Un jurista conciliador
CARLOS DÍVAR BLANCO (1941-2017) Expresidente del Tribunal Supremo y de la Audiencia Nacional
El expresidente de la Audiencia Nacional y del Tribunal Supremo (TS) Carlos Dívar falleció ayer en Madrid a los 75 años. La noticia causó honda impresión en ámbitos judiciales, donde siempre quedó un regusto amargo por el modo en que tuvo que terminar su trayectoria como magistrado. Dívar dimitió como presidente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y del Supremo el 21 de junio del 2012, después de haber intentado durante un mes y medio aguantar los efectos de un escándalo por sus viajes de fin de semana a Marbella, pagados con fondos de la primera de dichas instituciones. El asunto le arrolló, y aunque dijo que no tenía nada que reprocharse, lo cierto es que no pudo justificar el interés institucional o profesional de tales viajes.
El hecho, en todo caso, es que Carlos Dívar hubiera podido revolverse y pedir la publicación de datos sobre los desplazamientos de otros miembros del Poder Judicial, para ver si resistían la comparación, y no lo hizo. Dejó sus cargos diciendo que se sentía “víctima de una campaña cruel y desproporcionada”. Y luego llevó una vida discreta, alejada del mundanal ruido y de todo protagonismo. Nunca lo buscó, por otra parte, mientras estuvo en posiciones de poder e influencia.
Dívar fue siempre una persona muy atenta y cordial, al tiempo que de convicciones religiosas muy arraigadas. Se notaba enseguida, por sus expresiones espontáneas. El dato más conocido a este respecto es su reacción cuando escapó de un atentado de ETA en el 2003, gracias a que en el último momento cambió su recorrido habitual entre su domicilio y la Audiencia Nacional. Ocurrió un 13 de mayo, festividad de la Virgen de Fátima, a quien él siempre atribuyó desde entonces su supervivencia. El coche bomba fue detectado luego y el artefacto, desactivado.
Mayor carácter de pura anécdota tuvo otro episodio, sucedido este en el período en que fue juez de instrucción. Concluido el interrogatorio de un presunto delincuente, le dijo: “Bueno, hijo, hemos terminado, puedes ir en paz”. El detenido le agradeció sorprendido aquellas palabras y le contestó: “Señoría, muchas gracias, yo creía que con lo que ha pasado me iba a enviar usted a la cárcel”. Y Dívar le aclaró: “Sí hijo, por supuesto, allí vas, pero a la cárcel también se puede ir con Dios”.
Para su acceso a la presidencia de la Audiencia le ayudó, sin duda, su carácter discreto y su capacidad paralela para acercarse a las tribunas de poder sin despertar recelos. Dívar pedía estar informado, y dejaba hacer. Evitaba pulsos y trifulcas, y más que apagar incendios, procuraba que no los hubiera. Pero nunca se sintió cómodo en el terreno de la comunicación. En parte por ello el tren le arrolló cuando él mismo se vio colocado en medio de las vías, años más tarde.
Gracias, sin embargo, a ese carácter componedor el entonces presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero le propuso en el 2008 para presidir
Dívar fue una persona muy atenta y cordial, al tiempo que de fuertes convicciones religiosas
el CGPJ y el Supremo. Le hizo esa proposición a Rajoy convencido de que, siendo Dívar un magistrado ostensiblemente conservador, no rechazaría el consenso en torno a su candidatura, y sería posible renovar la cúpula judicial. Rajoy, en efecto, aceptó, y Dívar presidió el Supremo sin haber participado nunca antes en un tribunal colegiado. Luego, tuvo que lidiar con los procesos del Supremo al hoy exjuez Garzón. Lo hizo justificando un enjuiciamiento que consideró “transparente y lleno de garantías”. La mejor síntesis la hizo ayer el actual presidente de la Audiencia, José Ramón Navarro, al referirse a Dívar como “jurista de alto nivel y de carácter conciliador”. Algunos, sin embargo, no lo fueron con él.