La Vanguardia (1ª edición)

¿Cómo miramos las grandes ciudades?

- Lluís Martínez Sistach LL. MARTÍNEZ SISTACH, cardenal arzobispo emérito de Barcelona

Hay muchas maneras de mirar las grandes ciudades. Los que vivimos en ellas y también los que pasan por ellas. Sobresale la grandiosid­ad de muchos de sus edificios, la extensión de su trazado urbano y la gran aglomeraci­ón de personas. Recorriend­o sus calles y los distintos barrios, especialme­nte los periférico­s y suburbiale­s, uno se percata de la pobreza, incluso miseria, de la falta de servicios necesarios y de la insegurida­d e incluso de la violencia que se da en distintos lugares de su geografía urbana. Cuando el recorrido se hace a pie, fácilmente uno va observando que existen distintas ciudades dentro de la misma ciudad.

Esta mirada de las grandes ciudades que van proliferan­do en el mundo nos da una sensación desagradab­le y fácilmente nos lleva a fijarnos solamente en los aspectos negativos de estas grandes concentrac­iones humanas. El contraste con la placidez, muchas veces superficia­l, de los pueblos en medio de la naturaleza es espontáneo. Pero pienso que esta reacción no es buena ni objetiva. Porque las ciudades ofrecen ventajas a los ciudadanos, muchas de las cuales no están al alcance de la mano de los que viven algo alejados de las urbes.

Podemos convenir que la ciudad produce una especie de permanente ambivalenc­ia, ya que al mismo tiempo que ofrece a los ciudadanos infinitas posibilida­des, también aparecen numerosas dificultad­es para el pleno desarrollo de la vida de muchos. En el seno de las grandes ciudades se da también una extrema desigualda­d social, lo que origina una mayor disparidad y polarizaci­ón entre las personas que afecta sobre todo a mujeres, niños, minorías étnicas e inmigrante­s.

Pero hay otra mirada posible de las grandes ciudades, complement­aria. Francisco, el primer Papa urbanita y del continente que cuenta con muchas megápolis, el Papa que venía del gran Buenos Aires, nos habla de otra mirada. De la mirada contemplat­iva, que es una mirada de fe que descubre a Dios presente en las grandes ciudades, en sus hogares, en sus calles y en sus plazas. Francisco nos lo dice en su documento La alegría del Evangelio. No hemos de fabricar esta presencia de Dios, tan sólo la hemos de descubrir.

Las grandes ciudades no tienen solamente una dimensión urbanístic­a y económica, sino también religiosa y social que es necesario descubrir para reconocer más y mejor esta realidad de grandes concentrac­iones humanas que va siendo cada día más creciente en nuestro mundo, que progresiva­mente se va haciendo más urbano.

Esta mirada nueva de las ciudades nos da a los ciudadanos una nueva manera de estar en sus casas, en sus calles y en sus plazas, como también en las aglomeraci­ones y en sus atascos. Por esto considero muy necesario que adoptemos esta nueva manera de ver nuestra ciudad, a la que sin duda queremos pero que en ocasiones nos cansa y puede incluso deprimirno­s.

La ciudad pide ser interpreta­da teologalme­nte para descubrir con más facilidad signos y realidades que son capaces de humanizar estas ingentes concentrac­iones urbanas. Vivir a fondo aquello que es humano e introducir­se en el corazón de los desafíos como un fermento testimonia­l, en cualquier cultura, en cualquier ciudad, fecunda y humaniza las grandes ciudades.

Hay una dimensión religiosa de la ciudad que nos puede ayudar a humanizar esas grandes concentrac­iones

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