche. Y no sólo eso, aquí también aparecen los festivales de música, que casi se pueden encontrar durante todo el año en España. “Es la cultura del

low cost en el ocio”, señala Oleaque. Y sobre estos macroevent­os, que son parques temáticos del ocio juvenil, también se produce una fuerte segmentaci­ón. Hay de todo, en todos los lugares y para todos los gustos musicales. Miles de jóvenes los esperan como una válvula de escape, como un espacio en el que dar rienda suelta a todos los sentidos.

“En el fondo, siempre es lo mismo, se buscan emociones fuertes, y en un festival todo es posible en pocos días y en un recinto cerrado”, señala Pizcueta. “Es un poco aquello de que la plaza pública ya no es suficiente, hay que subirse al campanario”. Pero antes del festival están las macrodisco­tecas, muchas de ellas con diversos ambientes musicales. Oleaque señala por su parte que “en la original ruta del bakalao se había superado la idea del ligoteo hortera de la discoteca de ciudad, pero ahora eso vuelve, acompañado de música muy machista y con un uso profundame­nte sexista de la mujer en estos centros”.

El tema le apasiona a Pizcueta: “Aquel era un momento de experiment­ación, y asociado a eso había una clara intención de luchar por la igualdad de sexos y por la diversidad sexual”. Las chicas, añade, “eran las que controlaba­n las puertas de los locales, y su protagonis­mo era total, incluso se vieron los primeros drags fuera de los circuitos de ambiente; todo eso se ha perdido en gran parte”.

El reggaeton, música machista por excelencia, se consume en masa y realza el micromachi­smo en estos nuevos templos del ocio. “Se intenta pintar la nueva escena como modernidad, pero no lo es; la excepción serían las nuevas salas de fiesta tipo club, que abundan en Madrid y Barcelona, espacios exquisitos, en ocasiones clandestin­os, pero fuera de esto hay mucha banalidad”.

A estos ambientes se refiere el empresario, propietari­o de varias salas, Álex Zamarro. “Se trata de un producto de más calidad, para un público más exigente, con carteles y programaci­ones de dj que compiten con las mejores salas de Europa”. En estos lugares, añade, “todo está más controlado, no hay tanta droga ni tanta insegurida­d”.

¿Qué hace entonces la gran mayoría de jóvenes en las grandes ciudades? Pues formar parte de ese fenómeno tan incómodo del botellón, o el botellón previo a la entrada a una sala de fiestas o discotecas, para ahorrar. Terreno ideal para camellos, y para experiment­ar con todo aquello que a bajo precio se consigue en el mercado. ¿La razón? La falta de recursos. “Pero el botellón ya alcanza a todas las edades; hay gente de mediana edad que también se apunta a eso”, matiza Oleaque.

Vista en perspectiv­a, la ruta del bakalao en la etapa más masiva fue una extraña revolución, que no tuvo continuida­d. En ocasiones se puede morir de éxito. En la carretera de El Saler de Valencia aún pueden verse restos de aquellos míticos espacios donde el tiempo corría a golpe de excesos, de todo tipo. Luis Bonias lo resume señalando que “ahora esa gente cree estar viviendo esa misma revolución, cuando todo está pautado, controlado, como los cookies del ordenador”. Pizcueta añade: “Antes queríamos ser modernos, ahora sólo sacarnos una foto en internet”.

La ingesta de narcóticos no crece pero se intensific­a por el consumo compulsivo de drogas sintéticas

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1. Interior de la discoteca Spook Factory de Valencia en el año 1992, en plena ruta del bakalao
2. Otro de los templos de la ruta valenciana, la discoteca Puzzle, donde triunfaron los dj
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DANIEL GARCIA-SALA 3 1. Interior de la discoteca Spook Factory de Valencia en el año 1992, en plena ruta del bakalao 2. Otro de los templos de la ruta valenciana, la discoteca Puzzle, donde triunfaron los dj 3. Botellón reciente en el barrio de Russafa, similar al de...
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