La otra fuga de Puigdemont
Puigdemont está empeñado en una “lista del president” que plantee un plebiscito: si el independentismo gana por más del 50% de los votos, espera poner en un aprieto a Rajoy y la UE, pero ERC no ha querido seguir su estrategia.
Se ha instalado un puente aéreo Barcelona-Bruselas-Barcelona. Dirigentes del movimiento independentista desfilan desde hace varios días por la capital belga para evacuar consultas con el presidente de la Generalitat cesado por el Gobierno central. Carles Puigdemont les recibe en diferentes sitios, a veces en los alojamientos donde están instalados los exconsellers que le acompañan, incluso en diferentes poblaciones de los alrededores de Bruselas. Intenta mantener en secreto su morada mientras espera la resolución sobre su demanda de extradición. Hasta Bélgica se ha desplazado la cúpula del PDECat, con Artur
Mas y Marta Pascal a la cabeza. Puigdemont quería forjar a toda costa una “lista civil” (mediante una agrupación de electores) que daría preeminencia a los líderes encarcelados y a independientes muy activos en los meses anteriores a la declaración de independencia. Una fórmula que supondría arrinconar al PDECat, diluirlo como un azucarillo. El empeño del expresident se debe a que está convencido de que las elecciones del 21-D deben plantearse como un plebiscito con el que aún se podría doblegar al Gobierno de Mariano Rajoy si se lograra más del 50% de los votos.
Las intenciones de Puigdemont provocaron la lógica preocupación en la dirección del PDECat, empezando por Mas. Para evitar esa operación, se le ha ofrecido una vía intermedia que consiste en encabezar una “lista del president” en la que se integraría el partido, trufada de independientes y líderes encarcelados y, si es su deseo, bajo otro nombre, otras siglas y otro logo. Si esa vía no se tuerce (y Puigdemont es especialista en despistar a los suyos), todo apunta a unas elecciones en las que el independentismo acudirá por separado, aunque pueda compartir –incluso con los comunes– puntos del programa relativos al rechazo a la aplicación del artículo 155 y al encarcelamiento de políticos y activistas. En estas elecciones, además, veremos enfrentarse por el mismo sector de votantes a Carles Puigdemont y a Oriol Junqueras. De momento, uno desde Bruselas y el otro desde la cárcel de Estremera. Salvo cambios provocados en las próximas semanas por la acción judicial.
ERC ha resistido las presiones para formar parte de una lista unitaria. Si Carme
Forcadell y los miembros de la Mesa del Parlament acusados hubieran ingresado en prisión, el apremio a ERC para sumarse a esa iniciativa habría sido más insoportable. Pero no ha sido así. Junqueras tiene claro que se abre una nueva etapa, mientras Puigdemont sigue aferrado al modus operandi de las últimas fases del procés. Ambos van a tener muy difícil definir el relato del independentismo antes y después del 21-D. ¿Cuál será su propuesta? ¿Qué prometerán en su programa? La fallida declaración de independencia y su nulo reconocimiento internacional impide reincidir en la misma aspiración, al menos de forma inmediata. El encarcelamiento de miembros del Govern les ha permitido eludir hasta ahora la autocrítica y ha impuesto el mensaje de la resistencia frente a la “represión del Estado español”. Pero la realidad se impone inexorable en las declaraciones de Forcadell y sus compañeros encausados, que asumieron ante el Tribunal Supremo su intención de acatar las leyes vigentes. Los mismos partidos independentistas han asumido el cauce constitucional al presentarse a las elecciones y tendrán que hacerlo con un discurso en el que, sin renunciar a sus legítimos anhelos, propongan una nueva vía y otro calendario.
En el seno de ERC (aún no en público) se empieza a debatir una narrativa que pasa por buscar la mayoría social necesaria para una independencia no inmediata, quizá a 15 años vista. Los republicanos quieren gobernar ya, pero saben que su mayoría será exigua y que necesitarán establecer alianzas. Los comunes de Ada
Colau son una alternativa viable (aunque provocaría más de un quebradero de cabeza a Pablo Iglesias). Para que ese eventual entendimiento sea posible el espacio de encuentro se sitúa en la reclamación del referéndum pactado. Esa reivindicación habría parecido timorata para las pretensiones de ERC hace un año, algo así como retroceder dos pantallas en el proceso independentista, pero después de haber llevado la unilateralidad hasta sus últimas consecuencias sin éxito, puede ser una vía más transitable. No lo van a tener fácil para convencer a sus bases, pero los republicanos intentan convertirse en la fuerza hegemónica en Catalunya, cuyo discurso goce de un consentimiento generalizado. De ahí que Junqueras haya puesto tanto empeño en los últimos años en incorporar a sus filas desde socialistas a centristas, sindicalistas y líderes sociales.
Otra cuestión sería que los partidos independentistas lograran superar la barrera del 50% de los votos. En ese caso, tendrían difícil unos y otros justificar que no se utiliza una mayoría parlamentaria firme para intentar rescatar la fallida república catalana. Batir la marca del 27-S y rebasar el 50% de los votos es la vía por la que apuesta Puigdemont. El expresident plantea así otra fuga hacia delante, en la esperanza de que una victoria electoral inapelable en sufragios y escaños fuerce a Rajoy a cambiar de estrategia, a la UE a tomar finalmente cartas en el conflicto catalán o que incluso algún país pudiera concederle asilo, con el consiguiente golpe a la credibilidad del Estado español. Por eso insiste en inquirir a Europa si está dispuesta a hacer que se respete el mandato de las urnas. Para Puigdemont, la partida no se ha acabado.
Si finalmente Puigdemont encabeza una lista, él y Junqueras se enfrentarán por el mismo electorado ERC busca erigirse en fuerza hegemónica en Catalunya, con la independencia quizás a 15 años vista