¿Cómo miramos las grandes ciudades?
Hay muchas maneras de mirar las grandes ciudades. Los que vivimos en ellas y también los que pasan por ellas. Sobresale la grandiosidad de muchos de sus edificios, la extensión de su trazado urbano y la gran aglomeración de personas. Recorriendo sus calles y los distintos barrios, especialmente los periféricos y suburbiales, uno se percata de la pobreza, incluso miseria, de la falta de servicios necesarios y de la inseguridad e incluso de la violencia que se da en distintos lugares de su geografía urbana. Cuando el recorrido se hace a pie, fácilmente uno va observando que existen distintas ciudades dentro de la misma ciudad.
Esta mirada de las grandes ciudades que van proliferando en el mundo nos da una sensación desagradable y fácilmente nos lleva a fijarnos solamente en los aspectos negativos de estas grandes concentraciones humanas. El contraste con la placidez, muchas veces superficial, de los pueblos en medio de la naturaleza es espontáneo. Pero pienso que esta reacción no es buena ni objetiva. Porque las ciudades ofrecen ventajas a los ciudadanos, muchas de las cuales no están al alcance de la mano de los que viven algo alejados de las urbes.
Podemos convenir que la ciudad produce una especie de permanente ambivalencia, ya que al mismo tiempo que ofrece a los ciudadanos infinitas posibilidades, también aparecen numerosas dificultades para el pleno desarrollo de la vida de muchos. En el seno de las grandes ciudades se da también una extrema desigualdad social, lo que origina una mayor disparidad y polarización entre las personas que afecta sobre todo a mujeres, niños, minorías étnicas e inmigrantes.
Pero hay otra mirada posible de las grandes ciudades, complementaria. Francisco, el primer Papa urbanita y del continente que cuenta con muchas megápolis, el Papa que venía del gran Buenos Aires, nos habla de otra mirada. De la mirada contemplativa, que es una mirada de fe que descubre a Dios presente en las grandes ciudades, en sus hogares, en sus calles y en sus plazas. Francisco nos lo dice en su documento La alegría del Evangelio. No hemos de fabricar esta presencia de Dios, tan sólo la hemos de descubrir.
Las grandes ciudades no tienen solamente una dimensión urbanística y económica, sino también religiosa y social que es necesario descubrir para reconocer más y mejor esta realidad de grandes concentraciones humanas que va siendo cada día más creciente en nuestro mundo, que progresivamente se va haciendo más urbano.
Esta mirada nueva de las ciudades nos da a los ciudadanos una nueva manera de estar en sus casas, en sus calles y en sus plazas, como también en las aglomeraciones y en sus atascos. Por esto considero muy necesario que adoptemos esta nueva manera de ver nuestra ciudad, a la que sin duda queremos pero que en ocasiones nos cansa y puede incluso deprimirnos.
La ciudad pide ser interpretada teologalmente para descubrir con más facilidad signos y realidades que son capaces de humanizar estas ingentes concentraciones urbanas. Vivir a fondo aquello que es humano e introducirse en el corazón de los desafíos como un fermento testimonial, en cualquier cultura, en cualquier ciudad, fecunda y humaniza las grandes ciudades.
Hay una dimensión religiosa de la ciudad que nos puede ayudar a humanizar esas grandes concentraciones