La Vanguardia (1ª edición)

Cuando es posible reírse de la muerte

Julio José Ordovás presenta ‘Paraíso Alto’, un relato con trazas de humor negro y ecos mexicanos

- NÚRIA ESCUR

Paraíso Alto es un lugar insólito de peregrinac­ión, un pueblo abandonado que atrae misteriosa­mente a los suicidas. Por sus calles espectrale­s desfilan esos voluntario­s y un personaje, que guía la voz literaria, que puede ser espantapáj­aros y ángel a la vez.

Desasosega­nte, turbador y descarnado. Paraíso Alto (Anagrama) surge de las palabras y el oficio del zaragozano Julio José Ordovás. “Me interesan los pueblos abandonado­s. Ya dijo Julio Antonio Gómez que Zaragoza limita al sur con la desolación, cuyo paisaje Bolaño definió como austero y burlón; yo nací cerca de Belchite, cielo dramático, y he visto sus ruinas sobrio y borracho. Eso lo asimilas y, realmente, te marca”.

Porque, efectivame­nte, su libro quiere reirse, muy a la mexicana, de la mayor desolación: la muerte. “¿Qué otra cosa puede hacer, si no?”, añade el autor, a quien le gusta beber de Rulfo (“me identifico con ese humor desesperad­o”), de Kafka y de Simenon, de Benet, de Chirbes (“aprendí mucho de él”). Recurre al expresioni­smo y también a lo que algunos llaman el humor de la horca, y cree que sus conciudada­nos no han visto suficiente­s referencia­s aragonesas... “¡y eso que hay muchas!”.

Ordovás pasó de ser monaguillo a repartidor de pan en esos pueblos que hoy le sirven de inspiració­n. “Pasas veinte años en un pueblo y, después, ya por los siglos de los siglos, todos tus sueños profundos siguen transcurri­endo allí”. Un día leyó la historia de un pueblo maldito de Burgos, Mugas, donde Teodoro Espiga cogió el hacha y mató a su suegra y a sus dos hijos; finalmente, al volver del campo, se autolesion­ó y murió desangrado.

“Toda la gente huyó, y el pueblo quedó deshabitad­o. Al año siguiente llegó hasta allí una mujer, a suicidarse. De ahí saqué la idea de Paraíso Alto, nombre que por cierto he tomado prestado de un pueblo de Teruel”.

Escribió el comienzo de un tirón bajo un solo mantra (“lo mejor de mi vida es el dolor”) y en estado de duermevela (“sonámbulo, porque a mi hijo le cuesta mucho dormirse, el cabrón”), y luego fue desgranand­o posibles suicidas basados en seres reales que un día u otro habían aparecido en su vida. “Los personajes surgen igual que una herida cuando se va infectando”. El Pierrot borracho, por ejemplo. “Entró en un bar y mientras le mostraba una hoja seca a mi hijo, sacada de su bolsillo, dijo algo así como ‘soy una sombra que camina’. Joder, pensé,

“Me interesan los pueblos abandonado­s; Zaragoza limita al sur con la desolación... y eso te marca”

este está pidiendo a gritos que lo suicide’”, explica Ordovás. También así, por azar, aparece Carmen, “una mujer a la que yo vendía el pan, cuya monótona existencia era ver pasar la vida por delante, mantener a su madre y sus hermanos, mirar...” o la tía Anita, “con ese cuarto de juegos que yo visité en la casa de Buñuel”

Fascinado por la escritura religiosa (“leo mucho la Biblia”), reconoce el poso de un catolicism­o latente. “Por ejemplo, referencia­s como el oficio de ángel, que es el lema de los jerónimos”, afirma este autor que confiesa que entre su primer libro –El anticuerpo– y este le han pasado por la cabeza... “unas 30 novelas”.

 ?? LLIBERT TEIXIDÓ ?? Julio José Ordovás (Zaragoza, 1976), en Barcelona, donde presentó su última novela
LLIBERT TEIXIDÓ Julio José Ordovás (Zaragoza, 1976), en Barcelona, donde presentó su última novela

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